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Chileno en Qatar 10: El fútbol es una belleza, a pesar de su comercialización implacable

Publicado: 28.11.2022

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El taxista nepalés lleva 26 años viviendo en Qatar. “Antes había solo tres puentes, me dice, camino al aeropuerto, ahora hay más de mil”. Exagera, evidentemente, pero no tanto: Doha y Qatar han crecido exponencialmente en las últimas décadas. Hay dinero en todas partes. Pero, como en muchas partes, la torta está mal repartida. Es difícil relacionarse con qataríes; de hecho, he conversado solo con uno en todos estos días. Todas las personas que trabajan en servicios (de todo tipo) son extranjeras (taxistas: muchos de Bangladesh, Pakistán, Túnez, India, Nepal, etc.). Todas. Se le preguntó al taxista.

– Los qataríes solo trabajan en el gobierno.

Si es que trabajan, pienso, recordando lo que me habían dicho: todo ciudadano qatarí recibe diez mil dólares mensuales, solo por serlo. No he verificado el comentario (no sé si es desde los dieciocho años, si es para hombres y mujeres), pero algo de eso hay, sin duda. Al llegar al aeropuerto, me indica un edificio moderno a un lado:

-Ese es el aeropuerto para la familia del Emir.

Es el Emir, también, quien decide si alguien puede hacerse ciudadano. No hay proceso.

Es el Emir, también, quien manda en el Mundial; es él quien decidió dejar a los hinchas sin cerveza en los estadios a pesar de los acuerdos firmados.

Pero seamos honestos: nada nuevo bajo el sol con todo eso.

La Copa del Mundo, en el mejor de los mundos, podría servir para el encuentro de culturas y para un aprendizaje y apreciación recíprocas. Para abrirse a nuevos modos de ver y de hacer. En un mundo quizá más real es poco probable que algo de eso suceda y es más posible que se refuercen maneras de pensar y profundicen diferencias (como las noticias que llegan del nuevo choque entre Irán y los Estados Unidos).

En los últimos años, la gran parte del dinero a nivel mundial que financia al fútbol ha venido de estas tierras del Medio Oriente y de Asia (es cosa de pensar en quiénes compran los equipos más prestigiosos). Y he ahí algo cuyas consecuencias pueden ser inesperadamente esperadas. ¿Qué hacer? ¿Seguir jugando fútbol como si nada pasa?

No sé. Lo que sí sucede, y esto, por supuesto, lo dijo Galeano mejor que nadie, a pesar de la comercialización implacable del fútbol, hay una belleza que está más allá de eso, una posibilidad de encontrar en la pasión y el amor a un equipo (ese sentimiento) una razón para despertarse y para seguir en medio de la locura del mundo. Gritar un gol, llorar por un penal perdido, por un tiro en el travesaño que hubiese cambiado la historia del mundo (¡ay, Pinilla!), es profundamente humano y bello. Pero mi vuelo está por partir y no he dicho nada de los partidos de ayer.

Canadá hizo un gol por primera vez en un mundial y por un rato su barra mostró una bandera canadiense con los colores de Ucrania (luego, curiosamente, no se vio más). Alemania sacó fuerzas de flaqueza para empatarle a la Furia Roja. Y por primera vez vi caravanas de autos por el centro de Doha, embanderados, tocando sus bocinas, para celebrar el triunfo de Marruecos sobre Bélgica. Cosas del fútbol.

Llaman a abordar. Dejo el Mundial por unos días. Espero volver al final. Hasta entonces.

 

 

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