¿El agua de los ríos se pierde en el mar?

Por: Camila Calderón-Quirgas, Tomás González y Paulo Urrutia Barceló | Publicado: 07.07.2020
¿El agua de los ríos se pierde en el mar? Río Biobío / Weston Boyles
El lamentable estado de nuestras cuencas y ríos no debiera sorprendernos tanto, ya que se sigue repitiendo el discurso del presidente de la república, senadores y diputados que creen que “el agua de los ríos se desperdicia en el mar». Pensar en ríos libres es pensar en la discusión de los derechos de la naturaleza y de los ríos. ¿Qué implica que un río tenga derechos? ¿Cómo pueden esos derechos hacerse efectivos? Si un río es reconocido como un otro con derechos, ¿podremos garantizarles el derecho a fluir libres de represas y contaminación?

Importancia de los ríos a toda escala

Los ríos son una parte clave del gran sistema terrestre llamado biósfera. Son la manifestación superficial de las dinámicas hídricas que ocurren en las cuencas, por ende, son un “bioindicador” que nos alerta cuando comenzamos a alterar su equilibrio y el de la cuenca a la que pertenece. A pesar de representar el 0,0001% del agua en la tierra, son nuestra principal fuente de agua potable. Esto se debe a que es la forma más accesible y económica de acceder a agua dulce de calidad. Los ríos sanos y saludables, son justicia ambiental, porque se garantiza el acceso a este vital elemento para todos los seres y a los humanos en una sociedad.

“Los ríos son las arterias de la Tierra”, es una analogía poéticamente correcta. La cuenca es el cuerpo de esas arterias. En ella ocurren una infinidad de procesos que dependen de los otros. Sus aguas se alimentan de los aportes que realizan los glaciares, humedales altoandinos, suelos llenos de materia orgánica y aguas subterráneas. Los ríos son formadores de valles, quebradas y llanuras pantanosas, alimentadas constantemente durante las crecidas. Pero ¡No sólo eso! Al llegar al mar siguen erosionando su lecho en cañones submarinos, formando valles al fondo de los océanos, como el del Biobío. En su viaje, distintos habitantes humanos y no humanos se benefician de la probidad de sus aguas. La interacción de estos seres vivos y rocas, incorpora al agua de cada río una “huella digital”. Cada una llena de sedimentos, elementos químicos, organismos vivos y nutrientes esenciales para la continuidad del ciclo de la vida que llegan a alimentar las zonas costeras y océanos. Un ejemplo de esta interdependencia son las diatomeas, pequeños microorganismos silíceos, que son transportados en el agua de los ríos hacia los océanos y están asociados a la alta biodiversidad de los mares cercanos a desembocaduras.

Interacción agua dulce y salada

La condición de Chile como país largo y angosto, repleto de ríos que desembocan con nutrientes en el océano Pacífico, contribuyen junto con la corriente de Humboldt a la riqueza específica de nuestros mares. Las descargas de agua dulce, por parte del río hacia el borde costero, son un proceso natural y esencial que pertenece al ciclo hidrológico. Esta circulación y mezcla de agua con menor salinidad y agua de mar, mantiene el equilibrio y el normal funcionamiento del ecosistema marino. En la Costa de Chile existe un fenómeno oceanográfico producido por el viento, llamado surgencia costera, que consiste en la afloración de aguas profundas a la superficie durante el verano. Este ascenso de agua aporta una gran cantidad de nutrientes que disminuye en invierno. Es en este momento que la descarga de agua con menor salinidad de los ríos al océano, se torna vital para sostener la biodiversidad marino costera. Este flujo se conoce como pluma fluvial y produce modificaciones en la estructura y la dinámica de la columna de agua. Existen plumas superficiales y otras adheridas al fondo y su efecto tiene una gran prolongación hacia lo profundo del océano. Por ejemplo, el río Biobío muestra una pluma relativamente profunda (~6 m) y su efecto llega a unos 33 km fuera de la costa frente a Concepción. Además, el cañón submarino del Biobío, produce un ascenso de aguas profundas a la superficie. Éstas son frías, ricas en nutrientes y bajas en oxígeno y contribuyen a la productividad biológica del Golfo de Arauco.

Se ha comprobado que la descarga de los ríos (Maipo, Mataquito, Itata, Maule y Biobío) tiene un impacto positivo en la proliferación de fitoplancton, lo que a su vez contribuye a un incremento de la vida costera, destacando los años con mayor precipitación. Entre otras cosas, aportan elementos como nitrógeno, silicio y carbono fundamentales para la vida. Sin embargo, por la acción antrópica, los ríos aportan la principal fuente de contaminación como materiales fecales y metales pesados producto de actividades como la minería, celulosa e industrias. Masotti, et al. (2018) demostraron que entre el período de sequía 2000-2014, en sectores costeros de la zona central de Chile, la descarga de nutrientes y pluma de sedimentos que aportan los ríos, disminuyó en casi un 50% con respecto a datos históricos. Esto, sumado a los contaminantes antrópicos incorporados a los ríos, puede traer consecuencias imprevisibles para la vida marina. Por ende, para tener nuestros océanos saludables y resilientes necesitamos de ríos libres y sanos que les entreguen sus nutrientes.

A lo que hemos llegado con frases como «el agua se pierde en el mar»

Es brutal, pero hay que decirlo francamente: desde la fundación de la república, Chile ha ido destruyendo y contaminando sus ríos en forma acelerada, lo que se agudizó significativamente durante las últimas décadas. Las causas son múltiples: embalses hidroeléctricos y de riego; deforestación y plantaciones; extracción descontrolada de áridos; extracciones masivas de agua para la agroindustria; contaminación con riles o aguas residuales de diverso origen (doméstico, industrial); y, en gran parte del país, la perniciosa influencia de los tranques de relaves mineros que envenenan aguas superficiales y subterráneas.

Con suma urgencia debemos tomar conciencia del estado lamentable de las cuencas hidrológicas y los ríos chilenos desde Arica hasta las regiones de Los Ríos y Los Lagos. En documentos técnicos se habla de ríos bio-ecológicamente moribundos, con tramos secos, con varios que prácticamente ya no desembocan en la mar por su flujo natural: Loa, Huasco, Aconcagua, Maipo, Maule, Biobío. La prueba de esto: todas las especies nativas de peces de agua dulce, están en peligro de extinción y muchas de agua salada también. La presencia o ausencia de peces endémicos chilenos, es indicador de la salud de las cuencas, para la cual la integridad de los ecosistemas ribereños y costeros tiene una relevancia fundamental.

El lamentable estado de nuestras cuencas y ríos no debiera sorprendernos tanto, ya que se sigue repitiendo el discurso del presidente de la república, senadores y diputados que creen que “el agua de los ríos se desperdicia en el mar”. Esta afirmación es una barbaridad ecológica, tal como indica Juan Pablo Orrego, que da vergüenza escuchar de boca de cualquiera, pero aún más de la del presidente de nuestro país, o de honorables legisladores. Es un bochorno ante la comunidad internacional más ilustrada. Delata una nula comprensión del ciclo del agua, del rol vital de los ríos en la productividad y equilibrio de los estuarios, así como de los ecosistemas costeros en general, y asimismo de la fisiología marina/oceánica, y planetaria. Totalmente inexcusable hoy en día en un planeta devastado a causa de tanta ignorancia. Observaciones recientes muestran la brutal fragmentación y degradación de la mayoría de los grandes ríos a nivel planetario, y la desaparición del 50% de los bosques del mundo, en pocas décadas.

Orrego enfatiza que la idea de que el agua de los ríos se pierde en la mar es un deliberado intento de ‘incepción’, de infección con una ideología sin fundamento, una “creencia” absurda, una superstición promovida persistentemente por el empresariado que lucra y busca seguir lucrando con la explotación de nuestras aguas y ríos. Este discurso lo venimos escuchando de boca de los ejecutivos de Endesa desde comienzos de los años ‘90, en el contexto de la campaña de defensa del río Biobío, que duró más de una década. El problema es que esta es una ideología cuyas consecuencias atentan literalmente contra la vida, contra la actual biosfera, humanidad incluida.

Derechos de los ríos y llamado a la acción.

Pensar en ríos libres es pensar en la discusión de los derechos de la naturaleza y de los ríos. Los pueblos indígenas de todo el mundo han respetado a la naturaleza como parte de su cosmovisión y parte de la vida. Diversos movimientos ambientales y científicos han señalado la necesidad de un cambio cultural centrado en una ética del cuidado, un discurso que puede alterar nuestra forma de apreciar al resto de la naturaleza. ¿Qué implica que un río tenga derechos? ¿Cómo pueden esos derechos hacerse efectivos? Si el río es reconocido como un otro con derechos, ¿podremos garantizarles el derecho a fluir libres de represas y contaminación? Si una persona tiene el derecho a vivir en un ambiente libre de contaminación ¿Un río también? De hecho, el primero está condicionado por el segundo, por ende, la restauración y remediación adquieren gran valor. Los derechos de la naturaleza deberían conducir a pensar que las condiciones ecológicas que conforman el hábitat natural deben respetarse y protegerse. Esto no implica detener la pesca u otras actividades humanas relacionadas con él; por el contrario, significa generar políticas de gestión -como la gestión integrada de cuencas y soluciones basadas en la naturaleza- que establezcan una relación más saludable y respetuosa con el flujo del río, sus plantas, sus animales, su cuenca, las rocas, el suelo y los otros elementos del paisaje por el que circula.

Durante la última década, diversas leyes se han levantado para proteger a especies animales no humanas. Al parecer, mientras más extendemos nuestra comprensión sobre el otro, más reconocemos su importancia para la humanidad y buscamos su protección. Últimamente, innumerables declaraciones internacionales se han firmado reconociendo el valor de la Tierra y los distintos ecosistemas. Por ende, el ordenamiento jurídico y las normativas correspondientes para otorgar derechos a la naturaleza y ríos, son sólo cuestión de tiempo. Es de esperar que el movimiento ciudadano siga floreciendo, se multiplique, y presione con persistencia, y que así, por la razón, prime la cordura y se salven, por el bien de todo y de todas, las cuencas de Chile de cordillera a mar.

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