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El Panzer, la última carta de Piñera

Por: Cristián Zúñiga | Publicado: 04.04.2020
Los reportes diarios del ministro Jaime Mañalich sacan ronchas en las redes sociales y hasta lo han amenazado con ser el próximo personaje a quemar en la Plaza de la Dignidad. Sin embargo, en la población que no escribe sus descargos en Twitter, la firmeza y seguridad con la que este ministro reporta a diario la rutina del COVID-19 en Chile, traen de vuelta aquel techo de autoridad institucional que desde hace años no se percibía en el país y que, en tiempos de incertidumbre, otorga cobijo emocional a la mayoría de los ciudadanos.

Nada de lo que haga este gobierno pareciera revertir la percepción mayoritaria de la ciudadanía respecto a su administración, pues aún residen en nuestros olfatos los gases lacrimógenos y en nuestra memoria corta, las imágenes del 18 de octubre pasado. Y es que el estallido social de 2019 fue algo que solo podía sucederle a este gobierno, producto de su impresionante descaro y torpeza a la hora de abordar temas sensibles para la ciudadanía, como el transporte público, el colapso de los consultorios y la economía de mediana escala.

Ya en el reciente Festival de Viña, cantantes, humoristas y las siempre sobredimensionadas redes sociales, hablaban de marzo como el mes decisivo para Piñera y sus ministros, incluso algunos se aventuraban a proyectarlo como el mes en que se concretaría su renuncia, producto de la intensidad de la protesta social.

Entonces apareció marzo, pero como nadie, pero absolutamente nadie hubiese imaginado: vestido de pandemia mundial y con una cuarentena global nunca antes experimentada por la modernidad.

Lo que hasta el Festival de Viña parecía impensado, cobró realidad y el gobierno retomó agenda. Increíble, hasta el Presidente comenzó a repuntar, levemente, en las encuestas; lo anterior no es tan difícil de explicar, pues si Piñera lograra solo retomar el apoyo de su sector, la derecha podría volver a los 30 o 35 puntos de aprobación (números con los que Bachelet terminara su segundo periodo), logrando escapar del peligroso pozo del desgobierno.

Y es que el desafío que la actual peste pone a los gobiernos del mundo, se da justo en el principio de un cambio epocal, donde la modernidad, con sus puntos cardinales (derecha-izquierda) como ejes ideológicos y políticos de los últimos 150 años, parece llegar a su medianoche, dando paso a un nuevo día que hasta ahora se asoma desde la impersonalidad virtual y en medio de batallas biológicas.

He aquí una trágica oportunidad que el destino le otorga a Piñera, concediéndole el último juego de cartas para apostar el todo o nada que definirá, tanto el futuro de su gobierno, como el de su evaluación histórica. Piñera sabe que ahora más que nunca debe demostrar eficiencia y pragmatismo ante el aterrizaje de esta megapandemia en Chile y algo no menor, en el catastrófico escenario de recesión económica mundial que se avecina (solo comparable al de 1929.)

También Piñera sabe que, los chilenos suelen ser extremadamente pragmáticos a la hora de defender su bienestar, de hecho, ese mismo pragmatismo ciudadano fue el que le otorgó un avasallador triunfo en la pasada elección presidencial. Asimismo, ese frío pragmatismo posmoderno, llevó a que los chilenos mayoritariamente apoyaran el estallido del 18O.

Es a ese pragmatismo del compatriota hipermoderno que Piñera busca convencer, y para ello hace uso de la mejor carta que pudo haber sacado para afrontar esta crisis, un médico prepotente y con la espalda económica suficiente para subirse al ring y enfrentar, con la camiseta de un gobierno que iba en caída libre, a la oposición, Colegio Médico, isapres, clínicas, hospitales públicos y alcaldes.

Los reportes diarios del ministro Jaime Mañalich sacan ronchas en las redes sociales y hasta lo han amenazado con ser el próximo personaje a quemar en la Plaza de la Dignidad. Sin embargo, en la población que no escribe sus descargos en Twitter, la firmeza y seguridad con la que este ministro reporta a diario la rutina del COVID-19 en Chile, traen de vuelta aquel techo de autoridad institucional que desde hace años no se percibía en el país y que, en tiempos de incertidumbre, otorga cobijo emocional a la mayoría de los ciudadanos.

Mañalich no posee la bella retórica del presidente de Argentina ( país que en las ultimas 24 horas mostró una crisis ciudadana de proporciones producto del desordenado timming de cuarentena desplegado por el gobierno), pero tampoco usa discursos hiperbólicos como los de Bolsonaro o Trump. El relato de Mañalich es el de un epidemiólogo y, por ende, prioriza estadísticas y mirada de mediano y largo plazo, considerando la diversidad de factores y variables, no solo de salud, que acompañan a las pandemias.

Se trata de la última carta que tiene este gobierno para arrancar de la hoguera y su éxito o fracaso, se medirá en el más crudo de los escenarios: el global gráfico comparativo de muertes.

Puede que después de pasada o normalizada la peste, se hable del antes y después del segundo gobierno de Piñera. Entonces, la caricatura de ese periodo será el dibujo de un presidente recorriendo Chile sobre un viejo panzer con delantal blanco.

Cristián Zúñiga