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Opinión

Valparaíso en cuarentena: un miedo inconcebible a la pobreza

Por: Cristián Zúñiga | Publicado: 12.06.2020
Valparaíso en cuarentena: un miedo inconcebible a la pobreza Valparaíso | AGENCIA UNO
Han sido muchos años de sueños y bla, bla, bla, bla, respecto de una ciudad que lleva largo tiempo en la sala de espera del hospital nacional de las políticas públicas. Hoy el centro de Valparaíso es cualquier cosa. ¿No me cree? ¿Exagero? ¿Ha dado una vuelta por las calles Pedro Montt o Condell?  

Siempre es tentador escribir sobre Valparaíso desde una frase poética (recitada por un aristócrata jubilado de Providencia), cita filosófica (en palabra golpeada de algún viejo abogado progresista) o el cántico ebrio del bolero (entonado desde algún boliche del exilio).

Pero no, demasiado.

Han sido muchos años de sueños y bla, bla, bla, bla, respecto de una ciudad que lleva largo tiempo en la sala de espera del hospital nacional de las políticas públicas.  

Antes, en el siglo XX (el siglo pesado), las pestes foráneas aterrizaban en valpo, pues se trataba del puerto principal, una ciudad global desde donde se importaban (y en mucho menor medida exportaban) ideas, modas, ideologías, negocios, culturas y, por supuesto, los virus del viejo mundo.

Por el contrario, hoy el centro de Valparaíso es cualquier cosa. ¿No me cree? ¿Exagero? ¿Ha dado una vuelta por las calles Pedro Montt o Condell?  

Ya ni los tradicionales juegos de la plaza Victoria existen; esa plaza donde fusilaran a los asesinos de uno de los últimos grandes emprendedores de Valparaíso, el nunca bien ponderado Diego Portales (cómo olvidar su monopolio de los excesos piloteado desde la calle Urriola).

Desde sus cimientos de ciudad jamás fundada (de seguro se robaron el certificado de fundación), Valparaíso ha sido sostenida por el comercio y su privilegiada vista hacia el horizonte asiático. El sueño de todo comerciante porteño, con ambición global, siempre ha sido zarpar desde el muelle Prat en búsqueda de esos millones de potenciales consumidores chinos.

Pero resultó al revés. Fueron los chinos quienes llegaron y se instalaron en el plan porteño con sus malls de chucherías y chumbeques, contribuyendo a la casi extinción del tradicional comercio porteño (difícil competir con una cultura donde no existen los sindicatos).

Digamos que, la denominada modernización capitalista nunca le llegó a Valparaíso y, por el contrario, los años de prosperidad en base a deuda y meritocracia, coinciden con los peores días de la mal llamada ciudad puerto.  

Es más, el proyecto de futuro que los gobiernos de la denominada “era Caburgua”  (Bachelet-Piñera-Bachelet-Piñera) le ofrecieron a los porteños (similar al que ofrecieran a ciudades como San Antonio, Antofagasta y Puerto Montt ), consistía en instalar en el paño del borde costero  una ferretería, dos boliches de hamburguesas , unas cuantas multitiendas de poca monta y, las tradicionales torres “ Paz Froimovich”, como sinónimos de reactivación económica.

Y es que para la “era Caburgua”, ciudades como Valparaíso se pensaban y diseñaban desde el facilismo de conceder terrenos fiscales a los especuladores de Sanhattan. Por supuesto, los inversionistas ponían las condiciones.

Recordemos que un grupo de ciudadanos organizados lograron, a punta de recursos judiciales, frenar aquel proyecto denominado “mall Barón”, aunque luego esos mismos ciudadanos organizados se metieron a la política y terminaron por desaparecer del mapa.

Han sido años de peleas, recursos judiciales, campañas y demasiadas volteretas en torno a la discusión del borde costero porteño. Unos, abogando por la expansión del puerto en pos de mantener la que, históricamente, ha sido fuente principal de empleo y movimiento económico para la ciudad; otros, proyectando un puerto de turismo y creatividad, casi soñándose con una potencial Barcelona, Lisboa o Génova.

Sin embargo, hoy parte importante del borde costero es un peladero. No hay mall, ni una barceloneta y menos un parque de turismo cultural. Solo existen promesas presidenciales, mismas que la era Caburgua, durante 16 años, viene anunciando.

Quizás, ahora que los porteños entramos por primera vez a la cuarentena total, podremos ver en calma desde nuestras casas y con la nostalgia que otorga el encierro, aquel borde costero vacío, con buques oxidados y una que otra embarcación perdida.  

En Valparaíso no necesitamos de estadísticas ni gráficos para compararnos con nuestro pasado. Basta ver las viejas fotos de la ciudad y listo. Toda foto del pasado, será mejor que el HD del presente porteño.

La vida, decía Nietzsche, necesita del olvido o de una conciencia no histórica. A los porteños nos viene bien aquella sugerencia del filólogo alemán (tan leído en valpo), pues el pasado siempre nos ha venido como un mazazo.

Pasada la peste y el confinamiento, cuando el Parlamento vuelva a sus funciones desde el edificio legado por Pinochet (ubicado en el mismo perímetro donde naciera el dictador) y se comience a sentir la brisa fría de la crisis económica, es que Valparaíso debería cobrar viejas facturas al poder político.

Entonces se requerirá astucia, sensatez y liderazgo para asumir que, desde una ciudad quebrada, se tomará el desafío de echar andar la maquina productiva, sacando adelante aquellos grandes proyectos abandonados por años.

Esperemos que las autoridades locales sepan estar a la altura del desafío y paren de comportarse como niños asustados. Son tiempos donde se necesita la templanza y generosidad de aquel viejo marinero que enfrenta la tormenta.

No están los tiempos para andar dándose gustitos políticos, ni menos para pretender salvar la nave solo con tus amigos. El motor de Valparaíso se tendrá que echar andar, de ser necesario, tragando sapos y culebras.

Esperemos que, a lo menos, y muy pronto, recuperemos aquel miedo inconcebible a la pobreza que nos cantaba el gitano Rodriguez. Por ahora, la pobreza camina por las calles de Valparaíso, descarada y normalizada.

Cristián Zúñiga