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Opinión

La corona de Basquiat

Por: Pedro Ramírez Vicuña | Publicado: 12.08.2020
La corona de Basquiat «Corona», del artista Jean Michel Basquiat (1960-1988) |
Cuando la democracia se pierde de un bombazo, degenera en autoritarismo por la erosión lenta pero perceptible de su convivencia cívica. Justamente ese es el riesgo al que ahora mismo nos enfrentamos: que aprovechen las circunstancias –estallido social más pandemia– para ponerse la corona. No queremos que venga alguien en esta «Noche estrellada» de Van Gogh a ponerse la «Corona» de Basquiat.

De vez en cuando, algunos centros de indagación llevan a cabo un conjunto de preguntas tipificadas dirigidas a una muestra representativa de grupos sociales, para averiguar estados de opinión o conocer otras cuestiones que les afectan. En dichas pesquisas, uno alcanza a observar que el número de personas que no consideran imprescindible la democracia aumenta. En otras palabras, no advierten en la soberanía del pueblo una necesidad; distopías, como las imaginadas por Aldous Huxley y George Orwell, están cada vez más cerca.

Ampliamente aclamada como la obra maestra de Van Gogh, La noche estrellada representa una interpretación soñadora de la vista panorámica fuera de la ventana en la sala de asilo de su sanatorio de Saint-Rémy-de-Provence. Dicen que fue pintada de memoria durante el día. Un cataclismo del fin del mundo invade La noche estrellada de Van Gogh, uno de apocalipsis lleno de aerolitos y cometas a la deriva. Se tiene la impresión de que el artista ha expulsado su conflicto interno sobre un lienzo. Todo aquí se elabora en una gran fusión cósmica. La única excepción es el pueblo en primer plano con sus elementos arquitectónicos. Una obra maestra de arte que alcanza a representar casi a la perfección nuestros tiempos. Denominarlo apocalipsis puede sonar bastante exagerado, pero el que los populismos hayan otorgado el estremecedor giro hacia las democracias iliberales no deja de ser un conflicto mayor.

En la derecha, opinan que se nos viene una ultraizquierda engañosa y estafadora. En la izquierda, indican cualidad de amenazante el potencial arrimo de una ultraderecha bolsonarista. Si los partidos políticos son los principales encargados no sólo de vigilar, sino que además cuidar la democracia, de ellos entonces depende abrir o cerrar las compuertas a quienes sueñen con ser un zar Nicolás II del siglo XXI. En pocas palabras, dicha custodia implica decidir qué mensajes enviar a los demás y cómo darles forma.

Cada día ocurren miles de millones de eventos, muchos con ramificaciones políticas, pero hay más eventos de los que los medios de comunicación pueden cubrir o incluso conocer. La información política compite con todos los demás temas para pasar por las puertas de las fuentes y los medios. Los políticos crean fuerzas que restringen o facilitan este paso, pero atravesar una puerta no suele ser suficiente.

Múltiples puertas en la fuente, los medios y los canales de audiencia abren los mensajes hasta que tenemos unos pocos que se convierten en noticias de televisión o publicaciones en blogs. El último caso que podemos poner como ejemplo es el de Hugo Gutiérrez. Puede que no sea La última cena, pero perder la responsabilidad es grave y habla muy mal de un líder; es patético. Para explicar este proceso, Kurt Lewin propuso la Teoría del Control de Acceso a finales de la década de 1940; es una de las teorías más antiguas aplicadas al estudio de la comunicación de masas.

Al existir este proceso a través del cual se filtra la información de difusión, se decide a qué se le abre o no paso. Al parecer, a ratos prefieren esperar a que el desastre brote como en el Guernica de Pablo Picasso. De acuerdo a un artículo titulado La democracia es frágil, escrito por el profesor universitario y politólogo español Fernando Vallespín, “la democracia liberal es algo muy sencillo, pero nada fácil de llevar a la práctica”. Ciertos requisitos institucionales para completar el ideal normativo de la igualdad política de todos los ciudadanos y el respeto a la autonomía individual acaban siendo impracticables. Los ascensos al poder de Hitler, Mussolini y Chávez, según los autores de Harvard de How Democracies Die, son paradigmáticas fallas de gatekeeping: el establishment político los invitó pensando que podía servirse de ellos. Luego fue demasiado tarde.

En cuanto a la división de Chile Vamos, el problema ya dejó de ser de acceso. Es un nuevo fenómeno de gatekeeping: cabe preguntarse cuánto van a seguir esperando. Vale cuestionarse cuánto tiempo están dispuestos a permitir que quienes votaron a favor del retiro del 10% se mantengan en el mismo grupo institucional que las voces de Evópoli. Si unos pretenden deslegitimar el sistema, ¿cuándo se tomará en serio aquella amenaza?

También sucede en la sistemática negación de la legitimidad de políticos que ni siquiera, se supone, son oponentes. El alcalde UDI de Colina, Mario Olavarría, criticó la ley que limitaba la reelección afirmando que era lamentable cómo actuaba el gobierno. Acusó una supuesta humillación por parte del Ejecutivo y pidió –aunque parezca increíble– que Evópoli “no exista más”. Es decir, no es que los adherentes del partido de su misma coalición tengan distintas ideas respecto de cómo mejorar la vida de los ciudadanos, como es natural en una sociedad pluralista, sino que se trata de individuos corrompidos hasta la médula y que no debieran existir más.

Como insiste Michael Ignatieff, el gran biógrafo de Isaiah Berlin, las democracias funcionan cuando los políticos respetan la diferencia entre enemigo y adversario. Como expuso Cristóbal Bellolio, académico de la Universidad Adolfo Ibáñez, “mientras a los adversarios se los derrota, a los enemigos se les destruye”. La capacidad de entendimiento y tolerancia se pierde en tiempos en los cuales casi todos los proyectos políticos apuestan al todo o nada. Ahí es cuando la democracia se pierde de un bombazo: degeneran en autoritarismo por la erosión lenta pero perceptible de su convivencia cívica. Y justamente ese es el riesgo al que ahora mismo nos enfrentamos: que aprovechen las circunstancias –estallido social más pandemia del coronavirus– para ponerse la corona. No queremos que venga alguien en esta Noche estrellada a ponerse la corona de Basquiat.

Pedro Ramírez Vicuña