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Opinión

Los independientes

Por: Cristián Zúñiga | Publicado: 31.10.2020
Los independientes Pepa Errázuriz, ex alcaldesa independiente de Providencia |
El discurso de la independencia política es uno más de los suspiros manifestados por el inconsciente neoliberal, donde las necesidades o malestares específicos colisionan con la negatividad de las ideologías. Creer que la llegada de independientes a una Convención Constituyente es sinónimo de superioridad moral o eficiencia es tan ingenuo como creer que el emprendedor independiente posee mayor dignidad y libertad que el gris cajero de un banco.

Ningún otro lema domina hoy tanto el discurso público como el de la independencia política. Un discurso omnipresente que aumenta hasta convertirse en un fetiche y que se remonta a un cambio de paradigma que no puede reducirse al campo de la política.

En la religión, podemos encontrar el discurso de la independencia metafísica (Chile es el país con mayor porcentaje de irreligiosos del continente), lo que se ha traducido en iglesias y templos a la baja. Es indudable que la cultura de mercado nos ha despojado de aquel temor a dios solicitado por la biblia. Ya no abunda la identificación con los colores de las religiones a la hora de organizar nuestras vidas y nuestras muertes.

En la economía, desde hace décadas que la cultura de mercado nos ha convencido respecto a nuestra autonomía de consumo, aquella experiencia donde nadie puede venir a cuestionar tu libertad de comprar lo que se te venga en gana (la libertad es tuya). La seducción del mercado y su hedonista banda sonora han hecho impensada la posibilidad de regresar a algún sistema que intente imponerte cuotas al consumo o regule tus preferencias íntimas de disfrute.

Y en el plano familiar, cada vez les cuesta más a las nuevas generaciones adecuarse a la tradicional vida en pareja: ese modelo inculcado por nuestros antepasados como sinónimo de buen vivir. Hoy abundan las relaciones con independencias de domicilio, rutinas y bienes materiales.

Hemos llegado a un punto de desapego con las estructuras que nos atan a la tradición, al otro, a la rutina y a la comunicación que intercambia categorías, ideas y no sólo sonidos u onomatopeyas. El tiempo de la independencia no necesita de mediadores pues encuentra, en la subjetividad, una voz tajante que indica el camino hacia la ciudad dorada: aquel espejismo de expectativas propio de las sociedades modernas.

Es así como la cultura de mercado y su característico relato de libertad e independencia lo han permeado todo. Quienes creen que el neoliberalismo es sólo un modelo económico o político que, gracias a un cambio constitucional o de gobierno, puede quedar extirpado no han entendido al neoliberalismo, en absoluto. El neoliberalismo es un espectro que ha logrado penetrar todas las dimensiones de la cultura, así como nuestras carnes y órganos, para llegar a alojarse en lo más profundo de nuestras subjetividades.

Para el filósofo coreano Byung-Chul Han, la actual sociedad híper capitalista es la sociedad del rendimiento, donde el sujeto está libre de una instancia exterior dominadora que lo obligue al trabajo y lo explote. Es su propio señor y empresario. Pero la desaparición de la instancia dominadora no conduce a una libertad real y a la franqueza, pues el sujeto del rendimiento se explota a sí mismo. El explotador es, a la vez, el explotado. Aquí la propia explotación es más eficaz que la explotación extraña, pues va acompañada del sentimiento de libertad e independencia.

Es probable que muchos de aquellos denominados independientes, motivados por su exigente  autoexplotación, vean en  la política, un ejercicio ligero, donde las buenas intenciones bastan para ejercer. Y es probable entonces que, estas personas de buenas intenciones, pero sin experiencias previas, terminen, en el corto plazo, estrellándose en el roquerío grueso e imperturbable de las ideologías y sus perforadoras consecuencias.

No cabe duda de que el discurso de la independencia política es uno más de los suspiros manifestados por el inconsciente neoliberal, donde las necesidades o malestares específicos colisionan con la negatividad de las ideologías. Creer que la llegada de independientes a una Convención Constituyente es sinónimo de superioridad moral o eficiencia es tan ingenuo como creer que el emprendedor independiente posee mayor dignidad y libertad que el gris cajero de un banco.

La práctica política, volviendo a la metáfora aristotélica del capitán de la nave, requiere de millas de viaje, tormentas en el cuerpo y, por sobre todo, de aquella capacidad que sólo la experiencia otorga a la hora de viajar a cargo de tripulaciones diversas y exigentes.

Por supuesto que resulta rendidor, para algunas figuras políticas, enarbolar el discurso de la independencia, pues es un recurso rápido y popular. Algunos lo hacen de manera desesperada, pues ya han perdido todas sus acciones en los partidos y colectivos donde militaban (dada su ineptitud para navegar en buques de generosa y diversa tripulación).

Lo complejo es atreverse a conformar colectivos políticos que, en el tiempo, acumulen experiencias, fracasos y aciertos, pero siempre con un domicilio ideológico ubicable y las correspondientes millas de viaje en la bitácora.

Cristián Zúñiga