Avisos Legales
Internacional

«Los repatriados de Pisiga»: El duro regreso a casa de los bolivianos atrapados en Chile

Por: Sebastián Reyes | Publicado: 16.04.2020
«Los repatriados de Pisiga»: El duro regreso a casa de los bolivianos atrapados en Chile |
Hoy existe una gran cantidad de ciudadanos bolivianos varados en Iquique, sobreviviendo día a día con la esperanza de retornar a sus hogares. Otros de sus compatriotas, sin embargo, pudieron regresar cruzando la frontera en Huara. Lo que no estaba en sus planes hasta entonces era que les decretaran una cuarentena en la localidad fronteriza de Pisiga, donde hasta hace pocos días vivían en «condiciones inhumanas». Esta es la historia de un grupo de trabajadores altiplánicos, cuyo regreso a casa se ha transformado en una verdadera odisea.

Fue la tarde del martes 23 de marzo. Karina Choque (29) lo recuerda muy bien. Ese día comenzó todo. Ella había vuelto a la pieza que arrendaba en Rancagua, luego de trabajar desde las 11 de la mañana hasta alrededor de las 10 de la noche.

Karina es oriunda de Bolivia y cada cierto tiempo viaja a la zona central de Chile para trabajar como temporera, empacando uvas por alrededor de 28 mil pesos al día, que fue lo que le pagaban en su último empleo.

Gracias a la conversión de pesos a bolivianos, la mujer puede mandar dinero para sustentar a su familia que se encuentra en la nación vecina. Ella es viuda y tiene tres hijos, uno de 10 años, otra de cuatro y una pequeña de seis meses, a quienes tiene que dejar con su madre y su hermana por tres meses cada vez que viene a Chile.

Ese martes de marzo, cuando se pudo comunicar con su familia, le contaron que su hija menor estaba siendo ingresada, en ese momento, a terapia intensiva en el hospital.

“No me importó nada. Fui a mi cuarto, agarré mis cosas – ni siquiera me duché – y emprendí el viaje para ir a ver a mi hija en Bolivia”, relata la extranjera a El Desconcierto.

Sin embargo, el viaje hasta su país natal demoraría mucho más de lo que Karina esperaba.

Ella es una de las más de 200 personas de nacionalidad boliviana que no pudieron cruzar la frontera ubicada en la localidad de Huara, en la región de Tarapacá, donde tuvieron que permanecer por 10 días acampando y racionando sus provisiones.

Si bien su situación en aquella estancia fue bastante precaria, pudieron sobrellevarla gracias a las donaciones y buena voluntad de pobladores y autoridades locales, acusando que su país no les prestó ayuda en todo el tiempo que estuvieron ahí.

Es más, cuando el gobierno transitorio a cargo de Jeanine Añez les permitió retornar a sus tierras, las autoridades en Pisiga – localidad fronteriza del lado boliviano – pusieron a todo el grupo en cuarentena hasta el 17 de abril.

Estas personas – dentro de las cuales hay mujeres embarazadas, niños, personas mayores y discapacitados – denuncian a El Desconcierto que luego de esperar en este lado de la frontera por 10 días en condiciones deplorables, cuando la cruzaron fueron definitivamente inhumanas.

Y, sin embargo, para Karina Choque, lo más terrible no es el campamento, las condiciones o la espera. Para ella, lo peor que le ha pasado a causa de esta pandemia es que ahora su hija de seis meses está en un hogar, a cargo de una pareja de desconocidos. Porque para el Estado de Bolivia, Karina no estaba apta para hacerse cargo de la menor, debido a que no se apersonó en el centro médico cuando la bebé se encontraba grave.

Si bien su pequeña se recuperó de su condición y su salud está estable, el coronavirus se la arrebató de otra forma.

“Los repatriados de Pisiga”

 El lunes 6 de abril, a tres días de que las personas varadas en Huara pudieran cruzar la frontera chilena y llegar a la localidad de Pisiga, estas denunciaron – a través de un comunicado que llegó a El Desconcierto – que las condiciones en las que se encontraban eran paupérrimas.

“Desde el momento en que ingresamos al campamento de Pisiga nos retuvieron el carnet de identidad. Las autoridades gubernamentales no pueden garantizarnos la alimentación.  Las raciones que nos dan son muy escasas. El dolor de cabeza y de estómago son los síntomas que más sufrimos producto del hambre y los que sufren más son los niños y niñas, las madres, las mujeres embarazadas. Si seguimos con esta situación, no vamos a poder aguantar”, se lee en el escrito.

En el comunicado también se describe el frío insoportable que hay en la región cordillerana. “Pese a que nos encontramos de diez a doce personas durmiendo en carpas pequeñas, resulta muy difícil entrar en calor. Los pequeños ya presentan síntomas de tos y resfrío”, explicaban.

Por último, también especificaban que dentro de su aislamiento no se les hacían pruebas para detectar la presencia de COVID-19, y que el Gobierno boliviano puso a disposición solo 16 baños químicos para las más de 400 personas que se encontraban en cuarentena en Pisiga en ese entonces.

Servicios colapsados, sin duchas, sin jabón, sin alcohol gel, sin papel higiénico. Ni siquiera les proporcionaron implementos para limpiar estos baños en su momento, acusan.

“Asimismo, queremos denunciar que personal policial nos amenaza con llevarnos a la frontera si no estamos de acuerdo”, denunciaban hace una semana este gran grupo de bolivianos y bolivianas, que imploraron ayuda a autoridades gubernamentales, organismos de Derechos Humanos y medios de comunicación.

 

Una experiencia para no olvidar

Desde esa carta ha pasado más de una semana, sin embargo, para Javier Lima Ríos (32) – otro de los ciudadanos bolivianos que quedaron varados en Huara y luego en cuarentena al cruzar a Bolivia – parece que hubiera sido una eternidad.

“Pienso en mis hijos y mi esposa que no puede trabajar”, cuenta Lima.

Hace 8 años su mujer tuvo una embolia y se le paralizó la mitad del cuerpo. Tardó dos años en sanar parcialmente. Ahora puede caminar, pero tiene secuelas, por lo que no puede conseguir un empleo tan fácilmente.

“Yo alcancé a mandarle un poco de dinero antes de venirme de Antofagasta, y ese dinero no le alcanzó para mantenerse. Ella me llama y me dice ‘no tengo dinero, ¿de dónde voy a sacar?’, y yo estoy acá, prácticamente sin poder hacer nada, más encima en cuarentena” relata el hombre.

Javier es padre de cuatro hijos de entre 6 y 12 años, y trabaja de albañil porque, según él, es lo único que sabe hacer. Es oriundo de la ciudad de Oruro y cursó hasta segundo de secundaria,  pues su familia no tenía los recursos para permitirle estudiar más. Hizo el servicio militar con 15 años y después salió a trabajar. Intentó estudiar por sus propios medios pero, en vez de eso, decidió apoyar a sus hermanas. Se alegra mucho de que hoy ellas sean profesionales. “Que no sean como yo”, dice.

Él también viene a Chile por temporadas a trabajar en la construcción.  Al comienzo, hace tres años atrás ganaba menos de 200 mil pesos, pero con el cambio le cundía un poco más, y ahí si podía abastecer a su familia. “Comprarle zapatos, algún regalito y salir a comer un par de veces”, explica.

El 6 de marzo de este año, cuando retornó a Antofagasta, lo hizo en calidad de maestro, por lo que ganaría más dinero. El 2020 pintaba bien. No obstante, pudo trabajar solo tres semanas antes de tener que devolverse a Bolivia, debido al cierre de las faenas y desvinculaciones masivas de trabajadores que se produjeron a causa de la emergencia mundial por el COVID-19. Planeaba llegar y así ayudar a su familia, con cualquier empleo temporal que pudiera conseguir en su ciudad natal.

Javier Lima ha visto durante todo este tiempo a autoridades paseándose por Pisiga y al Gobierno en la televisión, prometiéndoles soluciones para ellos y sus familias. Sin embargo, esto no sucedió hasta varios días después de que cruzaron a Bolivia y, aún así, fue de manera parcial.

“La experiencia la tengo y siempre la voy a recordar, pero nunca pensé que llegaría a vivir esto”, asegura, acusando a las autoridades de levantar rumores en la sociedad boliviana con su situación. Dijeron que éramos “un bando político que busca desvirtuar al Gobierno, o que nosotros tenemos mucha plata, y que hemos ido a vacacionar y que por eso estamos así”.

A Javier su condición o lo que digan de él realmente no le importa. “Lo que más me duele son mis hijos, yo quisiera verlos y abrazarlos”, expresa, rompiendo en un llanto plagado impotencia.

Los nuevos compatriotas varados

Lo único que quería Karina Choque mientras estaba varada en Huara era saber cómo estaba su hija. Cada día que pasaba, se angustiaba más. Cuando hablaba con su madre y su hermana se largaba a llorar.

El día viernes 3 de abril, un día antes de que los trasladaran a Pisiga, recibió un llamado de su hermana, diciéndole que no le iban a entregar a su hija, porque “ni siquiera se había aparecido por el hospital, por lo que no tenía ya ningún derecho sobre la niña”.

La gente encargada de la Defensoría de la niñez en Bolivia, no quiso hablarle por teléfono, argumentando que debía hacer las apelaciones de manera presencial.

“No supe qué hacer, solo lloraba”, cuenta angustiada la madre, quien hasta ahora no ha podido hacer ningún trámite para recuperar a su hija, debido a la cuarentena que debe mantener en la localidad de la frontera.

“Me siento en una cárcel. No puedo ni salir a comprar nada, ni un cepillo de dientes ni papel higiénico. Los baños los limpian cada cuatro días. Las raciones son muy pocas, media taza de arroz y media papa para cada uno”, reclama Choque, quien hoy se arrepiente de haber cruzado a Chile para trabajar.

“Prefiero estar con mi hija y comiendo un pan duro y agua. Esto fue una lección, que me dijo que me tenía que quedar cerca de ella”, dice la mujer boliviana, culpándose por algo que en verdad nadie vio venir.

Hasta el 14 de abril, y faltando tres días para que termine su cuarentena, las y los repatriados de Pisiga comunican que, tras protestar y reclamar varios días el trato inhumano que estaban recibiendo, las cosas por fin mejoraron.

Las Naciones Unidas enviaron más raciones de comida para complementar lo que les entrega el Gobierno, además de proporcionarles insumos básicos como papel higiénico y jabón. Aparte, las mujeres embarazadas, entre ellas dos con amenaza de aborto, y una persona en estado crítico fueron trasladados a hospitales.

Sin embargo, esta alegría momentánea se vio opacada el 12 de abril, “porque nuestros hermanos y hermanas bolivianas que se encontraban en la frontera en Colchane, y que quisieron entrar a territorio de Bolivia, fueron retornados a Iquique, a un albergue gestionado por las autoridades de Chile”, explica a El Desconcierto una de las voceras del grupo.

Es por eso que, entendiendo y solidarizando con la situación que están pasando sus compatriotas, las y los repatriados de Pisiga enviaron un video a quienes posiblemente tengan que pasar por una situación similar a la suya para reingresar a su país. Pero, esta vez, ojalá en condiciones más humanitarias.

 

 

 

 

 

Déjanos tus comentarios
La sección de comentarios está abierta a la reflexión y el intercambio de opiniones las cuales no representan precisamente la línea editorial del diario ElDesconcierto.cl.