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Sergio Morales, médico jefe de la Unidad de Trauma Ocular del Hospital del Salvador: “Esto ha tenido proporciones que no tienen parangón en la literatura médica universal”

Por: El Desconcierto | Publicado: 18.10.2020
Sergio Morales, médico jefe de la Unidad de Trauma Ocular del Hospital del Salvador: “Esto ha tenido proporciones que no tienen parangón en la literatura médica universal” | Agencia Uno
“Algunos pacientes incluso llegaron con compromiso neurológico, porque estos perdigones atravesaron el ojo, la órbita y se alojaron en la base del cerebro. Entonces tenía un paciente con riesgo vital. Otros pacientes requerían asistencia de otras especialidades para poderlos atender. La verdad es que era tan masivo el asunto que no te podría hablar con muchos detalles”, comenta Morales, un experto en retina con cerca de 25 años en este recinto asistencial.

El doctor Sergio Morales, jefe de la Unidad de Trauma Ocular (UTO) del Hospital del Salvador recuerda a una niña entre los cientos de casos que su equipo atendió durante los primeros días del estallido social.

Con esta imagen comienza el ilustrativo relato que el profesional hace a La Tercera del convulsionado último año en el país.  Específicamente habla de una adolescente de unos 14 o 15 años golpeada en la cara con un bastón y cuyos exámenes apuntaban a estructuralmente, sus ojos estaban en buenas condiciones, pero ella juraba que no podía ver absolutamente nada.

“Era un pajarito chico con una ceguera de tipo psicológica. Costó mucho sacarla de eso, porque estaba convencida que había quedado ciega. Mucha gente joven, especialmente las mujeres, tienen un trauma importante frente a una agresión que sienten como vital”, detalló el especialista.

Morales salía de un congreso de oftalmología esa histórica tarde del 18 de octubre del 2019 cuando advirtió que la violencia en la calle empezaba a escalar. A la mañana del día siguiente, la UTO ya tenía una significativa demanda de atención.

UTO pasó de atender cinco casos diarios a 25

Principalmente en esas dependencias había hombres jóvenes de entre 20 y 30 años. El peak se generó escasas horas después, el 20 y 21 de octubre.

Si cotidianamente se examinaban cinco o seis pacientes en todo el día, esta vez recibieron 25.  De los dos o tres oftalmológicos por turno la demanda pasó a ser de siete u ocho. A ese ritmo el servicio que lidera se mantuvo hasta fines de noviembre, apoyado por médicos de clínicas privadas, residentes y becarios.

La adolescente que Morales recuerda fue catalogada dentro de los 18 casos vinculados a trauma con objeto contundente. La gran mayoría, en tanto, llegó con heridas muy distintas. 182 casos producto de proyectiles de impacto cinético (70,5%) disparados por las armas antidisturbios utilizadas por efectivos de Carabineros durante las protestas.

Algunos pacientes incluso llegaron con compromiso neurológico, porque estos perdigones atravesaron el ojo, la órbita y se alojaron en la base del cerebro. Entonces tenía un paciente con riesgo vital. Otros pacientes requerían asistencia de otras especialidades para poderlos atender. La verdad es que era tan masivo el asunto que no te podría hablar con muchos detalles”, comenta Morales, experto en retina con cerca de 25 años en este recinto asistencial.

En sus 42 años como oftalmólogo, asegura, jamás se enfrentó a una situación de esta envergadura. «Esto es una experiencia que no ha tenido nadie, ni aquí en el país, ni fuera del país. Ha sido algo masivo, de proporciones que no tienen ningún parangón en el resto de la literatura médica universal. No hay ningún país que haya sufrido lesiones oculares de esta magnitud en tan poco tiempo. Una experiencia un poco horrorosa. Se ha comparado con el conflicto de Hong Kong, con las primeras intifadas. Ninguno tiene las características de la masividad de lesiones oculares que ocurrieron en Chile en ese momento», revela con brutal honestidad.

«La acción de la fuerza pública ha estado absolutamente fuera de los límites que se han dado en cualquier otra parte del mundo»

El nivel de agresión derivó en que tanto personal de la UTO como del Colegio Médico y de la Sociedad Chilena de Oftalmología informaran de la situación al ministro de Salud, en ese entonces Jaime Mañalich. Él envió notas a Carabineros para que se revisaran los protocolos, asegura el profesional.

Consultado respecto de qué tan usual eran las lesiones oculares por proyectiles antes del 18 de octubre, Morales asegura que lo que se abordaba en su servicio eran otros traumas.

«Lo que solíamos ver eran cuestiones relacionadas con drogas o que se producían en áreas de conflicto, como la Araucanía, por los perdigones de escopeta. Son lesiones de proyectiles pequeños de dos milímetros de diámetro. Pero lo de ahora fue algo absolutamente novedoso. Eran proyectiles de ocho milímetros de diámetro y que producían ya no perforación del ojo, sino que su estallido», detalla.

Respecto del daño generado por distintos tipos de proyectiles como balines, perdigones y bombas lacrimógenas, ilustra el trabajo que encabezó su equipo médico.

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«Una bomba lacrimógena en la cara, como le ocurrió a Fabiola Campillai, es muy inusual. Los balines fueron mucho más frecuentes. Tuvimos reacciones inflamatorias ante estos perdigones, los tejidos eran muy reactivos al material. Eso era novedoso para nosotros. De pronto tuvimos que intentar averiguar de qué estaban constituidos, porque había que tomar la decisión de meternos a sacar algo que estaba detrás del ojo -y que podía comprometer el cerebro- o dejar proyectiles y sus restos si los materiales no eran tan reactivos. Por esa razón se hizo un estudio respecto a la composición de estos perdigones. Del estudio surgió, por alguna afortunada consecuencia, la suspensión del uso de estas armas», detalla.

«Yo creo que el daño estaba causado más que nada por la distancia a la que recibían el impacto los pacientes, agrega.

Cuando se le pregunta por su evaluación del trabajo de las fuerzas del orden público, la opinión de profesional es lapidaria.

«La acción de la fuerza pública aquí ha estado absolutamente fuera de los límites que se han dado en cualquier otra parte del mundo. No es una impresión mía, es lo que dicen las cifras de número de disparos, número de municiones y número de bombas lacrimógenas. De todo eso hay estadísticas», dice apelando a la evidencia recogida.

Abordaje multidisciplinario de las lesiones oculares

Hasta la fecha el Instituto Nacional de Derechos Humanos, INDH, ha contabilizado 405 víctimas de daño ocular. La UTO ha atendido a la gran mayoría de los lesionados. Al respecto, Morales detalla que se requiere de un enfoque multidisciplinario debido a que las heridas tienen muchas capas.

Frente a la pregunta alusiva al amplio impacto que tiene en una persona perder la vista, el profesional refiere que se trata de un evento significativo.

«Es algo extraordinariamente complejo. Es un drama que excede al gobierno y compromete al país. Estas personas, estamos hablando de 250 o más, no quedaron mutiladas ni discapacitadas por un tiempo, lo quedaron para toda su vida. Las repercusiones de esa realidad son tremendas, porque gran parte de este movimiento lo que buscaba -no sé si equivocada o razonablemente- era recuperar una cierta dignidad. Era lo que gritaban. Entonces, si una persona sale a la calle a buscar dignidad y se vuelve a la casa con un ojo menos, es una cuestión no dimensionable», ilustra.

Respecto del ámbito psicológico, en comparación con alguien que pierde la vista de manera gradual, el médico alude a una mayor complejidad en el caso de los mutilados en el contexto del estallido social.

«La adaptación, por supuesto es más difícil. Hay gente, y eso nos tocó mucho verlo, que trabajaba conduciendo y conseguir un nuevo trabajo con un ojo menos es una cuestión dramática. Gente que trabajaba de electricista o en maniobras, que requieren la visión de ambos ojos y cierta fineza en los movimientos. Por eso digo que la reparación es parcial, lenta y muy sufrida», detalla.

«Muchos no quieren ir al hospital porque lo ven como parte del Estado que los dañó»

En relación a los insumos de los que disponen para atender a los pacientes, el profesional apunta a que la realidad va en otra dirección.

«Todos los recursos abarcaría una cuestión mucho más amplia que la que disponemos. De hecho, muchos pacientes no quieren ni ir al hospital, porque ven al hospital como parte del Estado que los agredió. Es natural y ni siquiera es criticable. Nosotros entendemos esto y sabemos que podemos reparar hasta un punto nomás. La satisfacción es algo que debe nacer del paciente», asegura.

Cuando se le consulta por el funcionamiento de la UTO en pandemia, Morales cuenta cómo han operado.

«Yo no estoy yendo, pero le he pedido a los colegas que he formado yo que me sustituyan. Creo que la UTO ha sido uno de los pocos servicios que ha seguido funcionando más o menos normalmente. Lo que sí, los pacientes que viven en provincia han tenido mayores dificultades de traslado, la pandemia ha limitado mucho el traslado. Si tú estás viviendo en Temuco, no es fácil venir a un control a Santiago», cuenta.

Por último, Morales transparenta que su expectativa es que lo vivido, se circunscriba a una contingencia extraordinaria.

«No quiero pensar que esto sea un fenómeno que se vaya a repetir como para que tengamos que sacar de esta experiencia una mejor forma de atención», comparte.

Y al respecto es claro e insistente. «Preferiría que no se repitiera. Esa es la mejor conclusión. Le rogaría a Dios que no se repita una tontería de estas. Digo tontería porque es desproporcionado. Espero que quienes dirigen las manifestaciones y quienes dirigen al gobierno, tengan la altura suficiente como para buscar una salida distinta», dice.

«A nosotros como profesionales nos ha marcado mucho, pero uno como médico (UTO) sabe que el sufrimiento del paciente es muy superior al de uno», dice Sergio Morales de manera concluyente.

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