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Opinión

¿Es la unidad, estúpida?

Por: Andrés Argandoña Besoain | Publicado: 08.09.2020
¿Es la unidad, estúpida? Parlamentarios del Frente Amplio. 2019 |
En una elección que cuenta con segunda vuelta, parece propicio para que se enarbole una candidatura única de todos los sectores críticos del duopolio, que abarque desde los movimientos que han abandonado el PS, pasando por el FA y el PC, hasta las organizaciones territoriales y movimientos sociales: una alianza en la que se proponga una verdadera alternativa a 30 años de neoliberalismo y subdesarrollo exitoso, y que no nazca con un vicio de origen que la deslegitime a ojos de una ciudadanía que tiene la necesidad imperiosa de volver a confiar en un proyecto político.

La carrera presidencial parece estar ya disparada, y la desmejorada posición del gobierno, a raíz de la impugnación de la revuelta popular y del mal manejo de la pandemia, hace que la oposición comience a pensar seriamente cuál es la mejor manera de consolidar una alternativa que permita arrebatarle el gobierno a la derecha.

En este escenario, una de las consignas que se repite con mayor frecuencia en la oposición es la de una –supuestamente necesaria– unidad para enfrentar el escenario electoral entre todo el abanico de fuerzas; unidad que seduce sobre todo a una alicaída centroizquierda, conformada por Convergencia Progresista (PS-PPD-PR) y la Democracia Cristiana, quienes ven cómo la izquierda política (representada por el Frente Amplio y los movimientos que acompañan al Partido Comunista) pareciera irse posicionando como el sector con más probabilidades de capitalizar el descontento manifestado por la ciudadanía desde el 18 de octubre y durante la pandemia.

Si bien la aparición política del FA se enmarcó bajo la consigna de ser alternativa al duopolio, posición a la cual se incorporaría también el PC luego de la desaparición de la Nueva Mayoría, hoy el escenario parece diferente. A pesar de los habituales cruces de palabras en las declaraciones de una atomizada oposición, ningún sector muestra la antigua convicción férrea de diferenciación con la centroizquierda. En contra de lo que se podría pensar, en un escenario de descontento latente de la ciudadanía con el modelo de los últimos 30 años, el FA y el PC, en lugar de consolidar su propuesta de alternativa al proyecto de la transición y sus partidos protagónicos, parecen haber modificado su postura y todo parece indicar que, bajo una supuesta responsabilidad histórica de no permitir un nuevo gobierno de derecha en un periodo tan trascendente para la historia del país, una alianza amplia hacia el centro con la ex Concertación no es vista con malos ojos por sectores importantes, sobre todo ubicados al interior del FA (principalmente en Revolución Democrática y el Partido Liberal, frente a sectores minoritarios que han buscado marcar ciertas líneas rojas, en el que aparecen Convergencia Social y Comunes).

Bajo la misma lógica, un partido como el PC, que ha virado a la izquierda desde su salida de la Nueva Mayoría, y buscado desmarcarse del acuerdo de noviembre con críticas incluso al FA, tampoco ha manifestado claramente una intención de separar aguas con los partidos de la ex Concertación, sino que, muy por el contrario, el relato mayoritario entre FA y PC es común: si el centro político acepta sumarse a un programa transformador, las puertas estarán abiertas.

Si bien una propuesta de gobierno transversal de la oposición puede sonar como el camino más intuitivo para derrotar a la derecha, es poco probable que logre desmarcarse de la crítica transversal que aparece el 18 de octubre, si incluye en su composición a los mismos que son señalados –a la par de la derecha– como los causantes e impulsores de la precarización constante y sostenida de las condiciones de vida de la mayoría de chilenos y chilenas. Lo anterior significa que, si bien esta alternativa puede convocar a la suma de las fuerzas duras de ambos sectores, también parece lógico que no permitirá la incorporación de una fracción incluso mayor del electorado, la cual es la que históricamente no participa de los eventos electorales del país; sectores para los cuales el FA en sus inicios apostaba ser una alternativa.

Frente a este punto cabe preguntarse: los millones de personas que salieron a manifestarse (¿tres, cuatro, cinco?) en octubre pasado ¿son los mismos que votan por las fuerzas de centroizquierda o izquierda? O, por el contrario, ¿parecieran ser mayoritariamente quienes no participan de las elecciones en Chile? Quizá, la respuesta se encuentra en un punto intermedio entre estas dos alternativas, pero tomando en cuenta que en la última elección presidencial votaron por el candidato de la NM en segunda vuelta alrededor de 3 millones de personas (muchas no convencidas), es razonable pensar que existe un número importante que no participó de la elección, pero ya no porque se deba a una apatía política, como nos ha enseñado la revuelta, sino porque no ven un proyecto que las convenza de participar en el proceso electoral; pero en cambio sí estuvieron convencidas de salir a poner en riesgo su salud física e incluso sus vidas para  manifestarse en contra de un sistema injusto.

La apuesta del argumento pragmático central en contra de la unidad de la oposición es que, en este escenario, el número de votos que se pueden obtener con un proyecto anti neoliberal distinto al duopolio es al menos igual o mayor que el que se puede obtener al juntar las fuerzas.

Es necesario recordar que las manifestaciones y el descontento no se limitan a un modelo económico, sino que también político, lo que desdibuja la máxima de muchos sectores, que indica que la principal condición que se debe cumplir para ser parte del gobierno que necesita el Chile post revuelta es la de buscar terminar con el neoliberalismo.

Sí, el gobierno post revuelta debe terminar con el neoliberalismo, pero también debe sentar las bases de una nueva sociedad, y ese proyecto de sociedad debe contar con un pueblo empoderado y partícipe de las decisiones políticas. Es un objetivo de profunda complejidad, que no se logrará con una mera declaración de intenciones de las fuerzas que profundizaron el modelo y que gobernaron al alero de los grandes grupos económicos de Chile. Por mucho que lo manifiesten, a partidos como la DC, el PPD o el PS no les acomoda hacer política con los movimientos sociales, y en un Chile movilizado ese elemento será un imperativo.

Otro elemento necesario de poner en duda es la coherencia de la participación del centro político en un gobierno con pretensiones transformadoras. El papel aguanta mucho, pero hemos podido ser testigos de lo que pasa cuando estas fuerzas dejan de estar de acuerdo con el gobierno del cual son parte. Todo indica que el problema de fondo es que, a pesar de eventuales declaraciones de principios, a la centroizquierda chilena no le molesta el neoliberalismo; tienen intereses en el capital que se transa en el mercado, al cual le conviene el modelo chileno. Esto significa que cualquier gobierno que integre a estas fuerzas corre un potente riesgo de ver diluida su carga transformadora y verse limitado a los avances graduales que le permita la correlación de fuerzas internas.

Por el contrario, en una elección que cuenta con segunda vuelta, el escenario parece propicio para que se enarbole una candidatura única de todos los sectores críticos del duopolio, que abarque desde los movimientos que han abandonado el PS, pasando por el FA y el PC, hasta las organizaciones territoriales y movimientos sociales: una alianza en la que se proponga una verdadera alternativa a 30 años de neoliberalismo y subdesarrollo exitoso, y que no nazca con un vicio de origen que la deslegitime a ojos de una ciudadanía que tiene la necesidad imperiosa de volver a confiar en un proyecto político.

Andrés Argandoña Besoain