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TV chilena: la pandemia como espectáculo

Por: Claudio Salinas y Freddy Sánchez | Publicado: 12.06.2020
La desastrosa frase de la diputada Hoffmann encarna ese deja vu ochentero de pura y ramplona caridad. Las y los políticos aparecen en televisión contemplando la pobreza desde fuera, muy de fuera. Felicitan el acto caritativo de algún privado, se apenan cuando ven por la cámara una olla común o cuando alguna alma piadosa regala una mediagua.

Como un deja vu ochentero, se despliegan hoy los matinales de televisión. Pululan por los sets de TV siempre los mismos políticos y los conductores y conductoras (periodistas, animadoras y animadores que deprimen y no animan) entrevistan a los primeros buscando que saquen su lado caritativo, humano y piadoso. Estos mismos presentadores y presentadoras pronuncian frases del tipo: “No conocíamos la realidad del hambre y la pobreza extrema, al igual que el mismo ministro de Salud Jaime Mañalich”. Lo que podría parecer loable, pues se trata de un reconocimiento de su propia incapacidad, se vuelve simple cinismo y una prueba de que habitan otro país, otra realidad.

Ese deja vu ochentero nos recuerda los programas de hace más de 30 años, cuando la TV y las y los animadores de entonces organizaban campañas humanitarias cuando se rebalsaba el río Mapocho (cuando llovía en Santiago), se producía un aluvión o un terremoto. Esas campañas, que tenían lugar en plena dictadura militar, las animaba don Francisco, por supuesto, bajo el lema de “Chile ayuda Chile”, y cuyo propósito era recolectar víveres, pañales o electrodomésticos para los más necesitados. Pura caridad, en todo caso, además de, por cierto, ser la expresión total de la ausencia y precariedad del Estado. La política era esta, una aparente suspensión de la misma en pro del bien piadoso.

Don Francisco era el tipo ideal de estas campañas ochenteras y, tal vez, de los shows de la caridad en estos tiempos de Covid-19. El mismo Óscar Contardo en La era ochentera nos recuerda que Mario Kreutzberger repetía como mantra “Soy apolítico”, “Yo no entiendo de política”. Tal como hoy, cuando el gobierno nos pide “críticas constructivas” y que abandonemos la oposición política. Lo claro es el que el Estado no se hace cargo de sus ciudadanos simplemente porque no quiere, porque el dogma neoliberal no lo permite. Las personas no deben depender del Estado, como señaló campante hace unos días la diputada UDI María José Hoffmann, a propósito del salario de emergencia decreciente diseñado por el gobierno de Piñera. Las personas –las clases sociales más bajas– deben desfilar ante la cámara, deben mostrarnos su dolor en primer plano, como si estuviéramos en verdadero zoológico de la miseria televisada.

La desastrosa frase de la diputada Hoffmann encarna ese deja vu ochentero de pura y ramplona caridad. Las y los políticos aparecen en televisión contemplando la pobreza desde fuera, muy de fuera. Felicitan el acto caritativo de algún privado, se apenan cuando ven por la cámara una olla común o cuando alguna alma piadosa regala una mediagua. Y todo esto acicateado por la voz melodramática de una conductora o conductor de matinal que también declara desconocer el tamaño y amplitud de la pobreza. Y, con cara compungida, como si se tratase de una confesión que expiaría sus culpas por tamaña ignorancia. La hambruna y la pobreza como antes y más que antes, convertida en espectáculo.

En 1967, Guy Debord escribía lo siguiente en su libro La sociedad del espectáculo: “El espectáculo se presenta a la vez como la sociedad misma, como una parte de la sociedad y como instrumento de unificación. En tanto que parte de la sociedad, el espectáculo es expresamente el sector que concentra toda mirada y toda conciencia. Por el hecho mismo de estar separado, este sector es el lugar de la mirada abusada y de la falsa conciencia; la unificación que este sector establece no es otra cosa que un lenguaje oficial de la separación generalizada”.

En 2020, pandemia mediante, observamos sobre todo en los matinales, de manera concreta, eso que Debord tan lúcidamente denominaba como “la sociedad del espectáculo”. Una sociedad cruzada hoy por un capitalismo neoliberal que amplía el simulacro de las imágenes bienintencionadas exhibidas por la televisión chilena. Claro, se trata de la pobreza mediatizada, de imágenes que no alcanzan o no pueden entablar una relación estrecha con la realidad real. Sólo se accede a esa representación espectacular de la sociedad, a una agregación hipersaturada de tragedias individuales. Esta hipertrofia testimonial, por cierto, también aterra. Al respecto, Alejandro Zambra lo expresa literariamente a propósito del ejemplo pináculo de la caridad televisiva: “Hasta entonces mi idea del sufrimiento estaba asociada a Dante y a los niños de la Teletón, que era una fuente inagotable de temores y pesadillas. Cada año con mi hermana veíamos el programa entero hasta caernos de sueño, como casi todos los niños, y pasábamos semanas imaginando que perdíamos los brazos o las piernas”.

Debord complementa lo descrito por Zambra: “Toda la vida de las sociedades en que reinan las condiciones modernas de producción se anuncia como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que antes era vivido directamente se ha alejado en una representación”.

Esa “acumulación de espectáculos” individuales es una cuestión dramática, pues aquellas presentadoras, presentadores y políticos observan enajenados la realidad, desde un cómodo palco. ¿No son los y las políticos los encargados de llevar adelante medidas para combatir la pobreza y el desempleo? ¿Cómo es posible que contemplen con entusiasmo las acciones caritativas que alguna persona particular realiza? ¿Cómo es posible que celebren como el pueblo ayuda al pueblo, en vez de ser ellos los que debieran hacerlo?

Ya hacia fines de la década de los 70, Giovanni Sartori advertía cómo las personas se encontraban indefensas frente a “la victoria del cañón” que implica el mensaje que socializan los medios de comunicación de masas. En ese contexto, Sartori indicaba que, para enfrentar a quién controla y bombardea con mensajes, es imprescindible volver a la política. El problema hoy, es que esta se encuentra secuestrada en esta sociedad del espectáculo.

Claudio Salinas y Freddy Sánchez