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Otra historia para no olvidar: La primera baleada del estallido social

Por: Claudio Pizarro | Publicado: 18.04.2020
Otra historia para no olvidar: La primera baleada del estallido social valeska |
El 18 de octubre, alrededor de las 18:30 de la tarde, Valeska Orellana recibió un balín en la vena femoral. Estaba adentro de la Estación Central y pensó que allí se moriría. Tuvo que esperar cuatro horas hasta que un familiar la trasladó a la Clínica Dávila. Según el doctor que reconstruyó su vena, el balín que tenía incrustado era de metal. Esta es la historia de la primera baleada del estallido social.
*Este relato pertenece a uno de los testimonios publicados por Proyecto AMA (Archivo de Memoria Audiovisual), cuyo caso y otros puedes revisar acá.

Mi nombre es Valeska Orellana y vivo en Huechuraba. Tengo 22 años y estudio técnico en enfermería en el AIEP de estación Unión Latinoamericana. El 18 de octubre, alrededor de las 18:30 de la tarde, mientras estaba con mi pololo adentro de la Estación Central, un carabinero me disparó a quemarropa y el balín rompió mi vena femoral. Pude haber muerto.

Ese día en la mañana había ido al instituto a dejar unos papeles para mi práctica de implementación quirúrgica en pabellón, que se suponía que iba a empezar en noviembre. Después de eso nos fuimos con unos compañeros a un pub a celebrar y alrededor de las cuatro de la tarde me devolví a la universidad con mi pololo, donde comimos algo para luego seguir hasta Estación Central.

Nuestra idea era tomar una micro en el terminal San Borja para irnos a Buin, de donde es él, pero al llegar a Meiggs vimos una turba de gente. Ahí nos dimos cuenta que la pasada hacia el terminal estaba bloqueada y como tuvimos que quedarnos en la estación aprovechamos de manifestarnos en contra del alza del pasaje del metro. Siempre en forma pacífica.

En mi vida he ido a muchas marchas. Por ejemplo, a todas las convocatorias feministas, a las de la diversidad sexual, las del aborto, la de la legalización de la marihuana, contra HidroAysén y Alto Maipo. Mi mamá también marcha. Ella es técnico en enfermería en el Hospital San José y participa de las manifestaciones de la salud, sobre todo cuando a veces les reajustan el sueldo en dos lucas.

Ese viernes, con mi pololo estábamos gritando contra el alza de los 30 pesos cuando de pronto llegó gente diciendo que los carabineros nos iban a hacer una encerrona y nos amontonamos más, y entonces la policía bloqueó los torniquetes del Metrotren. Ahí quedamos encerrados, todos desesperados. La manifestación ya no sólo era por el pasaje del transporte, sino que también para que nos dejaran salir de allí.

Había carabineros de fuerzas especiales y de pronto llegó uno que estaba armado con una escopeta. Cuando lo vi dije: “chuta, va a quedar la embarrada”. Y de un momento a otro, la gente empezó a tirarle cosas a la policía y ellos respondieron con bombas lacrimógenas. Como era un recinto cerrado y habían niños y adultos mayores, se armó el caos. Les gritábamos que no tenían conciencia, que nos estábamos ahogando, pero carabineros empezó a lanzar más y más bombas. Yo estaba haciendo un video en vivo por Instagram cuando una lacrimógena me llegó en la canilla, justo antes que me impactara el perdigón en la ingle.

Luego del disparó quedó más el caos. No recuerdo mucho, pero cuando retrocedí, mi pololo me preguntaba qué hacía, dónde me llevaba, y alcancé a divisar el botiquín de los paramédicos del Mall de Estación Central y le dije que me dejara allí. En ese momento no sentí el dolor. Sólo quedé impresionada al ver cómo salía un chorro de sangre desde mi pierna. Yo que estudio algo relacionado con la salud pensé que me habían dado en la arteria femoral, que me iba a morir ahí mismo desangrada.

Los paramédicos me tiraron al suelo y comenzaron a presionarme la herida. Estuvieron una hora así, en medio de las lacrimógenas, y luego me llevaron a una sala más privada del mall. Allí esperé a mi familia hasta las nueve de la noche y recién ahí ellos me llevaron a la clínica, porque la ambulancia no podía pasar. Cuando salimos a la Alameda recuerdo que habían barricadas en todos lados y que al llegar a la clínica Dávila me hicieron un escáner. La doctora que me atendió dijo que había tenido suerte, que el perdigón era de goma y que había estado cerca de rosarme la vena. Me dieron de alta inmediatamente, pero antes de salir se me abrió la herida y me dejaron hospitalizada.

Al día siguiente me vio un cirujano vascular y el diagnóstico fue distinto: “Yo veo claramente un objeto metálico”, me dijo. El médico me explicó que no podía dejar el perdigón adentro del cuerpo, porque era un riesgo inminente de infección, que debía reconstruirme la vena femoral y que el balín había pasado a un milímetro de la arteria. Si eso hubiese ocurrido, agregó él, me habría muerto.

Al día siguiente me sacaron el perdigón y me pusieron 13 corchetes en la piel para cerrar la herida. El balín se lo entregaron a la PDI y yo estuve cinco días sin moverme de la cama, hasta que pude pararme y fue como aprender a caminar de nuevo. Luego de eso, cuando salí de la clínica, fui a declarar ante carabineros y ellos quedaron asombrados, porque no tenían autorización para usar perdigones metálicos.

He recibido orientación del Instituto de Derechos Humanos en la denuncia y el caso lo está investigando la Fiscalía Centro Norte. Hace algunos días declaré y conté todo lo que había pasado. Allí creyeron necesario que una sicóloga acompañara mi recuperación, porque no me vieron bien, entre otras cosas porque quedé con miedo de venir al centro.

Han pasado casi dos (hoy son seis) meses de ese día y todavía siento impotencia, porque no ha cambiado nada. Los reajustes a los sueldos son un chiste, lo mismo que pasa en la educación, el tema de las AFP o las diferencias de clases, que se han vuelto súper notorias. Un día, por ejemplo, me puse a ver los comentarios de una noticia que TVN sacó sobre mi caso y fue impresionante ver la mierda que me tiraban. Y todas las que escribían eran señoras rubias. Decían: “La comunista se lo merece”; “Por tener esa chasquilla deberían haberle disparado en la cabeza”. Habían mujeres que en su foto de perfil salían con sus hijas y yo me preguntaba: ¿Qué hubiese pasado si esto les ocurría a ellas?

En mi familia hay militares y carabineros. Mi abuelo, de hecho, es policía jubilado. Él ahora atiende un quiosco en el centro y cuando supo lo que me había pasado me prestó apoyo: “Yo tuve que dispersar manifestaciones y lo que hicieron contigo es abuso de poder”, me contó. Por ahora la investigación sobre el responsable sigue su curso. Lo único que espero es que lo den de baja y que me indemnicen por daño moral y perjuicios. Por último, que me paguen lo que mi familia ha gastado, que sólo en las deudas de la clínica ya van como cinco millones.

Nota de la redacción: La investigación está a cargo de la Fiscalía Centro Norte y los peritajes y declaraciones han sido tomadas por la brigada de Derechos Humanos de la PDI, que entre otras cosas está dilusidando si efectivamente el balín encontrado es metálico. Valeska está con apoyo sicológico.

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