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Opinión

Jaime Mañalich, el ceremonioso ministro que poco sabe de ritualidad republicana

Por: Francisco Mendez | Publicado: 27.04.2020
Mañalich se muestra más empeñado en lucir su evidente expertiz, en vez de socializar lo que sabe para lograr una real tranquilidad y ejercer realmente autoridad. Parece tan evidente la poca conversación y debate de temas de tamaña envergadura como el cierre de colegios al interior de Palacio, que crean en la asustada opinión pública una idea de desgobierno.

Estos días no solo hemos sido testigos de tal vez la mayor crisis sanitaria en muchos, demasiados años, también hemos estado frente a una ola de comentarios, datos, discusiones entre la autoridad, que no parece conveniente en los tiempos que corren. Y tiene directa relación no únicamente con la arrogancia de este gobierno, su sector y el titular de Salud, sino también con su desprecio por el arte de hacer política y articular.

Cuando puede, Jaime Mañalich aparece frente a las cámaras con algún sarcasmo o una explicación bastante compleja como torpe en temas como, por ejemplo, el acuerdo con el gobierno chino para traer ventiladores automáticos. Cuando se trata hacer visible lo poco claro de los datos respecto a ese anuncio tanto se celebró hace semanas, el ministro se pone agresivo, desplegando el sentido del humor de un estadista ante las preguntas de la prensa, pero sin que le resulte. ¿Por qué? Porque más bien parece un niño malcriado tratando de demostrarle a los suyos lo bueno que es en lo que hace, que un sujeto de Estado.

A diferencia de lo que creen muchos en el sector gobernante, para formar parte de lo público se requiere cierta ritualidad, cierta concepción de, precisamente, lo público. Para lograr aquello no solo se necesita una buena gestión en números inmediatos-cuestión bastante importante y que, reconozcámoslo, esta administración los tiene- sino también saber cómo entregarlos y cómo lograr que haya ciertas autoridades comunales que entiendan y discutan estos datos de manera seria, sobre todo si son parte del sector gobernante. Y eso, como se ha visto, no se ha logrado, creando en la ciudadanía aún más temor del natural y sensación de confusión.

Mañalich se muestra más empeñado en lucir su evidente expertiz, en vez de socializar lo que sabe para lograr una real tranquilidad y ejercer realmente autoridad. Parece tan evidente la poca conversación y debate de temas de tamaña envergadura como el cierre de colegios al interior de Palacio, que crean en la asustada opinión pública una idea de desgobierno. Y sucede porque hoy parece urgente poder tener una capacidad de articulación férrea, con discusiones obviamente, pero poder conducirlas y llegar a un objetivo común. Y la pregunta es, ¿existe la concepción de lo común realmente? ¿Tienen Mañalich y Piñera la suficiente mirada de Estado como para ver más allá de sus inseguridades vestidas con una seguridad gestora?

El ministro a veces se ve más inmerso en una eterna competencia con los otros por demostrar su autoridad que en efectivamente ejercerla. Y cuando esto no se combina con cierta, insisto, ritualidad y manejo de las formas y los tiempos, crea desaguisados como los que hemos estado viendo hace semanas. Y todo se convierte en una mala demostración de fuerza, que no es lo mismo que una disputa por el poder.

Si bien a algunos les excita la capacidad del ex alto funcionario de la Clínica Las Condes como gran jefe, lo que ha pasado es que esa misma manera de ejercer su jefatura parece hecha bajo la informalidad de lo privado y no bajo el simbolismo de lo público. Por más que parezca muchas veces una persona ceremoniosa e investida en su totalidad por su rol, su poco aprecio por la política logra que toda su parafernalia retórica no parezca más que otro de sus malos sarcasmos.

Mañalich es un buen profesional, sabe de lo que habla y lo ha demostrado. Lo que también ha dejado en evidencia es que para asumir cargos de tanta importancia no solo técnica, sino también simbólica, urge tener un manejo de las dos áreas. No solo de una. Y para eso no solo sirven solemnes palabras, las que abundan en su boca, porque no es más que una pomposidad estéril muy lejana al verdadero sentido de la importancia de lo estatal.

Francisco Mendez