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Opinión

Nada es gratis

Por: Cristián Zúñiga | Publicado: 18.04.2020
Nada es gratis Ignacio Briones | Fotografía de Agencia Uno
Es más, hemos escuchado a muchos empresarios decir, sin eufemismos, que una cuarentena extendida lograría que nadie muriera de coronavirus, pero todos moriríamos de hambre, porque no habría actividad económica, producción, ni bienes para consumir.

Durante las últimas semanas han abundado reflexiones y debates respecto a lo que parece ser la gran disyuntiva de los gobiernos del mundo en el actual escenario de peste: ¿hasta cuándo mantener cerradas las cortinas de la producción? ¿Salvamos las vidas o salvamos a la economía?

Por supuesto que ha sido un debate sostenido, principalmente, desde las interconectadas cuarentenas , donde muchos hogares modernos se indignan cada vez que algún mandatario, ministro o dirigente gremial, aparece solicitando flexibilizar las estrictas medidas sugeridas por la OMS , alcaldes y diversos dirigentes políticos, para prevenir la pandemia.

Es así como hemos visto en el actual ring de la humanidad, a la salud vs. la economía, pero esta vez no desde un ensayo filosófico, tesis antropológica o una prédica religiosa, sino que en torno a las decisiones que los gobernantes deben ir tomando en días donde las fatales tablas de muertos e infectados, van al unísono de quiebras de aerolíneas, industrias, pymes y hasta la informal actividad de cuneta.

Cada día que pasa estamos atentos a las decisiones de Angela Merkel (este lunes Alemania comenzará a reabrir su economía y la vida pública de forma gradual), miramos con horror las burradas comunicacionales de Trump y Bolsonaro (USA y Brasil son países que han aumentado vertiginosamente sus tasas de muertos y contagiados en las últimas dos semanas), con curiosidad observamos la estricta cuarentena extendida decretada por el Presidente de Argentina (este lunes el país vecino, luego de mucha presión social, reanudará actividades económicas) y acerca de China, bueno de China ya no sabemos que creer.

Lo cierto es que, para mediados de esta nueva semana, los infectados en el mundo habrán superado los 2 millones de personas y los muertos, serán más de 200 mil. Es sabido que hasta que no se encuentren vacunas preventivas o curativas, el aislamiento es la mejor opción en términos sanitarios. Pero también es sabido que, cuanto más estricta y más tiempo dure la cuarentena, mayor será la crisis económica.

Entonces la contracción, recesión o depresión económica dependerá del tipo de cuarentena y de su extensión en el tiempo. A mayor recesión, habrá más desempleados y, por ende, aumentará la pobreza e indigencia. Lo anterior implicará también pérdidas de vidas humanas, sobre todo en países que no tienen buenas coberturas sociales ni espaldas para endeudarse.

Es más, hemos escuchado a muchos empresarios decir, sin eufemismos, que una cuarentena extendida lograría que nadie muriera de coronavirus, pero todos moriríamos de hambre, porque no habría actividad económica, producción, ni bienes para consumir.

Y entonces se nos aparece la pregunta del millón, ¿cómo hacemos para salvar vidas y economía conjuntamente?

He aquí un desafío para el cual hay que saber estar a la altura. Un desafío que nos tocará desde dimensiones sanitarias, económicas y culturales, pues lo más probable, es que la respuesta a la interrogante planteada no venga desde una bala de plata que logre, al mismo tiempo, mantenernos a salvo de la peste y del hambre.

La estrategia del gobierno de Chile ha sido la de adoptar confinamientos dinámicos, hasta ahora, pues no sabemos en qué momento la curva de contaminados y muertos llegará a una cifra que obligue al confinamiento total.

Y claro, también es válido preguntarse y cuestionar cómo se construyen esos gráficos desde los que se toman las trascendentales decisiones. La historia reciente nos recuerda aquel papelón del “mejor censo de la historia” y de inmediato comenzamos a preguntarnos: ¿se estarán haciendo los suficientes test? ¿Confiamos en las proyecciones de matemáticos, informáticos o epidemiólogos?

Por ahora hemos visto que, aún con la estrategia de cuarentena dinámica, hasta algunas grandes empresas han comenzado a cerrar cortinas y despedir gente. Solo como dato de la causa, en la comuna de Valparaíso, desde donde se escribe esta columna, el 60% del comercio local ha cerrado y de seguro, lo que no pudo el terremoto de 1906, ni la apertura del canal de Panamá, ahora será realidad. Después de la peste, la otrora joya del pacífico será una poesía del pasado.

Cuando la crisis sanitaria parece recién estar comenzando, la historia nos recuerda que las pestes suelen tener recaídas. En esta nueva cruzada, los gobiernos del mundo deberán dejar atrás las niñerías de las encuestas y los aplausos de corto plazo, para ponerse trajes de estadistas, pues las decisiones que ahora tomen, serán claves para el futuro de sus complejas sociedades modernas, llenas de ambigüedades y acostumbradas a las autonomías en el manejo de sus vidas.

Kant decía que, a ratos, la naturaleza y la historia eran más o menos ciegas y actuaban desde una vanidad y locura infantil. Sin embargo, el humano, dijo Hegel, solo desde su discernimiento colectivo, podía corregir aquello.

Hoy más que nunca se hará presente aquella vieja máxima utilizada por economistas y médicos, cada vez que había que tomar decisiones complejas en donde se debía optar por el menor de los daños posibles, frente a una desgracia humana o un descalabro financiero: nada es gratis.  

Cristián Zúñiga