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A 47 años del golpe: Las nietas y nietos de detenidos desaparecidos que traen al presente la memoria de sus abuelos

Publicado: 10.09.2020

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Este viernes se cumplen 47 años del golpe de estado perpetrado por militares y civiles que actuaron bajo el mando de Augusto Pinochet. La fractura que provocó en el país es una herida aún abierta para miles de familias de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos que siguen clamando por justicia y por un “Nunca Más” que, afirman, el estallido de octubre del año pasado reafirmó que no existe.

Han sido las generaciones de nietas y nietos que hoy mantienen la lucha por preservar y traspasar la memoria de sus familiares. Muchos han retomado el trabajo inconcluso de sus abuelos sobre la organización política, e incluso, la investigación a fondo de este periodo de la historia y sus roles en ella. El Desconcierto ha recogido tres historias de nietas y nietos que se hunden en su propia memoria para reconocer la hebra que han seguido tirando como legado de sus abuelos desaparecidos. Sus trabajos e inquietudes de hoy se han vuelto su motor de búsqueda personal y también el de una transformación colectiva que aquí comentan.

Cuidar el Memorial

Hace dos años Marisol Vega Puebla (54) trabaja como cuidadora del memorial de Detenidos Desaparecidos y Ejecutados Políticos de la Dictadura en el Cementerio General. Ha sido la encargada de conservar este espacio: desde gestionar que se mantenga el sector podado hasta hacer las charlas para grupos de estudiantes o turistas que van a visitarlo. Es un lugar que paulatinamente ha ido concitando el interés de los colegios y, hasta antes de la pandemia, Marisol contabilizaba hasta cuatro visitas por día.

Ella cree, sin embargo, que su trabajo hasta un tiempo atrás fue invisible. Aunque la gente la veía en el sector, no se le acercaba. «Trataba de hablarles, pero era bien escurridizos. Se corrían porque no sabían quién era y antes tampoco había alguien que hablara ahí. Entonces, la gente me miraba raro», cuenta. Esto cambió cuando decidió comenzar a colgarse en el pecho el cartel con la fotografía de Julio Roberto Vega Vega, su abuelo detenido desaparecido a los 61 años, en agosto de 1976.  «Cuando se me ocurrió ponerme la foto de mi tata, la gente empezó a actuar de otra forma: me acercaba y me escuchaban, y algunos iban y me preguntaban o me decían qué bueno que estuviera ahí porque estaba bastante abandonado», dice.

Foto de Marisol en su casa con la fotografía de su abuelo.

La infancia de Marisol estuvo marcada por desaparición de su abuelo. Ella prácticamente vivía en su casa, en la comuna de Independencia, y creció en medio de la organización barrial y la militancia comunista que llevaban con su esposa. Julio, además, fue presidente del Sindicato de los Obreros Municipales de Renca durante la Unidad Popular.

De esa época recuerda un espacio para jugar a la rayuela que habían instalado en la esquina de la casa de su abuelo. El día previo a su desaparición, durante el fin de semana, vieron a unas personas desconocidas que se acercaron extrañamente a conversar donde estaban reunidos. Al día siguiente, su abuelo salió temprano a comprar remedios y no regresó. Los testimonios que han recogido señalan haberlo visto en Villa Grimaldi, pero, pese a la insistencia de familiares y agrupaciones, nunca han dado con su paradero. Una las teorías que no descartan es que posiblemente uno de los entonces vecinos, que era funcionario de Carabineros, lo habría delatado.

Marisol desde muy pequeña se hizo parte de acciones por la búsqueda de justicia. En septiembre de 1979, participó de una huelga de hambre en la embajada de Dinamarca. Tenía solo 13 años. Casi todos eran muy jóvenes, explica, muchos hijos e hijas de detenidos y ella una de las pocas nietas presentes. “Esa huelga la hicimos después de que se encontraron los restos en los Hornos de Lonquén. Nadie sabía absolutamente nada, si eran sus familiares o no. Fue terrible encontrarse con esos hornos tremendos. A mí no me dejaron subir, pero me escabullí y me subí igual. Lo más impactante fue cuando vi esa pieza hecha de calamina, de latas, la sangre de los compañeros en sus ropas, los orificios de bala”, recuerda.

Marisol Vega en la huelga de hambre en la embajada de Dinamarca. Archivo de la Vicaría de la Solidaridad.

Después de esa huelga que fue una de las más extensas de las que participó, por casi 17 días en ayuno completo, empezó a calibrar lo que venía para su vida. “Eso me enseñó a ser una luchadora social y política, sobre todo. Eso permite que mi vida tenga el sentido que tiene, que no esté haciendo otra cosa”, reconoce.

Es por eso que, Marisol se ha hecho parte de este trabajo en el Memorial planteando propuestas que amplíen la información que se entrega sobre las personas conmemoradas en el espacio. “Siempre he sentido que no está terminado porque solo están los nombres y no hay una reseña histórica de lo que ocurrió”, detalla. “Yo explico lo que pasó, pero lo llevo a la actualidad. Destaco la solidaridad, el compromiso con sus familias, con su entorno. Les hablo sobre inclusividad, tolerancia y solidaridad”, enfatiza.

También reenfoca las conversaciones hacia la comprensión propia, el derecho que tienen todas las personas al duelo y a vivir el dolor por la pérdida de un ser querido. “Fue eso que nos quitaron a nosotros como familia, ese hito importante para poder seguir adelante”, dice. Algo que para ella los hizo quedar en un paréntesis en la historia que ha buscado resignificar a través de este trabajo.

Marisol en el Memorial del Cementerio General.

Luchar por un cambio

Camila Donato Pizarro (33) es educadora de párvulos, concejala comunista por la comuna de Macul y nieta de dos abuelos detenidos desaparecidos: Jaime Donato Avendaño y Waldo Pizarro Molina. Este último padre de Lorena Pizarro, presidenta de la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD). Ambos fueron detenidos en 1976.

Creció viendo las fotografías de sus abuelos en blanco y negro con las letras grandes del “¿Dónde Están?” que sobresaltaban, y sus abuelas Sola Sierra y Mariana Guzmán llevándolas en el pecho. Los mismos carteles que emocionada vio desde el 18 de octubre pasado en la “Plaza de la Dignidad” alzados por nuevas generaciones. “Fue una mezcla de emociones, alegría, tristeza, esperanza”, describe Camila.

Con esto fue inevitable para ella revivir episodios de su infancia y adolescencia llena de incógnitas relacionadas a la desaparición de sus abuelos. Incluso, recuerda que de niña veía películas para tratar de entender cómo personajes de este tipo podían llegar a tramar algo que generara tanta devastación. Era una realidad que la desbordaba.

Después vinieron otras cosas: la transición, los pactos que seguían dejando margen para beneficiar a los militares, la detención de Pinochet en Londres y la justicia que nunca llegó.

Carteles de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD). Abuelos de Camila Donato.

Muchos de esos recuerdos fueron perdiendo referencias exactas, sobre todo, entre los años que salió con su familia al exilio a Australia. Algo de lo que sí tiene imágenes claras es de haber estado presente en una mesa de diálogo a la que fueron citadas a varias familias de detenidos desaparecidos en las oficinas de la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (Fasic), fundada en 1975 como un lugar de cooperación para refugiados.

Cuando familiares salían de la reunión, recuerda un clima de desesperación generalizado: se oían gritos, llantos, incluso, personas que se desmayaban. “Con mi hermana no sabíamos lo que pasaba. Nadie se imaginaba lo que iba a suceder, de hecho, no éramos las únicas niñas”, dice. Solo sabía que algo estaban informando sobre sus abuelos, aunque esos antecedentes que les dieron a sus padres contrariaba la misma información que ellos habían logrado ir reconstruyendo. “Pudieron decir que fueron arrojados al mar, pero se eliminaba la tortura como forma de hacer desaparecer”, explica.

En el presente, Camila se ha cobijado en los ritos colectivos para volver a retomar la historia de sus abuelos. Cada 12 de mayo se realiza un acto público en la calle Conferencia, en Santiago, donde fue detenido Jaime Donato y otros integrantes del Comité Central del Partido Comunista por agentes de la DINA. De esto participa cada año, aunque reconoce una situación especial cuando está ahí. “Cuando le hacen conmemoraciones públicas, me salgo de escena y no siento que están conmemorando a mis abuelos. No siento que sea protagonista mi abuelo, siento que son compañeros desaparecidos. Lo siento en otros momentos, pero no ahí”, explica. “Creo que son formas que tenemos también inconscientemente de cuidarnos”, reflexiona.

Hoy cree que la memoria es una forma de concebir su vida desde la organización política, actualmente como concejala y años atrás como dirigenta estudiantil, para los cambios sociales que cree deben hacerse en el país. “Lo que llevo es la tarea que no pudieron ellos cumplir, pero que quedó inconclusa para un país entero, que ha quedado en el desamparo, en la soledad, un país carente de derechos. Hoy estamos a un pelito de cambiar Chile. Esa es tarea de una generación completa”, asegura sobre el momento que se avecina.

Fragmentos de historia

En plena “Revolución Pingüina”, en 2006, Matías Villa Juica (28) le escribió una carta a Mario Juica Vega, detenido desaparecido el 9 de agosto de 1976. Coincidió con un proceso muy importante para él: decidió entrar a militar a las Juventudes Comunistas y fue el puntapié para volver sobre la historia de su abuelo.

“No puedo negarlo -comenzó-, no te conocimos. Nos lo negaron tus torturadores y asesinos… y sus cómplices. No puedo callarme esta rabia, esta ira, de ser consciente que la vida es tan frágil, que la dignidad humana -para algunos- resulta tan mezquina”, se lee. Le dice que también le hubiese gustado debatir con él, contarle cosas y que quizás no hubiesen compartido en el mismo partido, pero que sí posiblemente hubiesen marchado juntos. “Es tarea de las jóvenes generaciones presentes y venideras profundizar y rescatar la experiencia que junto a todo un pueblo construiste”, le dice.

Su interés por la historia lo motivó a emprender un proyecto fotográfico que ha venido desarrollando desde hace dos años y que espera publicar en formato de libro. Se trata de la reconstrucción del árbol genealógico de dirigentes de partidos obreros y otras corrientes políticas. Es un tema que lo ha llevado a revisar decenas de documentos buscando, por ejemplo, la descendencia de Luis Emilio Recabarren.

Hace unos meses se puso en contacto con una mujer que había compartido con su abuelo, uno de varios relatos que le han permitido reconstruir fragmentos de su historia: “La fui a visitar y ella estaba muy feliz de que fuera el nieto de Mario Juica por eso me recibió.  Me contó sobre el trabajo que desarrolló para el partido en la clandestinidad y de cómo estaba encargada de ciertos vínculos que tenía que hacer en los regionales”, cuenta. Su abuelo era encargado del Comité Regional Norte del Partido Comunista.

También ha encontrado folletos sobre actividades de las que participó su abuelo. Uno de ellos es un discurso que hizo junto a Gladys Marín y a otros militantes. “Me encantaría encontrarme con reproducciones fotográficas en marchas u otros actos de los que participó”, expresa Matías.

El material ha sido un aporte para iluminar episodios sobre los que no sabían ni su abuela y ni tampoco sus hijas. “De a poquito iba buscando sobre él y supe que fue parte del Comité Central de las Juventudes Comunistas en los 60, que participó en una delegación que fue a un festival, que visitó Moscú, que fue secretario político del regional norte en la UP y que en dictadura perteneció a un intento de reorganizar un comité central que falló”, detalla.

Archivo del trabajo de investigación de Matías Villa Juica.

Este trabajo lo ha llevado a reflexionar sobre la construcción de identidades y cómo reconoce la suya en el presente. “Esta búsqueda ha hecho darme cuenta que no siempre existe una herencia en términos de activismo, de militancia política o de pensamiento. Muchas veces me encuentro con nietos o bisnietos de dirigentes que, o bien conocen muy poco de sus familiares, o tienen un cuento totalmente distinto donde la ligazón se rompe. Eso también me ha chocado”, dice.

Y cree que, en términos personales, el traspaso de memoria, la trayectoria y la herencia de un familiar ha sido relevante para su construcción. “Uno también tiene que encontrarse en eso”, concluye.

Foto de Mario Juica cedida por su nieto Matías Villa Juica.

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