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Opinión

Una nueva Constitución que reconozca el rol ciudadano de las infancias

Por: Javiera Calderón y Josefina Canales | Publicado: 02.10.2020
Una nueva Constitución que reconozca el rol ciudadano de las infancias Foto: Rocío Cuminao | AGENCIA UNO
¿Cómo promover una ciudadanía activa desde la primera infancia? Propiciando la participación, colaboración y respeto. ¿Con qué fin? Avanzar hacia una sociedad más pacífica, en la que la solidaridad sea innata y la dignidad sea costumbre.

Hoy Chile vive un proceso histórico, en el que los límites de lo posible han cambiado. Se abren las puertas para construir una sociedad más justa e igualitaria, en la que podamos ser parte de pensar el nuevo Chile que queremos. Sin embargo, existe un grupo social que ha lidiado con barreras numerosas y altas (literalmente) para ser partícipes activos de la sociedad, relegados a ser meros espectadores y/o reproductores pasivos. Nos referimos a las niñas, niños y niñes.

El proceso constituyente trae consigo una nueva oportunidad para que los niños, niñas y niñes sean considerados como ciudadanos, parte sustancial de la sociedad. Esto será en la medida que los adultos, desde nuestro rol de principales garantes de sus derechos, los validemos como sujetos activos. La educación inicial y sus profesionales debemos luchar porque las nuevas visiones de infancias se vean representadas en la Constitución, porque en ellas está la ciudadanía del presente y del futuro.

El jardín infantil es el primer espacio con enfoque de ciudadanía para los párvulos; donde tienen las primeras interacciones sociales luego de salir de la intimidad de su hogar. Por lo tanto, debe ser un espacio que apoye su empoderamiento en todos los otros contextos sociales de su vida. Aquí conviven con otros adultos, como también aprenden y reflexionan sobre normas sociales y de comportamiento. La entidad que brinda educación parvularia (tanto teórica como curricularmente) es uno de los principales garantes de derechos de los niños, niñas y niñes (luego de la familia) y sus principios pedagógicos desarrollan las primeras nociones de convivencia y ciudadanía. Se reconoce la niñez como grupo social que incide directamente en la cultura del grupo humano.

Como profesionales, reconocemos que la educación parvularia es también un espacio sano de cuidados para los párvulos, que permite a sus cuidadores ejercer sus oficios con la tranquilidad de que estarán seguros y ocupados. Sin embargo, este espacio educativo es mucho más que eso. Lejos de tener esa visión adultocéntrica, más bien la comunidad educativa propicia un espacio político en el cual los niños, niñas y niñes son protagonistas, ya que se responden a sus intereses, necesidades y contextos.

Este funcionamiento reconoce a las infancias como una parte sustancial de una ciudadanía inclusiva. Sin embargo, el trasfondo valórico de las políticas públicas que regulan nuestro sistema educativo es contraproducente con nuestro discurso docente. Ya que se posiciona dentro del marco de una Constitución adultocéntrica, que se ve limitada al momento de tomar decisiones que afecten a las infancias. Esto debido a que no es prioridad el bien superior del niño y su derecho a la educación, sino que se superpone la necesidad de trabajo para los cuidadores y el cuidado asistencial de los niños, niñas y niñas.

La actual Constitución reduce el rol de la ciudadanía netamente al poder de sufragar, lo que invalida las opiniones y acciones de personas menores de 18 años. Esto no permite que se considere a los párvulos como ciudadanos activos y con una opinión válida, sino como potenciales sujetos (u objetos) de producción; “pre-personas” o delicadas semillas a cultivar.

Los niños, niñas y niñes son considerados entonces como simples consumidores, sin derecho a cuestionar las lógicas de poder a las que son sometidos. Dicho en otras palabras, se refleja la visión de infancias como factor de mercado, para que en un futuro ellos sean parte de un precario sistema laboral y/o para que sus cuidadores participen de dicha ocupación. A pesar de que numerosas convenciones internacionales (a las que incluso ha adherido Chile) respaldan un cambio de paradigma, modificar la Constitución sería abordarlo desde su base valórica. Es a partir de ella, que se podría declarar explícitamente al niño, niña y niñe como sujeto de derechos y no como objeto de cuidados.

Para cambiar esta realidad, como educadoras proponemos concretamente que el primer artículo de la Constitución, que señala “las personas nacen libres”, debería ser modificado a “las personas nacen libres y ciudadanas”. Esto reconocería la riqueza de las opiniones e ideas de los niños, niñas y niñes de todas las edades, capacidades y culturas, valorándose como aportes a los códigos y contratos sociales.

Es por esto que invitamos a quienes se relacionan con infancias a no quedarse inmóviles ante los temas que nos aquejan como sociedad. Si no es por nosotros, que sea por los niños, niñas y niñes. La restructuración social será con y desde las infancias o no será. Juntos/as/es, seremos mayoría y lograremos el cambio cultural al que apelamos con la nueva Constitución, construida socialmente desde la ciudadanía con los niños, niñas y niñes.

Javiera Calderón y Josefina Canales