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Opinión

Chile, la muerte de Dios

Por: Cristián Zúñiga | Publicado: 14.08.2020
Chile, la muerte de Dios Saqueo a la iglesia La Asunción, Santiago de Chile |
Cuando en Chile algunos siguen preguntándose sobre “cuándo se jodió el país”, o cómo fue que no vimos venir la tromba social que explotó el 18 de octubre pasado, una revista gringa nos ofrece un informe respecto a los cambios que últimamente hemos experimentado respecto a la creencia en Dios. ¡Sorpresa! Después de Estados Unidos, Chile es hoy el país más irreligioso del mundo.

En el ensayo titulado “Giving Up on God. The Global Decline of Religion”, publicado en el reciente número de la revista estadounidense Foreign Affairs, y que da cuenta sobre las tendencias religiosas de 49 países en los últimos años, nuestro Chile aparece como el segundo país con mayor porcentaje de población irreligiosa en el mundo, siendo sólo superado por Estados Unidos. 

Los investigadores a cargo de este trabajo ya habían analizado estos datos hace doce años atrás. En ese entonces, a los encuestados se les pidió que indicaran cuán importante era Dios en sus vidas, eligiendo una escala que iba desde 1 (nada importante) a 10 (muy importante). Este examen de cómo cambió el nivel de religiosidad de un país a lo largo del tiempo, condujo a algunos hallazgos sorprendentes.

La mayoría de los países encuestados en ese entonces mostraban repuntes en la creencia en Dios y quienes más repuntaban eran los ex comunistas. Por ejemplo, desde el año 1981 a 2007, la puntuación (creencia en Dios) media del ciudadano búlgaro aumentó de 3.6 a 5.7. En Rusia, pasó de 4.0 a 6.0. En ambos casos, uno podría interpretar que la religión llegaba a tapar el vacío ideológico provocado por la desintegración de la Unión Soviética.

Sin embargo, este mismo estudio actualizado devela que desde el año 2007 en adelante ha habido una marcada tendencia global a alejarse de la religión.

Prácticamente en todos los países de altos ingresos, la religión ha disminuido (factor que entre 1981 y 2007 igualmente sucedía), pero ahora también se suman los países pobres. En los últimos años, sólo cinco países se volvieron más religiosos, mientras que la mayoría de los estudiados se movieron en la dirección opuesta.

El alejamiento más dramático de la religión, entre los años 2007 y 2019, ha tenido lugar entre los ciudadanos estadounidenses y chilenos. Ambos países se ubican como los menos religiosos del planeta.

Algunas conclusiones de este trabajo, cuyo autor es el connotado politólogo Ronald Inglehart (de la Universidad de Michigan, director de la Encuesta Mundial de Valores), atribuyen el declive de la religiosidad a elementos propios de la híper modernidad.

Las sociedades se vuelven más religiosas en la medida que experimentan periodos prolongados de inseguridad. Por el contrario, cuando los países han alcanzado altos niveles de seguridad existencial, producto del bienestar económico y físico, suelen volverse incrédulos en un “más allá”.

Este análisis apela, también, a factores (aparte de los crecientes niveles de desarrollo económico y tecnológico) como la política, dado que algunos partidos de derecha, por sus posiciones conservadoras, han alejado a los más jóvenes de las religiones. Los estudios demuestran que muchas personas primero cambian sus opiniones políticas y luego se vuelven menos religiosas.

Por otro lado, aparecen los escándalos de abusos sexuales y corrupción que en los últimos años han azotado a Iglesias como la católica y algunas evangélicas.

Pero la fuerza más importante (planteada por este estudio), detrás de la actual secularización global, tiene que ver con la transformación en las normas que gobiernan la fertilidad humana. Durante siglos, la mayoría de las sociedades asignaron a las mujeres el papel de producir tantos hijos como fuera posible y desalentaron el aborto, la homosexualidad y el divorcio. Los escritos sagrados de las principales religiones del mundo inculcaron a fuego estas leyes divinas a favor de la fertilidad.

Sin embargo, en el último tiempo las personas han abandonado lentamente las creencias familiares y los roles sociales que habían conocido desde la infancia con respecto al género y el comportamiento sexual.

Al poseer autonomía económica y bienestar físico, las nuevas generaciones crecieron dando por sentada esa seguridad y, por ende, las viejas normas en torno a la fertilidad retrocedieron. Esta tendencia se ha extendido a gran parte del mundo, a excepción de las poblaciones musulmanas, que se han mantenido fuertemente religiosas y comprometidas con la preservación de las normas tradicionales sobre género y fertilidad.

En la medida que se desmorona la religiosidad tradicional, surgen un conjunto de normas morales para llenar ese vacío y las personas están dando cada vez más prioridad a la libertad de expresión, derechos humanos, protección ambiental e igualdad de género.

Es más: en esta investigación se da cuenta que los países religiosos en realidad tienden a ser más corruptos y con mayores niveles de criminalidad que los seculares.

Cuando en Chile algunos siguen preguntándose sobre “cuándo se jodió el país”, o cómo fue que no vimos venir la tromba social que explotó el 18 de octubre pasado, una revista gringa nos ofrece este informe respecto a los cambios que últimamente hemos experimentado desde la dimensión religiosa.

El Chile actual se mueve sin los hilos invisibles de la religión y desde hace rato que no requiere de los puntos cardinales ideológicos (izquierda-derecha). Este dato no es menor, considerando que somos una cultura forjada entre sotanas, regimientos y fantasmas de la UP.

Resulta interesante suponer que el próximo proceso constituyente podría estar protagonizado por un país mayoritariamente irreligioso, en el que las normas y valores absolutos de la religión sean defendidos sólo por una minoría.  

El filósofo alemán Peter Sloterdijk plantea que religión, institucionalidad y comunidad conforman una especie de techo metafísico protector frente a los temores propios de la modernidad. No cabe duda que, como país, hemos tocamos techo; es más, lo rompimos y quedamos cada uno desde su metro cuadrado mirando hacia la sublime y angustiante inmensidad del universo.

Quién lo iba a decir: hemos matado a Dios. Estamos a la intemperie y en medio de una pandemia mundial. Por ahora, no queda más que aprender a domeñar el vacío.

Que sea lo que Dios quiera… Perdón: lo que nosotros queramos.

Cristián Zúñiga