Avisos Legales
Opinión

La capucha, la mascarilla y la máscara

Por: Julio Sáez | Publicado: 06.07.2020
La capucha, la mascarilla y la máscara La máxima capucha |
La capucha del estallido social hizo estallar en mil pedazos la máscara del modelo y lo ha dejado al desnudo: el rugido del jaguar es nada más que para los círculos empresariales chilenos, esa élite del 1% que concentra el 30% de la riqueza del país.

Viene a mi memoria el cuento La máscara, del escritor ruso Antón Chéjov (1860-1904), y que es muy propicio para estos tiempos de crisis pandémica del modelo neoliberal globalizante. Este autor nos provee en esta obra un punzante y certero retrato de la visión de mundo impuesta por el dinero y el poder, el mismo que, a mi juicio, se ve palmariamente reflejado en modelo neoliberal exacerbado ad nauseam en suelo nacional.

El argumento del cuento La máscara de Chéjov es el siguiente: asistían a un baile de máscaras, con fines benéficos, cinco intelectuales que, lejos de darse al disfrute y la algarabía, se dedican a la lectura. De pronto, son importunados con órdenes imperiosas de abandonar la sala por un hombre ebrio, enmascarado, alto y robusto, que asistía disfrazado de modesto cochero, acompañado de dos mujeres. Luego de una gran trifulca, en donde –para imponer su dignidad y clase– uno de los intelectuales se identifica como Yestiakov, el director del banco. Sin embargo, esto no hizo mella en el impertinente y, para sorpresa de todos, al descubrir su rostro se dan cuenta de que es nada más ni menos que Piatigórov, un millonario industrial de la ciudad, benemérito y filántropo ciudadano. Raudamente –en señal de acatamiento de su rango social– los intelectuales abandonan la sala de lectura y permiten que este poderoso buscapleitos se entregue a los efluvios de la bebida y el goce carnal. Al terminar la fiesta, los intelectuales, muy solícitos y preocupados del intruso prepotente, lo colman de atenciones y seguridades y lo acompañan hasta su mansión.

Sin duda, la visión de mundo que trasunta este relato se ubica al menos en dos coordenadas muy bien definidas y pertinentes para esta columna: el tener es más importante que el ser y la jerarquía del poder y el dinero está por encima de la dignidad de las personas.

El modelo económico neoliberal que campea por estos lares exuda esta descarnada visión del mundo. Sin embargo, esconde su “metálico y frío rostro” bajo una máscara que representaría una fantasía de oropel revestida de fulgurantes éxitos y progresos para la nación chilena y lo comunica urbi et orbe vía grandilocuentes metáforas sociales que construye el imaginario social de esta comarca del cono sur de América.

Desde la dictadura hasta nuestros días, el imaginario social de nación exitosa ha sido construido a fuerza de grandes relatos metafóricos. Cómo no recordar el rugido del “jaguar de América Latina”, referido a Chile, invención del diario El Mercurio, para asimilar a Chile con los cuatro tigres asiáticos (Hong Kong, Singapur, Corea del Sur y Taiwán), debido a su poder exportador. Chile, rugiendo estertóreamente, exportando sus comodities y posicionándose como un país emprendedor al convertirse en un paradigma exitoso del laboratorio de los Chicago Boys. Aún está en la memoria social del país el icónico iceberg que representó a Chile en la Expo Sevilla del año 1992.

¿Cómo nos auto-representamos en esa ocasión? Como una nación “fría”, “racional”, “transparente”, alejada de la calidez y tropicalidad de los países caribeños y su imagen de democracias “bananeras”. Alejada de lo latino, de lo andino, de lo aborigen, de la “morenidad” de la América Latina; más cerca de la racionalidad teutona e inglesa que tanto admiramos y nos seduce. No en vano somos “los ingleses de Latinoamérica”. Más recientemente, Piñera expresó en un diario internacional que Chile era un verdadero “oasis” en América Latina, tratando de señalar que vivimos en una democracia estable y alejada de la pobreza que caracteriza a nuestros vecinos del barrio “latino”.

Sin embargo, la capucha del estallido social hizo estallar en mil pedazos la máscara del modelo y lo ha dejado al desnudo: el rugido del jaguar es nada más que para los círculos empresariales chilenos, esa élite del 1% que concentra el 30% de la riqueza del país. Los trabajadores que producen esa riqueza deben conformarse con el maullido de un esmirriado y famélico gato. El gélido iceberg  representa en la cúspide visible a la “cromocracia” blanca que vive material y simbólicamente como “norte-europeo” y que desconoce las profundas raíces de las culturas aborígenes que se entrelazan para dar conformación al ethos profundo del chileno. El oasis sólo tiene agua para las sedientas gargantas de los grupos económicos que explotan los recursos naturales y los exportan en “bruto”, sin valor agregado y sin agregar valor social para el país.

Por otro lado, la mascarilla también desenmascara al modelo en esta pandemia: las cifras expuestas en el último informe epidemiológico elaborado por el Ministerio de Salud reflejan las brutales diferencias socioeconómicas entre las comunas de altos y bajos ingresos, particularmente en la Región Metropolitana. El mapa de Santiago es un terreno propicio para estudiar que el impacto del coronavirus es mayor en los barrios de más bajos ingresos, en comparación a los sectores acomodados. Las cifras en torno a la desigualdad son brutales: se duplica la tasa de muertes, se triplican los contagios y se cuadruplican el número de casos activos. Hasta la muerte es discriminadora y desigual.

Por ahora, el modelo impuesto por la fuerza de las armas seguirá cual Piatigórov, abusando a diestra y siniestra de los más débiles y pisoteando su dignidad. Pero sólo por ahora. La paciencia de los chilenos no es infinita y la deuda por igualdad se acumula en las cuentas del pueblo como un pagaré que será probablemente cobrado al contado y al portador.

Julio Sáez