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¿Hubo un estallido?

Por: Jorge Arrate | Publicado: 09.05.2020
¿Hubo un estallido? Marcha 8M en Santiago | Foto: Agencia Uno
El gobierno llama a la colaboración de todos y a superar diferencias sin entender lo que molesta a la mayoría de los chilenos. No puede escuchar, o se hace el sordo, o no logra evitar hacerse el sordo, por costumbre, por interés, por mezquindad. Todos tenemos el deber de contribuir como podamos a erradicar el virus. No tengo dudas. Pero, seamos claros, no es fácil colaborar con las actuales políticas gubernamentales sabiendo que después de la pandemia Chile habrá profundizado esa manera injusta de convivir que provocó el “estallido”.

Desde el comienzo de la pandemia el gobierno puso por delante el activismo económico como prioridad. El descarte de las cuarentenas generales y la opción por las “dinámicas” y “flexibles”, el control de la información epidemiológica, la desconsideración de la opinión de los alcaldes y del Colegio Médico, la rabieta por tener que suspender las clases, todo apuntaba a la estrategia de enfrentar la crisis sanitaria con el menor costo económico aunque fuese más riesgoso para la salud de la población. No se hacían más tests PCR “porque no es necesario”, dijo el Ministro de Salud en uno de sus informes matinales. Se evitaron las medidas radicales de precaución. Luego los países de Europa, ya en fase de decaimiento de la infección, comenzaron a hablar del retorno gradual a la actividad económica; Trump y Bolsonaro, que nunca tomaron en serio el virus, han emprendido a destiempo ese camino irresponsable.

Mala idea fue seguir la estrategia impulsada por gobernantes imprudentes cuyo eje conductor es promover los negocios. Pero, descriterio e insensibilidad es lo que sobra a nuestro actual gobierno. Entonces la “nueva normalidad” y el “retorno seguro” se convirtieron en sus objetivos, aunque ningún signo fuerte de control de la pandemia se había hecho sentir: que vuelvan al trabajo presencial los empleados públicos, que se abran los mall, que los estudiantes vuelvan a clases. Por otra parte, las políticas paliativas de la cesantía y la falta de trabajo de los informales mostraron falta de visión y también de respeto.

Los trabajadores han debido financiar sus salarios recortados con sus propios fondos, que solo cuando se agoten se incrementarán con recursos públicos. El bono para los más necesitados es una suma irrisoria aunque, claro, aún así deseable cuando el hambre acecha. La discusión sobre el Ingreso Familiar de Emergencia ha expuesto la decisión gubernamental de cargar a los débiles y eximir a los más fuertes del peso de la amenazante enfermedad, al aferrarse a una cifra obviamente insuficiente. Las empresas, por su parte, usan y abusan de las debilitadas leyes laborales mientras algunas de ellas se dejan llevar por el reflejo: repartir utilidades, por sobre la norma, a sus accionistas, aún a riesgo de tener que arrepentirse. El estado recibe donaciones para el sistema de salud que, si en Chile hubiese justicia tributaria harían innecesario que los grandes empresarios pretendieran ser filántropos. En los sectores periféricos de las grandes urbes la escasez acosa a  las familias de menos recursos. Ya llegarán los filántropos con cajas de comida para mostrar su bondad y tender vínculos que puedan dar réditos. Así lo ha informado hace unos días el Diario Financiero.

El “estallido” fue contra las desigualdades insólitas, la vida sin horizonte para millares de jóvenes, la falta de buena educación y salud, las malas condiciones de las viviendas, la depredación de la naturaleza por empresarios insaciables, el abanico de abusos contra las mujeres, el abuso con los consumidores que pagaron precios excesivos por pollos, papel confort, medicamentos y quizá cuantos productos más, el abuso descargado cada día sobre desempleados, migrantes y mapuches y todo desventurado ajeno a los privilegios del 10% más rico, del 1% más rico, del 0,1% más rico. El abuso del poderoso sobre el débil, del arrogante sobre el humilde, del rico sobre el pobre, el no tan pobre, el más o menos pobre, el que no es pobre pero tampoco rico.

El gobierno llama a la colaboración de todos y a superar diferencias sin entender lo que molesta a la mayoría de los chilenos. No puede escuchar, o se hace el sordo, o no logra evitar hacerse el sordo, por costumbre, por interés, por mezquindad. Todos tenemos el deber de contribuir como podamos a erradicar el virus. No tengo dudas. Pero, seamos claros, no es fácil colaborar con las actuales políticas gubernamentales sabiendo que después de la pandemia Chile habrá profundizado esa manera injusta de convivir que provocó el “estallido”.

Para el Presidente, su gobierno y la mayoría de los sectores de derecha, parece no haber existido levantamiento popular alguno. El 18 de octubre y los meses siguientes fueron solo un mal sueño, una amarga pesadilla. Para su mirada, la pandemia es, como lo escribió sin pudor un opinólogo neoliberal, “lo mejor que pudo pasar políticamente a Chile”: dejó atrás el discurso humilde y culposo de fines de octubre y del día siguiente de la marcha de un millón doscientos mil y ha puesto en cuestión el acuerdo para hacer un plebiscito constitucional que ahora la derecha urde como tumbar para siempre.

En aquellos días anunciaron con fanfarria que habían “escuchado”. Era falso, los hechos dicen otra cosa.

Así como vamos, la pandemia pasará, pero las razones del “estallido” serán aún más poderosas de lo que fueron.

Jorge Arrate