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¿Podemos confiar en la Universidad de Chile?

Por: Francisca Quiroga | Publicado: 30.10.2019
¿Podemos confiar en la Universidad de Chile? ASAMBLEA |
Si millones se alzaron, ¿por qué, desde la Villa La Reina, por ejemplo, lugar de origen y de residencia, podríamos confiar en la Universidad de Chile, como garante de la paz y la justicia social, de los derechos humanos, del fin del neoliberalismo y su sistema agobiante de explotación junto con sus humillantes salarios? ¿Por qué, si somos millones quienes comprendemos que para dejar de ser clase subalterna necesitamos que desaparezca la clase dominante, deberíamos confiar en la Universidad como “ariete” para romper con el neoliberalismo y su recalcitrante sociedad de clases medias, a medias bajas y a medias a medias? Más aún, ¿por qué debiésemos solicitarle a la Universidad que, al lado o a la vanguardia, luche como aliada con las “hordas de salvajes flaites”, con las “organizaciones sociales con orgánicas de base” o con los movimientos espontáneos y subversivos de las clases subalternas?

Hace algún tiempo participé de una rueda de preguntas a posibles decanas/os de la Facultad de Filosofía y Humanidades. Aunque suene increíble, en ese momento, un tanto al borde de capitalismo tardío y de neoliberalismo económico, ético y social, la única pregunta que vino a mi mente fue: “¿Cuál sería el rol de la universidad en un contexto dictatorial?”. Esa pregunta escondía una trampa, porque lo que buscaba era que posicionaran a la universidad en una ficción política, basándose en los antecedentes que tenían de la dictadura cívico militar, encabezada por Pinochet (escupo). Yo sé que estaba en postdictadura o en dictadura de mercado y, como clase subalterna, comprendo que mientras haya una clase dominante hay dictadura fáctica (armada hasta los dientes; con presiones económicas; delaciones, desapariciones, persecuciones; intervenciones en villas o poblaciones), pero mi enfoque ha sido considerado amargo y extremo, en más de alguna ocasión. Como en otras oportunidades, se me respondió que la universidad es garante de las libertades colectivas e individuales, mientras sean libertades legítimas y legitimadas; además, que resguarda la cultura, el saber, la ciencia y el conocimiento de diversas manipulaciones, enfrentándose con el poder mediático, a través del que las clases dominantes transmiten sus adornadas mentiras de orden, higiene social, bienestar económico y criminalización, entre otras.

El 20 de octubre de 2019, sin necesidad de recurrir a ejemplos pasados, el actual (y sí, aún actual y no ex ni mucho menos juzgado por crímenes en contra de la humanidad) presidente de la República (que de res publica poco o nada tiene), Sebastián Piñera, dijo: “Estamos en guerra contra una organización criminal”. En ese momento, se cumplían dos días de Estado de Excepción, con militarización de las zonas urbanas, mayoritariamente, toque de queda y, en síntesis, el peor y más espectacularizado, terrorismo de Estado. Quizá un día o tres, alguien como yo pierde la cuenta, cuando calculo que llevamos unos doscientos años de modus operandi similar impuestos por las clases dominantes. En este contexto de “guerra” (nunca había sido tan imaginaria y tan perniciosamente real), las/os habitantes de esta lonja de tierra, explotada hasta el cansancio para extraer materias primas vendidas al mejor postor, “despertaron”. Cuál no sería su impactante dolor al despertar y ver que la actual clase dominante hacía gala de lo que mejor aprendieron de su Gran Patriarca, Augusto Pinochet Ugarte: instalar a sangre, fuego y hierro, una dictadura de facto que, en diez días ha dejado (y no hemos terminado de contar), más de tres mil casos de violaciones a los derechos humanos: violaciones sexuales, torturas, detenciones, violencia desmedida de sus “cuerpos armados”, comandados por Altos Mandos que se rigen por la ley y el orden de las clases dominantes.

En ese escenario, millones se alzaron y nunca había sido tan evidente que, en esta tierra golpeada por dictaduras y guerras desde 1810 (pensando solo en “Chile”, porque si considero, además, la lucha que ha dado Wallmapu debiese incorporar otros 300 años de luchas contra la opresión; asimismo, si incluyo la fundamental lucha contra el patriarcado, entonces son unos 13.000 años de lucha contra todo tipo de opresión), las clases subalternas son el 92% de la población y que las clases dominantes son el 8% con una alta concentración, abrumadora y asquerosa alta concentración, de todos los capitales de esta parte del mundo.

Si millones se alzaron, ¿por qué, desde la Villa La Reina, por ejemplo, lugar de origen y de residencia, podríamos confiar en la Universidad de Chile, como garante de la paz y la justicia social, de los derechos humanos, del fin del neoliberalismo y su sistema agobiante de explotación junto con sus humillantes salarios? ¿Por qué, si somos millones quienes comprendemos que para dejar de ser clase subalterna necesitamos que desaparezca la clase dominante, deberíamos confiar en la Universidad como “ariete” para romper con el neoliberalismo y su recalcitrante sociedad de clases medias, a medias bajas y a medias a medias? Más aún, ¿por qué debiésemos solicitarle a la Universidad que, al lado o a la vanguardia, luche como aliada con las “hordas de salvajes flaites”, con las “organizaciones sociales con orgánicas de base” o con los movimientos espontáneos y subversivos de las clases subalternas?

Soy ácrata y he estudiado en la Universidad de Chile; no me colgaron de un árbol por ser ácrata, me aceptaron y, gracias a mi trabajo sistemático y dedicado, me he graduado. No se me expulsó del campus o de la biblioteca por ser ácrata, pero NO todas las verdades se tocan. Porque, ¿en qué punto la verdad de la ética ácrata que propugna la libertad y la armonía se tocaría con la verdad de las/os seguidores de Sebastián Piñera, defensores de la violencia de este dictador de facto, aún presidente de la vejada hasta el cansancio República de Chile?

¿Podemos confiar, las clases subalternas, en que en la Universidad deje de haber una clase dominante, similar a la que desarticula la democracia nacional en función de sustanciosas ganancias especulativas? ¿Podemos confiar desde las poblaciones intervenidas por las policías y por los militares en una Universidad que enrostre la violencia amparada en las jerarquías, en el Derecho y en el dinero? Acaso, ¿podemos confiar, quienes luchamos contra toda explotación, en la Universidad como un espacio en que la humillación y la perversión de la sociedad de clases desaparezcan?

Quizá, lo más sensato, una vez más, sea confiar plenamente en las diferentes personas que conforman la Universidad; personas de carne y hueso que comprenden su situación de clase, que luchan desde distintas instancias, institucionales y no institucionales, como funcionarias/os, estudiantes o docentes (trabajadoras/es académicas/os) o que dan batallas cotidianas desde todos los frentes: docencia, difusión, investigación, administración (asear los espacios es administrarlos y nunca un “trabajo intelectual” será superior a limpiar o construir una mesa). Porque, de una u otra forma, para confiar, necesitamos sensatez y no “castillos en el aire” ni peroratas ni entelequias. Cuando la Universidad sea el espacio de dignidad sin explotación, que merece una comunidad sin privilegios de clase económica o cultural, entonces, quizá, podamos confiar abiertamente en la Universidad, porque la Universidad seremos todas las personas que luchan abiertamente contra las dictaduras de facto maquilladas como estado de emergencia o de excepción y contra dictadores de facto escondidos bajo sus trajes de asesina elegancia y democracia manipulada. Para confiar en la Universidad, como agente social de cambios, garante de la libertad y opositora a las dictaduras, el espíritu humano, sometido al contexto de los privilegios culturales, debe dejar su mezquindad. “A quien le apriete el zapato, que revise su horma”.

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