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Opinión

La larga noche de los 500 años

Por: Arturo Castro | Publicado: 12.10.2020
La larga noche de los 500 años Plaza Dignidad, 12 de octubre de 2020 |
Los procesos de colonización no fueron únicamente los viajes de ultramar del siglo XV y XVI. En la actualidad nos vemos constantemente abatidos por fuerzas de este tipo, influenciadas por los efectos de una economía de carácter global, la que ha generado un sinnúmero de estrategias para lograr apoderarse de espacios fuera de los márgenes territoriales de los países desarrollados, utilizando a las poblaciones del Tercer Mundo para su beneficio, de una forma similar a como ocurrió allá lejos en el tiempo, en los inicios de nuestra larga noche los 500 años.

Como la «larga noche de los 500 años”. De esta manera definía Emiliano Zapata la historia del continente americano tras la llegada de los europeos y, en consecuencia, de los diferentes procesos de exploración, conquista y ocupación que en estas tierras ocurrieron, trayendo tras de sí la muerte de una gran población indígena, la que sucumbía frente a la pólvora y las enfermedades que desolaron zonas completas, permitiendo que los invasores ocuparan estas tierras, habitadas desde tiempos pretéritos por los nuestros pueblos nativos. Esto es una consecuencia de lo que llamaron modernidad, lo que no fue acogido completamente por los pueblos ancestrales, originando una resistencia férrea de sus culturas y geografías. Estos grupos fueron tildados de bárbaros por quienes portaban espadas en sus manos y sangre entre sus armaduras escamosas.

Desde hace más de 500 años fuimos obligados a permanecer en la oscuridad, en la pobreza y marginalidad de nuestros territorios, arrojando nuestras culturas ancestrales al fuego, al olvido, lo que muchas veces nos ha condenado a muerte, en pos de los mandatos de lo dominante, arrasando con lo que en el papel parece imperecedero. Los habitantes de estos territorios nos convertimos en “los condenados de la tierra”, definición dada por el revolucionario siquiatra martiniqués Frantz Fanon al proletario de origen rural, en resistencia contra el sistema colonial. Una idea bastante clarificadora para entender el nacimiento del movimiento indigenista latinoamericano y otros frentes de resistencia cultural durante el siglo XX, nacidos en diversas partes del Tercer Mundo contra el modelo económico y la precarización de las vidas de los habitantes de lugares subdesarrollados. En la actualidad, esto nos remite a pensar en los efectos que tiene el neocolonialismo sobre nuestras comunidades, las que se han visto demacradas producto de condiciones económicas nefastas, impuestas a la fuerza en sus territorios, de la misma forma en como ocurriese hace más de quinientos años.

El neocolonialismo ha profundizado la segregación de las poblaciones más deterioradas mediante el dominio económico y político sobre los países subdesarrollados, permitiendo la reproducción constante de la pobreza y marginalidad, retrayendo sus poblaciones locales, las que han tenido que migrar desde los espacios rurales al mundo urbano. También hay casos donde hay migraciones a países con mayores índices de desarrollo, ubicados mayoritariamente en Europa y Estados Unidos, lo que produce una segmentación y división de los habitantes de estas zonas, sobre todo mediante su ocupación y trabajo, dejando a estos migrantes en condiciones de precariedad.

Los procesos de colonización no fueron únicamente los viajes de ultramar del siglo XV y XVI. En la actualidad nos vemos constantemente abatidos por fuerzas de este tipo, influenciadas por los efectos de una economía de carácter global, la que ha generado un sinnúmero de estrategias para lograr apoderarse de espacios fuera de los márgenes territoriales de los países desarrollados, utilizando a las poblaciones del Tercer Mundo para su beneficio, de una forma similar a como ocurrió allá lejos en el tiempo, en los inicios de nuestra larga noche los 500 años.

En España, cada 12 de octubre se celebra el “Día de la Hispanidad”. Son miles de personas que salen a las calles con banderas, haciendo alegoría de un pasado aún presente. Conmemoran un nuevo aniversario del Descubrimiento de América, con un sentimiento nacionalista que no deja de llamar la atención. En todas las ciudades españolas se vive la fiesta, siendo Madrid y Barcelona los lugares donde la aglomeración de personas se hace más evidente, situación muy bien recibida por los turistas, quienes aprovechan la instancia para sacar fotografías y algún otro recuerdo del momento, llenando restaurantes y lugares patrimoniales. En la capital de Catalunya esto ocurre mientras la estelada se asoma tímidamente en las calles, como un símbolo del sentimiento independentista catalán. En el centro, cerca de Las Ramblas, la gente se dispersa con un aire festivo que a esas alturas parece imperecedero. Paralelamente, en las calles se agrupan personas, todas provenientes del Tercer Mundo. Hay latinoamericanos, asiáticos y africanos, gentes de las partes más pobres del planeta. Inmigrantes con papeles e ilegales, apátridas. Incluso se ven mutilados de alguna guerra que no les correspondía, quizás por petróleo o porque alguien no pensó en las consecuencias que podían llegar a tener sus actos. Es la Marcha del encuentro de los dos mundos, que ha tomado un significado nuevo, ligado a la contemporaneidad, dominada por el sesgo del capitalismo.

Es el día en que todas las víctimas de los procesos de colonización, ocupación y desplazamiento territorial se ven las caras, caminando hacia el monumento a Colón, ubicado en las orillas del mar Mediterráneo al final de Las Ramblas de Barcelona. En este día, y desde muy temprano, el lugar es acordonado por fuerzas policiales. Las estatuas que acompañan a la escultura del navegante son tapadas con géneros blancos y mallas metálicas, resguardando estas estructuras en caso de que alguien quiera atentar contra ellas. Cuenta la historia que en el monumento a Colón el genovés debía apuntar a América. Lo cierto es que lo hace hacia el lado contrario. En un error involuntario, da su espalda hacia nosotros, el Tercer Mundo, los condenados de la Tierra.

Arturo Castro