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Potosí: la lucha de un pueblo desde el socavón

Por: Vanessa Vargas Rojas | Publicado: 05.03.2014

El pasar de los siglos ha sido crudo para los habitantes de Potosí, Bolivia. Desde su fundación el 1 de abril de 1545, la explotación indiscriminada de sus recursos naturales no se ha llevado solo su riquezas en manos invasoras, sino que con ello, millones de vidas perdidas en las entrañas de la tierra.

El imponente Cerro Rico, postal característica de aquel paraje en las alturas, es la fuente principal de la abundancia mineral en los yacimientos potosinos. Con más de 450 años de trabajo desde su base hasta la cumbre, se estipula que más de 8 millones de personas han fallecido sacando la roca de la mina. Indígenas, casi en su totalidad.

La extracción de plata pura se convirtió en el engranaje principal de la ciudad, que en pocos años se transformó en una de las más ricas del mundo a mediados del siglo XVI. Su población aumentó de forma exponencial, a pesar de las difíciles condiciones impuestas por los 4.070 metros de altura sobre el nivel del mar en la que descansan sus cimientos. A 28 años de su aparición, igualaba el número de habitantes de Londres, y superaba a Madrid, París y Roma, siendo diez veces mayor incluso que Boston, según detalla Eduardo Galeano en su reconocida obra «Las Venas Abiertas de América Latina».

Hoy, la otrota Villa Imperial de Potosí presenta los vestigios de un pasado colonial y una riqueza inmensa, plasmados en edificios como la Torre de la Compañía y la antiquisíma hacienda Casa de la Moneda, arquitectura española de la época. Sin embargo, la que antes fue el cuerno de abundancia para la corona de los conquistadores, en la actualidad es un foco de pobreza  a causa de usurpación histórica.

cerro rico

Sin embargo, en días del Carnaval Minero la ciudad se viste de fiesta, y los obreros de la plata salen de sus oscuras bocaminas para ser parte de la danza en las calles. Al igual que en el resto de Bolivia, las bombas de agua y los cuetillos llueven y revientan en las plazas, y no hay nadie que se salve.

 

Cerro Rico

La subida desde el centro de Potosí dura entre 20 y 30 minutos aproximadamente, hasta que llegas a las pequeñas casas de adobe que antiguamente servían de refugio a los mineros. Actualmente ya no se quedan a dormir ahí. Para entrar al socavón, te facultan de botas y un traje más hermético, un casco, lamparilla y máscara que filtre de forma mínima el aire denso.

Con el transcurso de los años y la explotación sin descanso que ha tenido el cerro, su cima ha perdido 200 metros de altura, claro sin dejar de ser una de las montañas más macizas de Los Andes, con casi 5000 metros. 16 mil mineros trabajando hoy ahí.

Las bocaminas están abiertas y vigentes desde el siglo XV en su mayoría y son distribuidas por los mineros que funcionan organizándose a través de una cooperativa. La propiedad del yacimiento es suya, y deben pagar un impuesto del 20% a la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL). Así, cada túnel y sus derivados socavones secundarios son distribuidos a medida que cada obrero encuentra nuevas venas de plata, o avanza hacia un lugar que guste basado en la experiencia.

Los caminos oscuros tienen cientos y cientos de metros, hasta el corazón de la montaña. La única luz es entregada por los cascos, y a medida que se avanza los pies se inundan en agua filtrada de la tierra. El camino hacia el interior aumenta la temperatura e intensifica el resabio de los gases en las fosas nasales.

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La perforación de la roca volcánica y el acarreo de sacos con piedras minerales que superan en total los 40 kilos hacen del trabajo diario en la mina una realidad dura. El olor a azufre es penetrante y produce agotamiento, pero los mineros dicen «estar acostumbrados ya. Se sabe qué gases son tóxicos y cuáles no».

Claro, muchos de los vapores volcánicos y tóxicos que se liberan con la explosiones no son mortales a corto plazo. Pero cuando los mineros llevan más  de 30 años trabajando, las consecuencias son evidentes, el cáncer pulmonar y las enfermedades respiratorias se acentúan.  Dichos gases son el elemento más peligroso del yacimiento, pues la composición de roca volcánica hacen de la estructura interna una zona libre de deslizamientos y derrumbes frecuentes.

Agustín, un trabajador con más de 15 años de experiencia en la mina, completa las tareas de extracción acompañado de dos de sus siete hijos. Ernesto, el menor que los acompañaba, tenía 22 años y su labor de asistente empezó a las 16. «Sacamos entre 8 y 10 toneladas semanales para después venderlo a las empresas. A veces se paga justo, otras veces no», dijo.

Y es que la ganancia  se basa exclusivamente en lo que sacan individualmente por cada socio que pertenece a la cooperativa. Este puesto se obtiene cuando se han pasado una serie de etapas de preparación: primero, se es peón o asistente, ocupación desempeñada por los más jóvenes. Luego se pasa a ser «segunda mano», y se gana experiencia para llegar a convertirse en socio y manejar conocimiento y la seguridad de las detonaciones. Ahí se adquiere el derecho a la zona de explotación propia.

Para soportar el frío que cala en los huesos por las mañanas, tardes y noches de trabajo, los mineros beben alcohol potable, un brebaje de 96º de alcohol que tradicionalmente se ofrece como ofrenda al diablo, la deidad de la mina conocida como «El Tío». Alcohol, hoja de coca y adornos lo decoran durante los días de carnaval.

Los mineros dicen gustar de su trabajo, de sentir orgullo. Agradecen la suerte de encontrar plata y creen en la bondad de la Pachamama. La politización es profunda y son críticos de Evo Morales. Reconocen que «su gobierno es el mejor de la historia de Bolivia», pero le exigen más. «El fomento de los talentos», dicen, que en la mina hay músicos, poetas, escritores y compositores de altísimo nivel y sensibilidad.

«La montaña que devora hombres» sostiene a mineros de arduo trabajo. Latinoamérica, y sobre todo Potosí, merecen el pago de una vida de esclavitud y explotación, que terminó con el saqueo profundo de la tierra.

 

 

 

 

 

 

16 mil mineros

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