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Ya no queda ningún lugar en reanimación

Por: Felipe Barrientos | Publicado: 03.04.2020
Ya no queda ningún lugar en reanimación | Paris, Francia.
Vivo en Saint Denis. Los días que he salido a comprar víveres, una de las pocas actividades permitidas para hacer afuera de la casa, me he ido encontrando cada vez con más gente en las calles. Mucha menos que de costumbre, pero seguramente más que en otros barrios de París. Y es que llevar a cabo una cuarentena en viviendas de pocos metros cuadrados hacen que tarde o temprano sus moradores salgan a estirar las piernas por un tema de salud mental, mujeres que no pueden convivir con su agresor, o madres y padres que vienen o van al trabajo porque alguien tendrá que pagar el arriendo a fin de mes.

“Ya no queda ningún lugar en reanimación”. Así titulaba el jueves pasado uno de sus artículos el medio Le Monde en Francia. El lugar de los hechos, el hospital Jean-Verdier ubicado en el popular distrito de Saint Denis. El colapso se veía venir, pero que pasara en este sector de la capital francesa no es un hecho azaroso. Habitada en su mayoría por población migrante, el hacinamiento también es una realidad en la capital gala. El jefe de los servicios de urgencia del hospital explicaba que no son raros los casos de seis personas sobreviviendo en cuarenta y cinco metros cuadrados. Esto genera el caldo de cultivo perfecto para que una vez infectado uno de los integrantes del hogar se contagie el resto. Por otro lado, una parte importante de la población en este distrito tiene contratos de trabajo precarios si es que los tiene. Quedarse en casa no es opción, fuera de las ayudas prometidas por el gobierno, deben seguir tomando el transporte público y así van aumentando sus chances de contagiarse. Y es que esta esclavitud moderna ha encontrado respuestas para todo, incluso para las personas sin papeles que  subarriendan cuentas de Ubereats o aplicaciones de entrega de comida rápida para poder subsistir. Finalmente, ya enfermos llegan al hospital y con dificultades para hablar francés hacen la atención más compleja y lenta en los ya desbordados centros de salud.

Vivo en Saint Denis. Los días que he salido a comprar víveres, una de las pocas actividades permitidas para hacer afuera de la casa, me he ido encontrando cada vez con más gente en las calles. Mucha menos que de costumbre, pero seguramente más que en otros barrios de París. Y es que llevar a cabo una cuarentena en viviendas de pocos metros cuadrados hacen que tarde o temprano sus moradores salgan a estirar las piernas por un tema de salud mental, mujeres que no pueden convivir con su agresor, o madres y padres que vienen o van al trabajo porque alguien tendrá que pagar el arriendo a fin de mes. Algunos dicen que el virus no distingue clase social, y tal vez sea cierto. Pero sus consecuencias en sectores marginales dan situaciones que en otros sectores son escasas o simplemente no existen. El teletrabajo o educación a distancia suenan como una broma de mal gusto cuando la familia está pensando en cómo parar la olla la próxima semana.

Así como las proyecciones matemáticas estos días se han tomado la palestra, intentando adelantarse a posibles escenarios donde proyecciones de contagio, aplanar curvas y complejos modelos matemáticos intentan dar respuestas. Varias de estas suposiciones se basan en que países como España, Italia, Alemania llevan por delante un número X de días desde el primer caso. Pero al no poder tener certeza del número de contagios, tomar decisiones respecto a grupos que de los que se carecen de datos es primordial. Y allí los migrantes pasan a ser un grupo extremadamente vulnerable, tomando en cuenta que hasta inicios del 2018 no existían cifras oficiales de la cantidad de personas extranjeras viviendo en Chile. Como lo lee, no se sabía. Por otro lado, los Estados toman resguardos para sus ciudadanos dejando de lado a aquellos que no comparten el azaroso hecho de haber nacido en dicho país. Como resultado, migrantes en situación irregular terminan recluidos en sus hogares, ya que la visita a un centro hospitalario podría terminar en un proceso de expulsión o una multa que sería la estocada final a un presupuesto miserable. Esto deriva tarde o temprano en focos de contagio que terminarán enfermando sin distinguir nacionalidad. En Francia, que en temáticas migratorias tiene un historial poco elegante, el salvoconducto se puede escribir a mano y solo es necesario explicitar el motivo y portar un documento que acredite identidad, independiente del estatus migratorio. Ni algoritmos, ni rastreo gps, simplemente un poco de ingenio, papel y lápiz. En Portugal se anunció que se dará un trato de residente a todos las personas independiente de su situación migratoria, al menos hasta el primero de Julio. En Francia, todos los permisos de residencia han sido extendido tres meses a partir de 16 de marzo pasado. Más al norte, en Alemania han comenzado a surgir problemáticas relacionados a los cierres de fronteras, debido a la escasez de mano de obra para cosechar esta temporada recuerdan lo relevante que son los migrantes recuerdan para la economía de dichos países. Tema aparte es la tragedia humanitaria que recién comienza a mostrarse en India, donde la paralización del segundo país más poblado del mundo ha dejado a millones de migrantes a su suerte con presupuestos que resisten un día.

Finalmente, guardando las proporciones, la situación de la población migrante en Saint Denis, considerado uno de los sectores más conflictivos y marginales de Francia bien podría reflejar la realidad de varias decenas de comunas en Chile. Surge entonces la válida duda respecto a la existencia de protocolos dictados desde el nivel central para enfrentar la situación de las personas extranjeras. ¿O se va a esperar a que las numerosas ONGs relacionadas a temas migratorios se hagan cargo?  ¿Se ha divulgado información en créole? ¿Qué pasa con aquellas personas que no tienen internet o teléfono y están obligadas a desplazarse a una comisaría a buscar un salvoconducto? ¿Qué pasa con aquellos sin carnet ni clave única? Es cierto, los problemas son muchos y la logística tiene sus limitaciones, o como dice el mantra, las necesidades son muchas y los recursos limitados. También es cierto que el popularizado “el pueblo ayuda al pueblo” sirve en algunas ocasiones. Pero hay momentos, como este, en los que los recursos deben ser gestionados de manera clara desde el nivel central. Por ello, entre tanta clasificación que hemos inventado para nuestra especie, visualizar la situación de los migrantes y tantos otros grupos olvidados nos recuerda que todos al final merecemos el mismo trato.

Felipe Barrientos