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Opinión

Independientes ¿de qué?

Por: Juan Pablo Sanhueza Tortella | Publicado: 23.09.2020
Independientes ¿de qué? Foto: Leandro Rubilar | Agencia Uno
Nadie habla desde “ningún lugar”. En principio, nadie es independiente. ¿Cuál es el programa de gobierno de los independientes? ¿Cuál es su posición frente a los derechos sexuales y reproductivos? ¿Cuál consideran que es la mejor forma de gobierno? Bastaría intentar responder estas preguntas para tener que distinguir entre “independientes pro-derechos sexuales y reproductivos” e “independientes anti-derechos sexuales y reproductivos”, “independientes por el Apruebo” e “independientes por el Rechazo”, y así sucesivamente sobre cualquier tema respecto del cual nos veamos constreñidos a tener una posición, que siempre es política.

Hay un reclamo que se ha hecho cada vez más recurrente a propósito de las elecciones constituyentes próximas: las garantías que aseguren la participación de independientes en el proceso, en igualdad de condiciones que los militantes.

Si bien este reclamo o demanda ha tomado fuerza de cara a la constituyente, su voz viene haciendo ruido hace más tiempo y cada vez toma más fuerza y popularidad, al punto que hemos visto militantes históricos apresurarse en capear la ola y declarar una supuesta independencia para evitar ser identificados como parte de aquel indeseable grupo de quienes han decidido afiliarse a un partido o movimiento político.

Para abordar esta cuestión en profundidad, necesitamos separar aguas: de una parte tenemos la creciente pérdida de confianza y legitimidad que suscitan los partidos políticos que ya en enero de este año, según la encuesta CEP, eran considerados como las instituciones con menos confianza ciudadana (es importante señalar que este fenómeno es una tendencia mundial, no una singularidad de nuestro país); y de otro lado, tenemos esta pulsión moral e individualista de no querer pertenecer a nada que pudiese contaminar nuestra hoja de vida y que por tanto se asocia, erróneamente, con la libertad de acción y pensamiento.

Sobre el primer punto no me referiré más allá de considerar legítima la desconfianza, pérdida de legitimidad y distancia que la ciudadanía toma respecto de los partidos políticos. Asimismo, me parece que es una situación lamentable y de la que debemos hacernos cargo como sociedad. Con todo, considero que esa categoría de “independientes” lo es respecto de su afiliación partidista, no así quienes se autodenominan independientes por sus ideas, valores o posiciones políticas.

Dicho eso, me interesa ahondar en la segunda dimensión: la de la supuesta independencia en términos individuales y morales, a la vez que ideológica y política.

Para continuar, aclaro que actualmente soy militante de un partido político y no creo que exista algo así como la objetividad o neutralidad a la hora de abordar este o cualquier tema, ya sea que estemos afiliados o no a una organización o partido político. La relación entre militancia y afiliación es de género a especie: todo afiliado a un partido es militante, pero no todo militante está afiliado a un partido. Se milita una causa, en un proyecto; y la afiliación es uno de tantos mecanismos para que esa causa y/o proyecto se haga realidad o se construya.

No siempre estuve afiliado a un partido; es más, la decisión de participar en la fundación y construcción del partido en que hoy participo la tomé pasados los 20 años de edad, luego de un proceso interno que significó entender que la democracia no sólo es enunciativa sino que también debe practicarse y comprende, entre otras cosas, privilegiar las decisiones colectivas por sobre las pretensiones individuales, y aunque no siempre coinciden del todo se enmarcan dentro de una posición política determinada y un marco de valores compartidos.

A mayor abundamiento, antes de ser afiliado a un partido, ¿era independiente? Absolutamente no. Al igual que todas las personas, siempre tomé posturas frente a los diversos temas de relevancia e interés público, ya sea de manera manifiesta y expresa, ya sea restándome de hacerlo. En ambos casos estaba tomando una decisión respecto de qué lado estar y perteneciendo, aunque circunstancial y metafóricamente, a un grupo mayor de personas que compartían la misma postura estuviéramos o no comunicados entre nosotros, tomáramos o no la misma postura respecto de otros temas.

¿A qué voy con todo esto? A que nadie habla desde “ningún lugar”, por tanto, en principio, nadie es independiente. ¿Cuál es el programa de gobierno de los independientes? ¿Cuál es su posición frente a los derechos sexuales y reproductivos? ¿Cuál consideran que es la mejor forma de gobierno? Bastaría intentar responder estas preguntas para tener que distinguir entre “independientes pro-derechos sexuales y reproductivos” e “independientes anti-derechos sexuales y reproductivos”, “independientes por el Apruebo” e “independientes por el Rechazo”, y así sucesivamente sobre cualquier tema respecto del cual nos veamos constreñidos a tener una posición, que siempre es política. Alguien argumentará que inclusive en esas circunstancias se mantiene una independencia por cuanto la posición política no ha sido influenciada por las vilipendiadas estructuras orgánicas de algún partido u organización y fue tomada a conciencia. Este argumento implicaría sostener que el proceso de reflexión y formación de una opción o deseo determinado ocurre exclusivamente en el fuero interno, sin las múltiples influencias e incentivos que nos rodean y constituyen.

Para ello siempre es útil recurrir a Gramsci, quien en virtud de los debates de los revolucionarios rusos y sus estudios lingüísticos desarrolló el concepto de hegemonía, que nos permite considerar que detrás de cada decisión que tomamos hay a lo menos una forma de conocimiento precario y tentativo que nos proporciona alguna orientación pragmática. Es decir, la existencia de la hegemonía nos plantea que no habría un afuera ideológico o una independencia individual propiamente tal en tanto hay un liderazgo cultural, moral e ideológico de un sector mediante la coerción y movilización de deseos e intereses compartidos que da lugar al consentimiento de los subordinados sostenido sobre estructuras culturales y simbólicas (como la religión o las ideas políticas). Por tanto, las creencias e ideas no estarían localizadas exactamente en la cabeza de cada individuo de manera aislada y autónoma, sino que son normas, compromisos y pasiones que impregnan las instituciones de la vida social.

Lo anterior no obsta la posibilidad de dislocar o subvertir el liderazgo cultural, moral e ideológico de la sociedad, así como tampoco comprende que las decisiones y posturas políticas sean meros repertorios de ideas falaces que reflejan automáticamente los intereses materiales de clases dominantes y que colonizan la mente de los subalternos. Sólo planteo que tanto la ideología como el sentido común tienen dimensiones sociales complejas; se construyen y fluctúan entre tensiones y contradicciones, y hay una visión del mundo compartida en tanto genera consenso y aceptación.

En conclusión, frente a la pérdida de confianza en los partidos políticos y las legítimas demandas de una radicalización democrática, protagonismo ciudadano e instituciones útiles para la gente, la respuesta no es la impracticable independencia absoluta sino el necesario compromiso colectivo. Las ideas y horizontes nuevos que se han ido trazando en nuestro país requieren organización, no dispersión. En términos lacanianos, diríamos que, ante la totalidad del “independiente”, anteponemos el no-todo de la militancia. Esto no quiere decir que debamos someternos a cualquier estructura orgánica, sino que desbordemos la tradicional y normada organización partidista mediante, por ejemplo, la forma de un partido-movimiento que permita incorporar expresiones que hasta ahora no han encontrado cauce en el viejo Chile que no acaba de morir y son imprescindibles para el nuevo Chile que comenzamos a construir.

Juan Pablo Sanhueza Tortella