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Opinión

El escritorio del Presidente

Por: Cristián Zúñiga | Publicado: 04.07.2020
El escritorio del Presidente Foto del tweet de Sebastián Piñera |
La foto más importante de la semana muestra un escritorio atestado de carpetas, documentos, oficios, memos. Dicho registro devela no sólo la personalidad del Presidente (su personalidad egoísta, su estilo individualista), sino que uno de los rasgos institucionales que mantiene en tensión a nuestro sistema político: el presidencialismo exacerbado.

La foto más significativa de la semana que pasó no fue la de Sebastián Piñera comprando vinos en una reconocida tienda del barrio alto. La más relevante foto semanal fue tomada por una cámara de El Mercurio al escritorio del mandatario chileno.

Se trata de una foto que muestra un escritorio atestado de carpetas, documentos, oficios, memos, etcétera. Dicho registro devela no sólo la personalidad del Presidente (conocida es su personalidad egoísta y estilo individualista), sino que uno de los rasgos institucionales que mantiene en tensión a nuestro sistema político: el presidencialismo exacerbado.

Imagine usted que todas esas carpetas arrumadas en el republicano despacho del Presidente fueran documentos relativos a las diversas carteras del Estado que se encuentran a la espera de la revisión de un solo ser humano. De ser cierto esto, ¿usted no sentiría a lo menos vértigo?

Uno podría ser mal pensado respecto a dicha foto e interpretar esas carpetas como balances e informes de los muchos y diversos negocios privados de Piñera. Si esto fuera cierto, a lo menos sabríamos que las políticas públicas de 18 millones de chilenos no dependen del dedo arriba o abajo de una sola persona.

Descartemos lo anterior, no caigamos en el juego facilista de desconfiar de nuestros líderes a buenas y primeras. Está bien recordar que la fortuna del actual Presidente es manejada por tres bancos de inversión a través de cuatro mandatos (fideicomiso ciego).

Las carpetas apiladas en el escritorio de Piñera (observadas por el rostro irónico del Bernardo O’Higgins que custodia la espalda presidencial) efectivamente son relativas a diversas materias de Estado. De seguro ahí residen decretos de obras públicas, transportes, defensa, seguridad ciudadana, gobiernos regionales, entre muchos otros.

Y también entre esas carpetas deberían estar las estadísticas relativas al Covid-19. Ya lo dijo en una reciente entrevista el subsecretario de Redes Asistenciales: “En su rol de Presidente él toma las decisiones. (…)  El presidente Sebastián Piñera tiene la última palabra siempre”.

Pero no seamos injustos con Piñera, pues el presidencialismo en Chile se destapa en la Constitución de 1925, luego es reforzado por las reformas realizadas en el gobierno de Frei Montalva y posteriormente profundizado por la Constitución del 80.

La foto presidencial solitaria y plenipotenciaria de los mandatarios es parte relevante de los libros de historia. En nuestras memorias residen las figuras de un eufórico Allende con su metralleta al cielo; Aylwin y su sonrisa de cura mendicante; la parquedad de Frei; Lagos y el padre que golpea la mesa.

Hasta llegar a la era Caburgua (Bachelet-Piñera): ese momento en que el presidencialismo deja de lado los grises trajes republicanos para dar paso a estilos que navegan entre la “cariñocracia” y el “management”.

El desapego de Bachelet y Piñera hacia los partidos políticos, así como sus personalismos y soledades a la hora de ejercer el trono, terminaron por desbalancear el poder entre el Ejecutivo y el Legislativo en favor de este último. En los últimos diez años el Congreso ha ganado terreno respecto a las leyes que se promulgan en Chile.

Por supuesto que resulta sano ver al Parlamento en un rol que vaya más allá de lo meramente legislativo y fiscalizador, en un momento donde la figura presidencial parece derrumbarse cual castillo de naipes. No obstante, también es bueno recordar que el Parlamento goza de una aprobación levemente superior a la presidencial.

Es más, cualquier proyección respecto a un cambio del sistema presidencialista por uno parlamentario debe imaginarse desde un Congreso que será dinámico y variopinto, dada la actual ley electoral y el límite a la reelección.

Y claro, así como existe un “Partido del Orden”, en los últimos tres años hemos aprendido a conocer a un transversal “Partido del Desorden”, desde donde han logrado escaños algunos parlamentarios que, en términos de narcisismo y soledad, no tienen nada que envidiar al actual mandatario.

Soplan vientos constitucionales y, por lo mismo, vendría bien tomarse en serio lo que implica la administración del poder del Estado. Más aún, en un siglo que promete continuar cargado de acontecimientos.

Por ahora, seguiremos pendientes de un solitario Presidente al que se le ve firmando un centenar de documentos y en cuyo fondo aparece el cuadro de aquel patilludo Director Supremo que, en 1823, renunciara a su mandato para partir al exilio en el Perú.

Cristián Zúñiga