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La otra primera línea contra el COVID-19: La silenciosa batalla de los cuidadores de adultos mayores

Por: Meritxell Freixas @MeritxellFr | Publicado: 02.05.2020
Los trabajadores y trabajadoras de hogares de adulto mayor han aparecido en la prensa sólo para hablar de casos de fallecidos o contagiados al interior de sus establecimientos. Sin embargo, cada día enfrentan la tarea de proteger a los más vulnerables frente al coronavirus. Cuidarlos y blindarse a ellos mismos para, al día siguiente, seguir cuidándoles. Técnicos en Enfermería, paramédicos, kinesiólogos, psicólogos y funcionarios del Fono Mayor son una primera línea silenciosa e invisible, pero imprescindible en la gestión de la pandemia. Testimonios de distintos tipo de centros y servicios hablan a El Desconcierto de sus experiencias, miedos y percepciones en escenario de complejidad de hoy.

Son la otra primera línea de la resistencia a esta pandemia, la que se ocupa de atender y cuidar 24 horas al día a los más vulnerables y expuestos al COVID-19. Trabajadores y trabajadoras de los hogares de adultos mayores batallan día a día para proteger la salud de más de 45.000 abuelos y abuelas residentes en establecimientos de larga estadía (Eleam). Su único objetivo: garantizar su supervivencia y cuidado. Sin embargo, en casi nueve semanas de epidemia, ha sido imposible evitar que el virus penetre en algunos de los recintos. Los más afectados son el Eleam Cordillera de Puente Alto, del Senama; el Hogar Italiano de Ñuñoa; Nuestra Señora de los Dolores de Providencia, Nuevo Amanecer de La Florida, y Nueva Esperanza de Quinta Normal.

Más allá de los focos de contagio que se desencadenan al interior de los hogares, poco se sabe de cómo los ancianos enfrentan la incertidumbre actual, qué sienten y cómo les afecta la alteración a su cotidianidad. Tampoco se conoce, la pelea diaria de quienes están a su cargo, en su gran mayoría mujeres.

Desde el 16 de marzo, el Gobierno suspendió las visitas de familiares y muchos centros han extremado medidas para prevenir contagios. Medidas que, en muchos casos, implican alteraciones al ritmo laboral habitual, con cambios de turnos y horarios, que se suman a tener que aprender a vivir con un permanente miedo al contagio.

Gladys Castillo, técnica en Enfermería: «Tenemos terror de tener que llevarlos a la clínica»

Gladys Castillo

A Gladys Castillo, de 52 años, la amenaza del virus la ha agarrado en la dirección del Hogar de Ancianos San Joaquín y Santa Ana de Llolleo, en San Antonio. Ella misma lo creó hace dos años y medio, después de dedicarse otros 12 al cuidado de las personas mayores en otros centros. En su establecimiento residen 11 ancianos, «algunas noventonas», dice: concretamente, dos de 97 años, otra de 95 y otra de 92.

Su fórmula para hacer frente a la pandemia es «ser muy estrictos con la desinfección». Por eso, cada día, «de forma mecánica», el equipo aplica a rajatabla el protocolo: turnos de 12 horas (antes eran de 6) para restringir entradas y salidas; sanitización del hogar tres veces al día (manillas, puertas, etc.); compras «exclusivamente» por internet y desinfección de los insumos antes de que pasen a la despensa; cambios de ropa y material de protección. «No teníamos delantales desechables y después subieron de precio. Al final, compré una tela lavable y fabriqué unos delantales iguales a los desechables que se pueden lavar con cloro y quedan impecables», explica. «Nadie se puede descuidar», exclama. Quizás por eso, en este tiempo su marido es quien recoge y devuelve en auto a los trabajadores a sus casas; también se les ofrece hacer la compra a través del proveedor del propio hogar: «Les facilitamos las cosas para que no vayan al supermercado ni a la feria», dice Gladys.

Su mayor miedo es que se enferme un abuelito, no solo de coronavirus, sino incluso de un resfrío. «Todos son enfermos crónicos y tenemos terror de tener que llevarlos a la clínica porque allá hay muchos casos», expresa. Sin embargo, por ahora, dice, los viejos «están tranquilos y pasan los días sin darse cuenta que todo es un poco dramático». A base de llamadas y videollamadas mantienen el contacto entre los residentes y sus familiares: «Son llamadas cortitas: se preguntan ‘cómo estás’ y se dicen ‘cuídate’ y ‘no salgas'», detalla Gladys. «Las abuelitas al ratito se pierden en la conversación», añade.

Gladys es optimista y cree que todo esto «acabará pronto». Mientras, admite que en el hogar están trabajando el doble: «Estamos estresados, agotados y un poco asustados». Lo dice, también, porque convive con su hijo de 8 años, que además es enfermo crónico de asma. «Sabemos que todo esto es un gran sacrificio, pero lo hacemos por los abuelos, es nuestra vocación», insiste. Y de nuevo su optimismo: «Hay que estar contentos, ser positivos y no demostrar que tenemos susto».

Jessica Jara López, paramédica: «La gente tiene miedo a acercarse a una»

Jessica Jara

El brote de contagiados por coronavirus que se desencadenó en el hogar Eleam Cordillera de los Andes, del Senama, en Puente Alto a finales de marzo, provocó que varios de sus residentes se ubicaran en otros establecimientos. Uno de ellos es el centro Schoenstatt de La Florida, una casa de retiro para religiosos que desde el pasado 3 de abril acoge una veintena de adultos mayores procedentes del centro puentealtino. Allí trabaja Jessica Jara, de 45 años, como técnica-paramédico. «Los residentes no sabían lo que pasaba, pero se les explicó que había una pandemia y aceptaron el desafío de formar un nuevo hogar para resguardarse», explica. Dice que los que pueden comunicarse, comentaron que nunca imaginaron que iba a ocurrir algo así.

Cuenta que los residentes juegan a domino, ajedrez, bailan y cantan karaoke. «Están tranquilos y bien atendidos», asegura. La paramédico subraya que no tienen miedo porque «saben que están protegidos». Para compensar la prohibición temporal de recibir visitas, el centro ha puesto en marcha un sistema de videollamadas con familiares: «Lo hacemos para que no pierdan el contacto con la familia y no les afecte psicológicamente», asevera Jara.

En esta residencia los turnos de trabajadores son de 24 horas de trabajo y 24 horas de descanso «para que los ancianos siempre vean a las mismas personas», dice Jessica. Y añade: «Cuando estamos afuera tenemos que preocuparnos de no contagiarnos para no infectar a dentro». La paramédica pone énfasis en hacer un buen uso de las medidas de protección porque «ayudan a perder el miedo» a contraer el virus. Eso y «la predisposición» –dice– que también «influye». «A medida que pasa el tiempo una va logrando dominar los miedos, que tenemos todos», reconoce. En su caso, porque vive con su hijo, su mamá –también mayor– y su esposo. Miedos percibe, también, de otras personas y que a veces son estigmatizantes: «Te preguntan dónde trabajas y [cuando respondes] la gente tiene miedo a acercarse a una. No se dan cuenta que el virus está en todas partes», asevera.

Carmen Pérez, técnica en Enfermería: «Los abuelos están más desorientados y ansiosos»

Carmen Pérez

Convencida de haber tomado todas las precauciones posibles, Carmen Pérez afirma que hasta ahora el hogar donde trabaja “se ha mantenido a salvo” del coronavirus. Eso le da cierta tranquilidad ante el panorama general, probablemente entre los más complejos que ha enfrentado durante los tres años de trabajo en la Residencia Candil de la cadena Acalis, ubicada en Lo Barnechea.

Técnica enfermera de profesión y con 45 años, Carmen trabaja en el tercer piso del hogar, donde residen abuelos que están postrados y con grados altos de demencia. A su cargo tiene cinco adultos mayores para levantar, asear y a quienes hacer los cuidados. Además, junto a otras cuatro compañeras, se ocupa de los veinte ancianos que también ocupan ese piso. «Los abuelos tienen demencia avanzada, entonces saben poco, pero hemos notado que desde que esto empezó están más desorientados, más ansiosos», explica. En su opinión, se debe al hecho de no recibir visitas y «no tener contacto con los familiares». Carmen observa «cambios» en los residentes y admite que «a veces a algunos no hay cómo tranquilizarlos».

Carmen y la mayoría de los trabajadores de la residencia han cambiado su dinámica de turnos: ahora trabajan 24 horas seguidas y descansan tres días. Lo hacen para reducir entradas y salidas del establecimiento. Además, aplican protocolos para desinfectarse y se toman la temperatura al inicio y fin de jornada. «Nosotros somos los vectores de contagio a los abuelos», dice. El miedo de los trabajadores de infectar a los ancianos existe. Sin embargo, su «mayor temor» es contagiar a sus familiares y convivientes: «Es lo que más nos complica; nos psicoseamos con eso», afirma. Para tratar esta angustia, la empresa a puesto a su disposición un psicólogo: «Es un buen apoyo emocional porque muchas estamos preocupadas por lo que pueda pasar y necesitamos desahogarnos», confiesa Carmen. En su caso, porque convive con sus hijos, su mamá, que también es adulta mayor, y sus nietas. Por eso, antes de pisar su casa, aplica escrupulosamente lo que ella misma ha bautizado como «el ritual de la desinfección», la única receta fiable para resguardar a los suyos de un eventual contagio.

Trabajador (anónimo) del Fono Mayor: «Llaman porque se sienten solos, necesitan hablar y que les escuchen»

Imagen Referencial Operador de atencion telefonica

Es uno de los recursos de apoyo más importante para las personas mayores que viven solas en sus propios hogares y en tiempos de pandemia su función ha devenido aún más imprescindible. El Fono Mayor del Senama atiende hoy durante 11 horas, de 9 de la mañana a 20h de la tarde. Al otro lado contestan trabajadores del Senama que escuchan los problemas y resuelven las dudas de los ancianos. «Recurren al Fono Mayor para preguntar lo que sea, literalmente: desde reclamar porque la vecina le gritó hasta para saber si son beneficiarias de algún bono», relata uno de los funcionarios que ha accedido a dar su testimonio anónimamente. Explica que los bonos son, precisamente, uno de los temas que genera más preocupación entre los abuelos porque, paradojalmente, al recibir la pensión quedan al margen de las ayudas económicas que ofrece el Estado para enfrentar la crisis que dejará el virus: «La pensión es la letra chica de los bonos», asevera el trabajador.  Comenta que muchas personas mayores «llaman, simplemente, porque se sienten solas y necesitan hablar y que les escuchen». Y continúa: «Es enorme, enorme –recalca– la cantidad de personas mayores que tienen hijos, pero no los contactan y están solas».

Según explica, los viejos se quejan de que «Salud Responde» no les contesta al teléfono: «No da abasto para poder atender sus dudas sobre la sintomatología de coronavirus», asegura. Por eso, el Fono Mayor es el servicio que estos días está procesando muchas de las preocupaciones que los adultos mayores tiene sobre su salud. «Están muy asustados y angustiados porque, en la televisión, lo único que escuchan es que la población mayor es la que muere, que la población mayor no puede salir, que la poblacion mayor se va a contagiar. Viven en esa desesperación«, cuenta. 

Para el funcionario que habla, el servicio ha pasado de ser «bien precario» a «abarcar más de lo que le corresponde»: ha implementado turnos de trabajo y se ha coordinado con otras redes asociadas a las necesidades de la tercera edad. «Lamentablemente, como Estado funcionamos siempre parcelados entre municipios, servicios, privados.., pero en esta pandemia estamos tratando de integrarlos», precisa. Con varias semanas de trabajo intenso, los funcionarios también sienten el agotamiento de lidiar a diario con las falencias del sistema a través de un teléfono: «Está siendo bien duro, tenemos que nadar a contra corriente constantemente». La crisis sanitaria los convirtió en las orejas que al otro lado de un cable ofrecen contención cotidiana a la soledad, precariedad y pobreza de la gente mayor.

Fono Mayor

 

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