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Los árboles y el bosque: Difusión del conocimiento e impuesto sobre el capital

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 19.11.2014

Joan de AlcazarAgobiados por tantas cosas [relativamente pequeñas] como pasan, quizá estamos discutiendo acaloradamente sobre aquello que no toca o, cuando menos, sobre aquello que es accesorio y no central para nuestra sociedad y para nuestras formas básicas de convivencia.

Miopías políticas a parte, descontados los tacticismos partidarios, puestas en su lugar las reivindicaciones más o menos tribales, identificados los piratas y bandoleros con corbata y estudios que nos roban, convendría prestar atención a una de las cuestiones medulares que nos afecta y nos perjudica [y todavía lo hará más si no la revertimos]: hablo del avance incontenible de las desigualdades, no sólo las económicas. Podría ser que los árboles nos impidieran ver el bosque.

La reflexión viene a cuento después de leer una entrevista a Thomas Piketty que acaba de publicar la revista L’Espill, en su excelente número 47. El título ya es muy revelador de por dónde van los tiros: La dinámica de las desigualdades. Explica el economista francés que durante el siglo XX éstas aumentaron rápidamente hasta la I Guerra Mundial, se redujeron progresivamente después por los efectos derivados de la Segunda, la descolonización y la aparición del Estado del Bienestar, pero volvieron a aumentar desde la década de los ochenta hasta hoy. Cómo sabemos, después la Segunda Gran Guerra se vivieron los Treinta Gloriosos. Unos años en los que se pudo creer que se había llegado a una sociedad capitalista pero casi sin capital y aun casi sin capitalistas. Vana ilusión.

Se trataba, simplemente, de una fase transitoria en la que se ha estado produciendo una reconstrucción del sistema; un capitalismo en el que hoy en día los niveles de patrimonio son –dice Piketty, con las lógicas variaciones nacionales– los de la Belle Èpoque, en los años veinte del siglo pasado.

Sufrimos una situación muy hiriente cómo es el notable y desmesurado incremento de las desigualdades. Está claro y resulta evidente que las instituciones del mercado no tienen como objetivo ni la justicia social ni la calidad de la democracia, así como que el sistema de precios no conoce límites ni moral. Ni la concurrencia ni el crecimiento van a reconducir la dinámica actual, y no podemos imaginar una nueva guerra que vuelvo a hacer borrón y cuenta nueva y provoque un nuevo reparto de cartas como el de 1945.

Piketty propone dos formas de combatir la desigualdad creciente y perversa que nos ahoga: la difusión del conocimiento y una nueva política fiscal.

La primera es la más importante fuerza de convergencia, como se ha demostrado para los países del capitalismo central y también puede serlo para los países emergentes. Exige, lógicamente, inversión pública que potencie esa difusión del conocimiento, lo cual pasa por incrementar la inversión en educación y en I+D+i, exactamente el contrario de lo que algunos países están haciendo, como por ejemplo la España de Rajoy.

La segunda pasa por un impuesto progresivo al capital, una vía fiscal que sintonice mejor con la fase de capitalismo patrimonial que la inmensa mayoría estamos sufriendo. No se trata, como aclara Piketty, de eliminar el impuesto sobre la renta, sino de potenciar el impuesto sobre el capital. Este es imprescindible para combatir los niveles de extrema y obscena desigualdad en la que nos encontramos a estas alturas del siglo.

Sería deseable que, de cara al 2015, el año electoral en el que vamos a jugarnos el continuar con una política económica que privilegia a los poderosos e incrementa las desigualdades, -como es la que desarrolla el PP de Rajoy y compañía–, las fuerzas políticas de oposición de orientación progresista y redistributiva leyeran a Piketty y a otros economistas como Krugman, Sen o Stiglitz. Convendría jubilar a aquellos gurús de la economía que han olvidado que detrás las grandes cifras macroeconómicas está la mayoría absoluta de los ciudadanos que sufren día a día la microeconomía. Esa economía pequeña, doméstica, que a ellos les importa un pepino.

A ver, pues, si de cara en los programas electorales y a la acción política concreta nos centramos en el bosque y no nos preocupamos tan sólo por los árboles.

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