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Opinión

Violencia machista: ¿todavía el silencio como respuesta?

Por: María Isabel Peña Aguado | Publicado: 20.06.2020
Violencia machista: ¿todavía el silencio como respuesta? | Foto: Cynthia Shuffer
Esta pandemia está golpeándonos a todos, pero para muchas mujeres se ha convertido en paliza tras paliza, golpe tras golpe, insulto tras insulto. Y el miedo, un miedo oscuro y monstruoso que muchas de las mujeres sólo enfrentan con silencio, ¡un maldito silencio!

Hace justo un año publiqué una columna titulada “Novecientos noventa y nueve minutos” (https://www.theclinic.cl/2019/06/12/columna-de-maria-isabel-pena-novecientos-noventa-y-nueve-minutos-de-silencio/). Eran entonces 999 mujeres las que habían muerto en España y ya era previsible que pronto, muy pronto, llegaría la número mil. Y así fue, y así sigue siendo porque está peste maldita no termina y, al igual que el coronavirus, se ha vuelto muy contagiosa. El confinamiento, la cuarentena y el aislamiento han servido de caldo de cultivo para que haya más violencia, para que acosadores y brutales compañeros, tengan a sus mujeres ahí donde las querían tener, aisladas y controladas cada minuto del día y de la noche.

Esta pandemia está golpeándonos a todos de una u otra manera, pero para muchas mujeres se ha convertido en paliza tras paliza, golpe tras golpe, insulto tras insulto. Y el miedo, un miedo oscuro y monstruoso que muchas de las mujeres sólo enfrentan con silencio, ¡un maldito silencio! Un silencio sumiso frente al monstruo humano, un silencio temeroso ante las instituciones de ayuda que incluso, intentando hacer el seguimiento de los casos ya conocidos, se encuentran con la negativa de esas mujeres a seguir siendo monitoreadas. Mujeres que ocultan su miseria porque están los niños también en casa todo el día: el silencio de la vergüenza. Y finalmente otro silencio: el de la muerte. Silencio que reverbera en todos esos silencios que guardamos en recuerdo de ellas que ya no están y de sus hijos que lamentablemente, cada vez más, las acompañan en el corredor de la muerte sufriendo el mismo destino.

¿Hasta dónde tiene que llegar la dosis de silencio? Dicho de otra manera: ¿cuánto silencio puede convertirse en respuesta? ¿De qué les sirve el silencio a esas vidas truncadas? ¿O no será más bien que nos hemos quedado sin palabras, sin voz?

Estas interrogantes salen a relucir por la rabia y la impotencia.  La impotencia de leer en las estadísticas que más del 80% de las mujeres asesinadas en este año en España no había puesto denuncia. Es difícil creer que todas las muertes han sido fruto de arrebatos o enajenaciones pasajeras. Y no deja de sorprender que tras años de luchas –y conquistas– feministas, tras cambios legales –aún no suficientes, al parecer– las mujeres todavía soporten en silencio esta situación. Por eso recuerdo a menudo una pancarta de una de las manifestaciones del 8 de marzo en España. En ella se podía leer lo siguiente: “Sigo flipando por tener que protestar por esta mierda”.  Pues es eso: yo sigo flipando por tener que seguir haciéndome las mismas preguntas y lamentando, una y otra vez, las mismas circunstancias.

Mi diagnóstico es que la vergüenza –una de las emociones que más carcomen nuestra estima– es cómplice y quizá la causa de ese silencio.  Quienes trabajan el maltrato, tanto físico como sicológico, saben bien cómo la persona maltratadora convence a quien maltrata de que no vale nada y lo único que se merece es el maltrato. Y ahí es donde empieza el bucle ascendente de más silencio y mayor vergüenza ante mayor violencia. Una se avergüenza o bien porque está convencida de ser esa cosa que no merece nada o bien porque no puede explicar por qué ha llegado a esa situación, ni cuándo empezó todo, ni por qué no fue capaz de reconocer los primeros síntomas. Hay miedo de enfrentar al agresor, de ponerlo en evidencia. Pero también hay vergüenza de explicarse, de dar razones, de por qué se ha llegado hasta ahí.  Vergüenza de vivir en el relato de la humillación, de exponer la ingenuidad inicial y la impotencia derivada de ella.

Quizá porque vamos entendiendo cada vez más la complejidad de esas relaciones tóxicas, las autoridades y especialistas han comenzado a apelar a los círculos de esas mujeres. Se trata de dar avisos de alarma para que las instituciones de protección social empiecen su tarea. Una tarea que es en realidad de todas y todos y que ojalá nos ayude a terminar con todos los silencios y todas las vergüenzas.

María Isabel Peña Aguado