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Hablemos sobre populismo

Por: Simón Rubiños | Publicado: 17.07.2020
Cuando el piñerismo y la derecha tradicional salen a etiquetar como populistas la suspensión del corte de servicios básicos, la renta básica, el Postnatal de Emergencia, el impuesto a las grandes fortunas y el retiro del 10% de los ahorros en las AFP, es porque ven en peligro su posición de privilegios y deben defender a su pueblo: las élites. Con ello configuran un populismo con una inversión ontológica en la definición, pues los intereses que defienden son los de las élites en detrimento del pueblo.

Existe una marcada intención en denostar posturas favorables hacia la población etiquetándolas peyorativamente de populistas, buscando con ello quitar el mérito que por sí puedan tener determinadas medidas, como el acceso al 10% de los ahorros previsionales. En este marco el contexto actual en Chile se ha dividido entre aquellos expertos economistas a favor del equilibrio macroeconómico, y en contra del reparto, y los populistas que, como dicen estos expertos, plantean una liviandad sorprendente por permitir acceder a dichos fondos en estos tiempos complejos.

No obstante, vale la pena preguntar: ¿es malo el populismo? En primera instancia, no.

Para evitar imperativos categóricos, es necesario clarificar qué es populismo. El término ha sido asociado con ideología, régimen político, forma de gobierno, liderazgo carismático y manipulador, estrategia electoral, demagogia, intervencionismo, política social redistributiva, régimen autoritario, fascismo, cesarismo, reformismo, nacionalismo, progresismo, socialismos, neoliberalismo e incluso movimientos antiglobalización, entre muchos otros.

Desde la ciencia política, algunos autores le definen como una ideología que considera a la sociedad dividida en dos grupos homogéneos antagónicos –pueblo y élite–, donde determinados movimientos políticos (masivos o unipersonales) se aducen el monopolio de la defensa de los intereses del pueblo, contra los corruptos enemigos que supone la élite, principalmente político-económica. Hoy se ha constituido el término de neopopulismo, que corresponde a una ubicación temporal reciente respecto al otro de carácter histórico, pero suelen usarse como sinónimos.

En rigor, populismo corresponde a un concepto polisémico, de muchos significados, cuya amplitud ha variado en el tiempo, incluyendo hoy conceptos que antes no (de ahí lo neo). El imaginario al respecto nos puede traer imágenes como Perón y Menem en Argentina, Banzer en Bolivia, Collor de Melo en Brasil, Allende en Chile, Fujimori en Perú y, recientemente, Evo Morales, Lula, Mujica, Cristina K, Chávez y Maduro. Por lo tanto, se convierte en una noción tan amplia como un barril sin fondo donde cabe de todo, sin llegar a definir algo concreto.

No obstante, en el último tiempo la polisemia del populismo se ha ido perdiendo producto de la utilización intensa de políticos de derecha para denostar proyectos progresistas, recayendo últimamente sólo sobre figuras de la izquierda latinoamericana que adelantaron proyectos políticos que buscaron nivelar las asimetrías y desigualdades intensificadas producto de décadas de vigencia del modelo neoliberal.

Esta denostación no es un fenómeno nuevo. El populismo histórico que se encarnó en figuras provenientes de movimientos populares para Latinoamérica correspondió al emprendimiento de políticas para la sustitución de importaciones y la constitución de empresas nacionales, mientras que para el resto del mundo se denominó keynesianismo. Así, cuando cerraron las cortinas y las empresas estatales aparecieron privatizadas, toda reminiscencia al pasado se etiquetó, peyorativamente, como “populista”.

Existe otra definición del concepto que permite enmarcarlo en un contexto menos negativo. Ernesto Laclau denomina al populismo como un intento de devolver a la política su lugar primordial y, por otro lado, como una insistencia en la iniciativa política como clave para la emancipación. Aunque claramente podemos problematizar y poner en entredicho la emancipación, pues ningún gobierno progresista concluyó en una liberación del pueblo de las manos de las élites, sino incluso significaron la dilución de la lucha de clases mediante su incorporación parcial al ejercicio del poder.

De todas maneras, el ascenso de gobiernos provenientes de movimientos sociales y sectores políticos de la izquierda trajo consigo medidas que, en efecto, permitieron al 10% de la población de América Latina superar la línea de la pobreza entre 2002 y 2014. Pero, a pesar de esto, dichas medidas no se tradujeron ni en el abandono del neoliberalismo ni en una reconfiguración de las élites. Una vez salidos estos gobiernos, entre 2014 y 2019 las cifras volvieron al alza, con lo cual se puede señalar un correlato entre medidas adoptadas y la superación de la línea de la pobreza.

Sin embargo, bogar por los intereses de la gente por sobre, no digamos élite, sino la estabilidad del modelo económico –manejado por las élites– pareciera poner en entredicho a las democracias liberales al ser un desafío concreto para las estructuras institucionales que le conforman. Esto de por sí no es negativo, por más que las maquinarias economicistas salgan a firmar cartas señalando que una medida de esta naturaleza será el Apocalipsis para el país.

A pesar de lo anterior, los gobiernos y movimientos progresistas despertaron fuertes reacciones por parte de la derecha, quienes derechizaron aún más sus discursos posicionándolos forzosamente como si fuesen el centro social, en respuesta a la supuesta necesidad de retornar hacia los valores centrales que definen determinadas sociedades. Mediante lawfare, estrategias discursivas y la aproximación hacia círculos conservadores, se constituyeron campañas que vendieron miedo y cosecharon votos ubicando a las figuras de izquierda como causales de todas las calamidades, permitiendo posicionar a Piñera, Macri, Duque, Bolsonaro y otros en las casas de gobierno.

Claramente, para estos candidatos ninguno fue populista en lo absoluto. Sin embargo, al revisar sus discursos, ofrecimientos y estrategias, se puede advertir un populismo irrestricto: líderes que se aducen un carisma para convocar a su pueblo clasemediero endeudado como nuevos encarnadores de su voluntad en la lucha contra un enemigo poderoso, discursos sencillos y maniqueos, “la familia”, autoritarismo, nacionalismos, la polarización entre quienes están a favor del gobierno y los que no.

Una particularidad de estos populistas de derecha es que constituyen un nuevo pueblo aburrido de la corruptela y el clientelismo que suponen las otras corrientes políticas. Se erigen entonces como conductores del rechazo a lo político, construyendo desde lo narrativo una nueva gestión pública basada en la eficiencia y la eficacia, ubicada sobre un imaginario de probidad e incorruptibilidad que para ellos sólo le pertenece a la derecha, como si fuesen el patrón de moralidad, desideologizado, cuando en rigor utilizan mecanismos políticos y dispositivos económicos y de desarrollo altamente ideológicos.

Podríamos hablar que existe una gradualidad en el populismo de derecha, donde algunos se ubican más al extremo, más anti inmigrantes, anti diversidades y antiglobalistas. Pero si algo tienen en común, son dos cosas: la constitución de gobiernos restitutivos del orden neoliberal retrocediendo sobre medidas que permitieron a los gobiernos más a la izquierda nivelar parcialmente la cancha; y el cuestionamiento a los poderes que componen el Estado, relativizando desde el poder Ejecutivo lo que desarrolla el Legislativo y Judicial.

Estas estrategias, casi apologéticas, permiten considerar a los populistas de derecha como elitistas vestidos de pueblo, posicionados por quienes se vieron amenazados durante el primer ciclo progresista. Son ellos quienes movilizaron todos sus recursos para asegurar las Presidencias a como dé lugar, prometiendo cosas en campaña que sabían que durante su administración no cumplirán.

Cuando el piñerismo y la derecha tradicional salen a etiquetar como populistas la suspensión del corte de servicios básicos, la renta básica, el Postnatal de Emergencia, el impuesto a las grandes fortunas y el retiro del 10% de los ahorros en las AFP, es porque ven atentada su posición de privilegios y por lo tanto deben defender a su pueblo: las élites. Con ello configuran un populismo con una inversión ontológica en la definición, pues los intereses que defienden son los de las élites en detrimento del pueblo, que a su vez incluye diversas posiciones políticas.

¿Es posible erradicar el populismo? No, pues si bien un líder populista puede ser derrotado, dicha derrota es de una determinada expresión política, no del populismo. Éste como tal es inerradicable en tanto es una forma de hacer en política, donde se discurre entre diferencias y equivalencias. Así, una medida “para el pueblo” es populista debido a que responde al interés del pueblo, y por lo tanto no es de por sí algo que menospreciar.

Lo que sí es populista, de manera peyorativa, es construir una gesta narrativa de llevar al país hacia un mejor porvenir, pero transformándolo en una anocracia, continuando y fortaleciendo el modelo que hoy tiene a Chile sumido en una evidente crisis social, política, sanitaria y económica, diciendo que todo es en nombre del pueblo, cuando, por el contrario, éste no se ha cansado de pedir, en todos los espacios y sentidos, otra Constitución y otro rumbo.

Simón Rubiños