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Opinión

La Corte y los resentidos

Por: Rudy Wiedmaier | Publicado: 27.06.2020
La Corte y los resentidos Corte de Versalles |
Los tinterillos del Rey desplegarán sus plumas edulcoradas para hacernos creer mentiras descomunales. Tratan de convencernos de que este Chile que amamos es una nación donde prospera la justicia, la equidad –les encanta el término– y en la que existen iguales oportunidades de bienestar y progreso para todos.

La hermandad se basa en la confianza, la lealtad, la amistad, el amor y no sólo en la sangre. Amigos entrañables pasan a ser hermanos en la vida. Y en ocasiones, los hermanos son extraños. La hermandad de la Patria se suele exhibir con mucha vociferación y exaltación. Se la cita frecuentemente en los discursos grandilocuentes, en la celebración de las efemérides, en los terremotos y debacles, en las teletones y triunfos deportivos. En las campañas presidenciales. Y se la vulnera a cada segundo.

Para algunos, ser “patriota” permite hacer todo aquello que representa lo opuesto a la hermandad humana. Autoriza a arrasar con el compatriota –el hermano– y justificar toda clase de crímenes y felonías. Vestido con el ropaje del honor se envía al matadero al pueblo en guerras demenciales o se lo criminaliza y ataca y asesina con impunidad absoluta cuando éste quiere rebelarse legítimamente. Los Señores del Poder no vacilan en invocar los “valores sagrados de la Patria” para mantener a resguardo lo único que verdaderamente les importa: su riqueza económica.

Los impostores conocen los secretos del camuflaje. Han desplegado artificios para mantener su dominio y soberanía. La de unos pocos en desmedro de multitudes. La voz de los impostores puede adoptar diferentes tonos, desde el conciliador ecuménico hasta el autoritario amenazante. Con claroscuros entremedio. Para imponer su ideología los impostores cuentan con los “piojos del Rey”, aquellos que están un escalón aún más abajo que los “bufones de la Corte”. Se alimentan de la sangre del Poder, ya que éste goza de las exquisiteces de la buena mesa, y son los encargados de lavar los ropajes fraudulentos de la realeza para exhibirlos, cada día, como en un eterno Día de la marmota, frescos, de blanca pureza y relucientes. Pero no sólo el ropaje es falsificado, sino la estructura misma de aquella impostura es de cartón piedra. La apariencia es la de un compatriota, pero su vocación secreta es la traición, el engaño, la conjura y la codicia.

Todo parece indicar que habitamos una misma Patria, con identidades comunes, sueños, júbilos y esperanzas benévolas en un futuro equitativo para todos. Pero la apariencia de la calma del lago no es el lago. El discurso desplegado por la élite apunta a destacar el bien común, la tolerancia, el encuentro de todos y el trabajo mancomunado por un bien mayor: el de la Patria y sus hijos e hijas.

Patrañas.

Los tinterillos del Rey desplegarán sus plumas edulcoradas y su oficio literario y periodístico fraguado en el soborno y la coima para hacernos creer mentiras descomunales. Y lo hacen a través de los medios de comunicación. Tratan de convencernos de que este Chile que amamos es una nación donde prospera la justicia, la equidad –les encanta el término– y en la que existen iguales oportunidades de bienestar y progreso para todos.

Los privilegiados de la élite saltan histéricos a firmar cartas de desagravio, con un ímpetu que ya les quisiéramos para defender a los niños y niñas abusadas del Sename. O para proteger el derecho a la educación de los jóvenes. O para resguardar el acceso a la salud de todos chilenos y chilenas. O para exigir justicia para las víctimas y castigo para quienes en octubre pasado asesinaron o mutilaron a quienes alzaron la voz. O para defender nuestras riquezas naturales de la expoliación extranjera. O para exigir que se entregue parte de los fondos de pensiones a la ciudadanía que esforzadamente se los ganó y así no se esté sufriendo la miseria de la pandemia como ahora ocurre. Me gustaría verlos demandar –con el mismo entusiasmo con el que firman cartas promoviendo el buenismo y la tolerancia– sueldos dignos para la clase trabajadora que ya no da más, explotada, endeudada, estresada, deprimida. Para proteger nuestra cultura, a los pueblos originarios, a los artistas, de la pobreza y el desamparo. ¿Se dan cuenta de lo absurdos que se ven pontificando desde sus zonas de confort, sus sueldos millonarios, sus parentescos, mientras un pueblo entero se hunde cada vez más en la miseria y la enfermedad?

Ya no hay vuelta atrás. Les cuesta tanto entenderlo que uno llega a pensar que hay dos alternativas: o son bobos o truhanes. Se indignan porque un cientista político ocupa la palabra “degradación”. ¿Y cómo se le puede llamar, entonces, a una sociedad y clase política que acepta como natural desfalcos de altos mandos, corrupción generalizada, financiamientos irregulares, ocultamiento o falsificación de datos de salud pública en tiempos de pandemia, lavados de imagen financiados por el empresariado, violaciones a los derechos humanos esenciales, mentiras y más mentiras?

Hace unos años se hablaba despectivamente de “los resentidos” cuando alguien manifestaba opiniones como éstas. Desde octubre pasado, eso cambió para siempre. Ya no estamos solos. Es un pueblo entero que abrió los ojos. Por supuesto: es un pueblo que está resentido, cansado de ser abusado, pasado a llevar, agotado de tanto engaño.

En un camino de soledades compartidas, ya encontraremos la salida de esta ruta equivocada, a este barranco al que nos han arrastrado. Y al que nos hemos dejado arrastrar nosotros mismos.

Rudy Wiedmaier