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Piñera, el derrotado que se pasea por calles vacías como victorioso

Por: Francisco Mendez | Publicado: 05.04.2020
Si quería dar por superado el reventón del 18 de octubre, habría que dejarle en claro que lo que hizo el viernes, al sentarse en un lugar de tal importancia para ese acontecimiento, fue profundizarlo, darle un nuevo comienzo cuando toda esta pandemia vaya amainando. Si bien esta acción sirvió para excitar a uno que otro cabecita de pistola en la extrema derecha, debido a que, según dicen, demostró autoridad, habría que agregar que es fácil hacerlo cuando a quienes pretendes mostrarle tu fuerza están en sus casas cuidando a sus familias preocupados de otras cosas.

Sebastián Piñera parecía victorioso sacándose fotos frente a la estatua del general Baquedano. Lo hacía pasar por una especie de travesura, pero era algo más, un gesto político en que trataba de dar cuenta de un orden restablecido, una “tranquilidad” que él había sido capaz de traer de vuelta al país. Sentía que había ganado una vez más.

Pero lo cierto es que todo esto no es más que parte de las cosas locas que circulan por esa extraña cabeza en la que nada es constante y todo es transitorio; en donde todo es oportunidad y beneficio, pero nada es ni será permanente. Y esta pequeña victoria tampoco lo es, sino que es la constatación final de su derrota.

Piñera vio las calles vacías y se sintió libre de pasearse por ellas. Y eso, para quien dice que fue votado por una gran mayoría de chilenos, claramente es una derrota estruendosa, más aún cuando fue conocido por años como el eterno ganador en un país en el que todos los ciudadanos pierden día a día.

Por más que quisiera pasar inadvertido, en política nada debe menospreciarse, porque todo es un gesto, un símbolo y una forma de decir algo sin que específicamente se quiera hacer. Sin embargo, en este caso sí se quiso decir muchas cosas. Creer que esto fue un acto inocente y propio de la “torpeza” de un sujeto como quien nos (des) gobierna, es desconocer la historia reciente y su impotencia ante los gritos en su contra en las calles mientras trataba de hacer como si todo lo que estaba realmente sucediendo, no sucedía

Si quería dar por superado el reventón del 18 de octubre, habría que dejarle en claro que lo que hizo el viernes, al sentarse en un lugar de tal importancia para ese acontecimiento, fue profundizarlo, darle un nuevo comienzo cuando toda esta pandemia vaya amainando. Si bien esta acción sirvió para excitar a uno que otro cabecita de pistola en la extrema derecha, debido a que, según dicen, demostró autoridad, habría que agregar que es fácil hacerlo cuando a quienes pretendes mostrarle tu fuerza están en sus casas cuidando a sus familias preocupados de otras cosas. Eso es ganar sin competir, aprovecharse de la indefensión de los otros para darte por vencedor. Lograr algo sin lograrlo realmente.

Sebastián Piñera, con esto, sumó otro argumento para entrar a la historia como nunca lo imaginó. Aunque quisiera ser el gestor, el que revitalizó a Chile luego de una crisis- la que, recordemos, fue inventada para llevarlo nuevamente a La Moneda-, su figura estará relacionada no solo con la incompetencia y con la inoperancia, sino también con la expresión misma de lo que sucede cuando el capital se sienta definitivamente sobre lo que queda de República.

Ser presidente de un país, a diferencia de lo que cree Su Excelencia (como le dice Mañalich), no consiste en darse gustitos mezquinos, ni tampoco en intentar exorcizar tus inseguridades personales mediante el uso de tu cargo. Se necesita, en cambio, entender el arte de gobernar como algo más grande que la persona misma que gobierna. Y eso jamás sucederá con quien ha hecho todo en su vida con tal de caerse bien a él mismo. Cuestión que claramente aún no ha conseguido.

Francisco Mendez