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Opinión

Los niños y niñas del otro Chile: ¿vulnerables o resilientes?

Por: Antonia Cepeda y Ximena Valdés | Publicado: 08.06.2020
Los niños del otro Chile, los “vulnerables”, tienen hambre y, al igual que en los años 80, son sus familias “las vulnerables”, no el Estado, las que con su propio “mérito” –y vaya qué mérito– lidian con el hambre de sus hijos e hijas y con la propia, organizando ollas comunes, solidarizando, compartiendo la pobreza, ejerciendo ciudadanía con sus vecinos, levantándose a pesar de todo.

El origen de la palabra resiliencia proviene de la metalurgia y hace referencia a la capacidad de ciertos metales de volver a su estado original luego de haber ejercido fuerza sobre ellos. En el caso de las personas, este concepto hace referencia a la capacidad de “volver a pararse” a pesar de estar expuestos a situaciones límites. Hoy más que nunca hemos escuchado hablar de los niños “vulnerables”, como si esta fuera una condición casi genética de una franja de la población, algo similar a una nacionalidad, un fenotipo, una condición humana. Como plantea Humberto Maturana, el lenguaje construye realidad, por lo que no es menor precisar que, en realidad, los niños del otro Chile no son vulnerables, lo que sí es cierto es que a ellos se les han vulnerados sus derechos. Nadie más resilientes que esos niños que a modo de monos porfiados vuelven a pararse y siguen adelante a pesar de la adversidad.

El virus ha afectado preferentemente a “los adultos mayores, con patologías de base”, por lo que, en esta vuelta, los niños y niñas “vulnerables” han quedado aún más invisibilizados que lo que han estado siempre:  no existen en la tele, ni en los discursos, ni en los informes diarios, salvo, cuando se quiso volver a la normalidad abriendo las escuelas, sin tener a la vista el riesgo a lo que se les exponía. Las instituciones del Estado, cuya misión es ofrecer servicios a los niños y niñas priorizando aquellos que viven en situación de pobreza, han desaparecido del escenario público. ¿Qué política o estrategias han comunicado a la ciudadanía Sename, Integra o JUNJI para enfrentar de forma audaz, contundente y decidida lo que hoy están experimentando los niños y niñas?

Los niños del otro Chile, los “vulnerables”, tienen hambre y, al igual que en los años 80, son sus familias “las vulnerables”, no el Estado, las que con su propio “mérito” –y vaya qué mérito– lidian con el hambre de sus hijos e hijas y con la propia, organizando ollas comunes, solidarizando, compartiendo la pobreza, ejerciendo ciudadanía con sus vecinos, levantándose a pesar de todo.

Con una capacidad de gestión y organización que se quisiera la autoridad y el servicio público, han puesto en funcionamiento ollas comunes en la mayoría de las poblaciones para enfrentar el hambre, haciendo en un par de semanas la “pega del Estado”. De haber confiado en sus capacidades, sabiduría y conocimiento de lo que significa ser pobres, podrían haber sido eficientes distribuidores de la “canasta” en sus comunidades. La resiliencia de los niños “vulnerables” va de la mano con la de sus familias, muchos de ellas fueron los niños del otro Chile en la década de los 80.

El hambre de los niños y niñas del otro Chile tiene dos caras: la del estómago vacío y la del alma herida. El hambre del alma son sus sueños rotos, sus temores, la rabia contenida, las preguntas sin respuestas. Existen iniciativas documentadas desarrolladas con niños de ollas comunes en la década de los 80, en la que es posible constatar que cuando se les dio la oportunidad de poner en palabras lo que sentían y pensaban, manifestaron lo que probablemente hoy dirían los niños y niños  del otro Chile:  “No me gusta cuando mi papá no trae plata”, “Me pone triste cuando veo a un niño pidiendo pan”, “Me pongo contento cuando como puré”,  y contar con sus palabras y dibujos el orgullo que significaba en aquel tiempo para ellos la “OLLA”: un espacio de dignidad construido por sus familias para ofrecerles protección en medio de la desprotección (https://www.youtube.com/watch?v=VZSZoinVEpY&feature=youtu.be).

Otra época, mismo escenario, mismos dolores, misma desigualdad, no importa el año que sea, con o sin crisis, con o sin pandemia, en dictadura o en democracia, los niños del otro Chile están siempre “confinados” y se paran una y otra vez generación tras generación.

Resuelta el hambre del estómago de los niños y niñas del otro Chile, será prioridad enfrentar el hambre del alma: a corto plazo, las políticas públicas, la escuela, los jardines infantiles, la atención primaria de salud, tienen el desafío de generar espacios para la expresión de lo que han sentido y experimentado los niños y niñas del otro Chile, ayudarlos a comprender lo que han vivido y descubrir sus fotalezas; escucharlos a ellos y a sus familias, reparar y sacar lecciones. A mediano plazo, el desafío es pensar cuál es el país que se merecen todos los niños y niñas de Chile.

Antonia Cepeda y Ximena Valdés