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Opinión

¿Virtud o consecuencia? A propósito del affaire Jackson

Por: Gonzalo Delamaza E. | Publicado: 13.05.2020
¿Virtud o consecuencia? A propósito del affaire Jackson | Foto: Agencia Uno
Vamos al punto. Más allá de la parte epistemológica de la verdadera realidad, ¿nos ha engañado el diputado Jackson? Y, ¿tienen los nuevos las malas prácticas de los viejos? ¿Cuáles son las prácticas que nos importan? Sostengo que acá se confunde virtud con consecuencia. Si queremos que nuestros representantes sean antes que nada “hombres (y mujeres) virtuosos”, entonces nos va a importar si dona o no dona como dijo, a quien lo hace, como usa la plata que le queda y muchos otros aspectos de su vida. Pero ocurre que el diputado cumple un rol específico: es representante popular en un espacio de poder, donde se toman las decisiones que nos afectan y nos obligan. Su práctica relevante, para nosotros, ciudadanas y ciudadanos, es principalmente la que ejerce como congresista: que leyes promueve y como vota las que otros proponen. En este caso si es capaz de sacar adelante o no lo que propuso al llegar al Congreso: reducir la dieta parlamentaria, estableciéndola de acuerdo a una relación con el sueldo mínimo. Esa es una medida de consecuencia política, no de virtud.

Coincidiendo con el momento que ¡por fin! se tramita en el Congreso la reducción del 50% de la dieta parlamentaria, el diputado Renato Garín “denunció” a su ex camarada Giorgio Jackson de mentir, puesto que este ha señalado que “dona” el 50% de su dieta, cuando en realidad con ello financiaría las campañas de Revolución Democrática. En rigor no hay mentira, puesto que el diputado Jackson le dona a su propio partido y no se queda con el dinero, según declara. Pero la lectura que me interesa comentar es otra, y es la que expresó un joven dirigente social en un chat del que participo. Se sintetiza en que Jackson “predica pero no practica” y, generalizando, que “la generación dorada de la política tiene las mismas malas prácticas” que las demás. Y, para rubricar, un descubrimiento epistemológico: “hoy sale a la luz la verdadera realidad”. No exageremos la ironía, la comunicación en las redes sociales es así. Casi nadie se toma la molestia de justificar mucho lo que afirma –y nadie le importa- y podemos saltarnos con toda agilidad la mayoría de los pasos argumentativos para llegar rápido a la conclusión, que en realidad era el punto de partida, que solo estaba buscando un pretexto para reafirmarse. En otro texto podemos hablar del “síndrome Garín” (el narcisismo de las pequeñas diferencias lo llamó el maestro Estanislao Zuleta) y de la naturaleza y práctica de la comunicación en las redes, que de pronto nos agobia.

Vamos al punto. Más allá de la parte epistemológica de la verdadera realidad, ¿nos ha engañado el diputado Jackson? Y, ¿tienen los nuevos las malas prácticas de los viejos? ¿Cuáles son las prácticas que nos importan? Sostengo que acá se confunde virtud con consecuencia. Si queremos que nuestros representantes sean antes que nada “hombres (y mujeres) virtuosos”, entonces nos va a importar si dona o no dona como dijo, a quien lo hace, como usa la plata que le queda y muchos otros aspectos de su vida. Pero ocurre que el diputado cumple un rol específico: es representante popular en un espacio de poder, donde se toman las decisiones que nos afectan y nos obligan. Su práctica relevante, para nosotros, ciudadanas y ciudadanos, es principalmente la que ejerce como congresista: que leyes promueve y como vota las que otros proponen. En este caso si es capaz de sacar adelante o no lo que propuso al llegar al Congreso: reducir la dieta parlamentaria, estableciéndola de acuerdo a una relación con el sueldo mínimo. Esa es una medida de consecuencia política, no de virtud.

Consideremos otro caso, el de Pablo Longueira. El ha declarado que todo lo que hizo –boletas falsas- fue para el financiamiento de la política y que el dinero no fue a su bolsillo. ¿Es eso lo que más nos importa? ¿O nos importa que desde sus cargos ejecutivo y legislativo se comportó como empleado de las empresas pesqueras? Creo que en el juicio debiéramos ponernos en el lugar de los sujetos concernidos por sus decisiones: las y los pescadores, los habitantes del litoral, en primer término. Y luego todos los demás implicados. Si se dejó el dinero para él hablaría de su falta de virtud, de su deshonestidad. Si usó el dinero para favorecer un grupo de grandes empresas, actuó en contra de sus deberes como representante popular, fue inconsecuente y engañó a sus electores. Y perjudicó a la población. Poco importa si vive como un pachá o desayuna té con pan duro.

Lo anterior no quiere decir que nada importe la consistencia entre el discurso público y la actitud personal. Pero aquí es donde está problema: el tenor del debate en Chile lleva a confundir las cosas. La propuesta de reducción de dieta tiene el mismo valor político, tanto si el diputado dona o no dona su dieta. Y es un error político hacer del “predicar con el ejemplo” (un valor moral) un equivalente de la consecuencia política. Esto último, para un representante popular, equivale a decir “por sus hechos los conoceréis”. Y no por sus virtudes personales. El populismo actúa en nombre de la virtud: afirma a todos los vientos que encarna los valores más altos y lo hace en contra de los sucios intereses de todo el resto. Y en esa superioridad moral se mantiene, con independencia de la política efectiva que implementa. Por eso, por ejemplo, el gobierno de Evo Morales podía ensalzar discursivamente el respeto ancestral por la pachamama y al mismo tiempo impulsar el extractivismo minero y de los hidrocarburos, que era su política efectiva. Pero hay más. Milan Kundera, en una de sus primeras novela, La Broma, nos dice que los comunistas que pervirtieron el socialismo en el gobierno de su Checoslovaquia natal, eran “los mejores entre nosotros”. Es decir los más virtuosos, los más dedicados, los más convencidos, los de la línea más pura. Toda la crítica que había que hacer al “socialismo real” no era achacable a unos truhanes y corruptos, sino que, al contrario, a quienes mejor encarnaban los valores que la generación comunista de la segunda guerra perseguía. ¿Y eso los hacía menos dictadores, menos sanguinarios, menos subordinados a la URSS? Al revés: en nombre de esa pureza revolucionaria inhibieron no solo a los opositores sino a sus propios compañeros, pues el partido –la encarnación más alta de la moral y los valores- no podía equivocarse.

Volvamos a nuestra prosaica política en cuarentena: el único cuestionado en el caso es quien promovió junto a Boric –en nombre de la nueva generación política- hace ya seis años la reducción de la dieta y está a punto de conseguirla. Cuando eso suceda no será relevante saber lo que hace él ni los otros 154 diputados con su dieta, porque los habremos acercado un poco a la ciudadanía por la vía del bolsillo. O bien puede que su moción pierda apoyo en vista de su alegada baja estatura moral y que no se logre la rebaja. Los moralizadores quedarán contentos con el castigo inflingido. Y la política habrá perdido la batalla.

Gonzalo Delamaza E.