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Opinión

La lección de música

Por: Rudy Wiedmaier | Publicado: 08.08.2020
La lección de música Músicos en el metro de Santiago |
El modelo de desarrollo cultural que implantó la Era Concertacionista estuvo basado en la infame ecuación “tanto vendes, tanto vales”. Sobre ese tarimado se construyeron las políticas culturales. Puesta en escena que se desplomó como una breve escenografía del absurdo. Bajo el peso de los implacables hechos: los artistas en Chile somos pura clase obrera.

La música ha sido la gran compañera para tantos humanos en estos meses de confinamiento obligado. Y los músicos, los grandes olvidados. Los artistas en general, el llamado “mundo de la cultura”.

A nadie parece importarle la despiadada intemperie en la que viven los artistas por estos días brutales. Pero todos disfrutan con impúdico y gratuito placer de la obra de tantos creadores, al alcance de un clic en la web. Obra construida con sangre, sudor y lágrimas. El camino del arte es difícil. Pero en Chile suele ser casi un apostolado.

No se ve desde el Ministerio de las Culturas ninguna señal que entregue algo de luz al sendero sombrío por el que transitan nuestros artistas en este tiempo extraño. Salvo el eterno llamado a “concursar” por unos pesos, el “Siga participando” de siempre. No me produce ninguna sorpresa, en todo caso, es de ingenuos esperar algo de un gobierno que, a mitad de camino, ya está finiquitado y que, como uno de esos equipos de fútbol de barrio, pierde por goleada, pero aún intenta conservar algo de aplomo y dignidad -si es que la tuvo alguna vez- deseando fervientemente escuchar el pitazo final.

La música es la gran curandera. Su poder opaca el de todas las otras artes, por lejos. No hay artista que no quisiera en su íntimo ser –especialmente se le nota a los actores– acceder al poder de la música. “La más noble de las formas del tiempo”, la definió Borges. Cuando le preguntaron al poeta Jorge Teillier que cuál era más poderosa, si la literatura o la música, señaló: “La música, porque siempre uno puede silbar para ahuyentar a los fantasmas”.

Entonces ocurre que uno se pregunta por qué al músico se le trata tan mal. Por qué se le considera un aventurero, un bohemio, un alcohólico, drogo, un mujeriego, una bengala lanzada a la nada. Si el músico maneja un poder tan misterioso, profundo y encantador –que él mismo desconoce– y lo hace con la torpe pericia de un aprendiz de brujo tratando de controlar las altas fuerzas de la alquimia.

La respuesta está entre nosotros. Los músicos.

Esta crisis ha desnudado la apariencia de las cosas. Nos ha obligado a confrontar la reliquia resplandeciente del espejo brutal de cada día. Nuestro rostro reflejado allí, nuestras bajezas, miserias y diademas y milagros humanos.

El modelo de desarrollo cultural que implantó la Era Concertacionista estuvo basado en la infame ecuación “tanto vendes, tanto vales”. Sobre ese tarimado se construyeron las políticas culturales. Puesta en escena que se desplomó como una breve escenografía del absurdo. Bajo el peso de los implacables hechos: los artistas en Chile somos pura clase obrera.

El éxito –tan volátil como efímero– de algunos privilegiados se ha hecho a un lado para dejar al descubierto la precariedad más absoluta en la que vive la gran mayoría de nuestros artistas. En un medio en el que nadie quiere aparecer “pobre” frente a sus colegas ni a la institucionalidad cultural, en un país que vive de las apariencias, donde todos se declaran “bebedores moderados”, teniendo los índices más altos de consumo de alcohol, donde se fragua un discurso público y otro privado que lo contradice y vulnera, es difícil confrontar al espejo implacable. A menos que sobrevenga un estallido social y luego una pandemia mundial. En ese caso, no hay máscara que resista en su lugar. Todas se vinieron abajo.

En nuestra comunidad cultural hemos permitido que se nos estratifique entre “exitosos”, “medianos” y “fracasados”. Al poder político le encanta fotografiarse con los exitosos y abomina de los perdedores, aunque la mayoría de las veces son estos últimos los que deslumbran con su arte y no los primeros. Esta derrota es nuestra, inapelable. Permitimos que nos tuvieran haciendo colas con los sobres amarillos para “postular” a un miserable fondo concursable para sobrevivir unos meses. Fondos que se asignan en base a criterios arbitrarios y por decisión de jurados desconocidos, en circunstancias poco claras. Nosotros hemos sido poco leales entre nosotros. Nos tentaron con el caramelo del premio mayor y la mayoría cayó en la trampa. “No te conviene reclamar”, “Te quemai solo”, “Hay que hacerse el hueón”, son frases que escuché durante años. “No es bueno que te juntes con los que no son Primera División”, otra más.

Bueno, ya nada de eso importa mucho.

La aplanadora descabezó a todos por igual. Y vemos a aquellos que sólo pensaron en su bienestar, que jamás dieron una mano, que ariscaban la nariz frente a la precariedad de otros colegas, que se hicieron expertos en asegurarse solitos, invitados permanentes a cuanto evento oficial, exposición y muestra internacional hubo, los vemos ahora algo preocupados por sus prebendas de siempre, hablando en nombre de la Cultura y sus padecimientos actuales.

Vuestro individualismo, vuestra indolencia, hipócritas, sumada a la habitual del público chileno, ha sido `parte del problema, jamás será parte de la solución. Y todos aquellos funcionarios de Cultura que se dicen progresistas, de izquierda, apernados en sus puestos, surfeando un gobierno infame para no perder su pequeño y mugroso privilegio, han callado frente a esta situación dramática para nuestros artistas. Esos son los peores.

Esos son los que, como dice una canción de Fito Páez, “aunque te inviten a su mesa, jamás estarán de tu lado”.

Rudy Wiedmaier