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Opinión

Expropiar por la vida

Por: Bárbara Astudillo | Publicado: 20.04.2020
Expropiar por la vida | Foto: Agencia Uno
¿Cuándo tendremos la posibilidad de ver a nuestros pequeños agricultores volver a sembrar el alimento que abastecía a sus familias? ¿Cuándo será el tiempo de oír sonar el río con los gritos de auxilio de una zona agrietada y seca? ¿Cuándo frenarán las soluciones paliativas que normalizan el uso de camiones que entregan agua? Lo normal, hoy, está mal. Que el agua que sube a los cerros regrese para defendernos de esta pandemia que nos amenaza. Que el agua vuelva a quienes la necesitan.

El escenario actual abre la posibilidad de dar una discusión que ciertos sectores de la población hemos intentado posicionar de forma insistente a través del tiempo: la expropiación de derechos de propiedad. Hoy, el contexto de crisis sanitaria, fusionado con la sequía que viven comunidades completas, permiten plantear: ¿no será este un momento propicio para hablar de expropiación?

En la provincia de Petorca la crisis sanitaria no empezó en marzo, con la llegada del COVID-19. Lleva años de dura vigencia para los territorios, lo que ha generado un eterno estrés hídrico que afecta a los habitantes, y no a la mega industria paltera, que junto con acumular el recurso hídrico sigue día a día devastando flora nativa al mismo tiempo en que aumenta sus hectáreas de producción de árboles frutales.

Sus paltos consumen miles de litros de agua bajo el amparo de una Constitución y un Código de Aguas que ofrece campo libre para validar un sistema extractivista.

Hace pocos días celebramos la resolución sanitaria que obligaba a los proveedores de agua a entregar un mínimo de 100 litros diarios por persona. Esto, a pesar de ser una buena noticia, sigue alimentando el gran negocio de los zares del agua, que llevan años amasando fortunas gracias a la venta de este recurso vital a través de camiones aljibe.

Según la Constitución, “por la declaración del Estado de Catástrofe, el Presidente de la República podrá disponer requisiciones y establecer limitaciones al ejercicio del derecho de propiedad”. Y si no es ahora, cuando miles de personas no tienen agua para lavarse las manos como lo ha solicitado el gobierno, ¿cuándo pensamos hacer uso de esa facultad para garantizar la vida de nuestros coterráneos?

¿Cuándo tendremos la posibilidad de ver a nuestros pequeños agricultores volver a sembrar el alimento que abastecía a sus familias? ¿Cuándo será el tiempo de oír sonar el río con los gritos de auxilio de una zona agrietada y seca? ¿Cuándo frenarán las soluciones paliativas que normalizan el uso de camiones que entregan agua? Lo normal, hoy, está mal. Que el agua que sube a los cerros regrese para defendernos de esta pandemia que nos amenaza. Que el agua vuelva a quienes la necesitan.

Es tiempo de que los palteros paguen con el privilegio que tuvo una palta por sobre nuestras pobres comunidades.

En otras palabras, es tiempo de la expropiación de los tranques de la agro industria para garantizar la higiene e inocuidad sanitaria del agua que necesitamos. Un valle sin agua no es nada. Hagamos ruido desde los distintos rincones de este angosto país. Desde el norte, el centro y el sur: expropiar para la existencia humana, hasta que las aguas sean recuperadas.

Agua libre para los pueblos.

 

Bárbara Astudillo