Tras la crisis subprime del 2008, se generó en los centros económicos (Europa occidental y Estados Unidos) la sensación de que el neoliberalismo había fracasado. Surgieron los indignados, Ocuppy Wall Street, los Hessel y los Piketty. El neoliberalismo (la versión más cruel del capitalismo que haya conocido la historia de la humanidad) había encontrado la horma de su zapato. Incluso en nuestro país, al igual que en los sesentas y setentas, se desarrolló una suerte de versión a escala de un conflicto global, con las celebérrimas protestas del 2011. De ahí en más, se suponía, el neoliberalismo se replegaría y el péndulo político del mundo se movería hacia la izquierda, hacia cobrar más impuestos a las grandes corporaciones, hacia mayor control a sus actividades y, eventualmente, a recuperar la dignidad ciudadana de millones alrededor del mundo reforzando los estados de bienestar.
Eso sucedió. Sucedió, más menos, en los centros económicos, políticos y mediáticos del mundo. ¿Pero qué pasaba en países periféricos? Esos países que no tienen The Guardian, Die Zeit, Le Monde, o El País. No lo sabemos. ¿Estaban ellos también en una ola de reconstruir el Estado de Bienestar? La verdad es que no. Primero, porque el 80% de los países del mundo no tiene ni nunca ha tenido un Estado de Bienestar. África entera, para empezar, estaba abriéndose a las inversiones extranjeras, especialmente de China. China, por otro lado, con sus 1500 millones de habitantes no daba tregua en su megaproyecto de convertirse en la primera potencia mundial abriendo su economía. Colombia pasa a Argentina como la tercera economía regional aplicando políticas libremercadistas mientras nuestros vecinos nacionalizan gran parte de sus recursos fósiles.
El mismo año en que se celebraban 25 años de la caída del muro de Berlín, Cuba y Estados Unidos sorprendieron al mundo con su declaración de que reestablecerían sus relaciones diplomáticas.
Para no cometer el mismo error de dictar un rumbo de la política mundial, simplemente diré que se puede notar cierta tendencia en la que los gobiernos pragmáticos suelen ser más apropiados para nuestros tiempos – turbulentos y de incertidumbre – que aquellos prisioneros de una ideología o un programa. Angela Merkel lleva casi diez años en el poder sin que su figura se pueda asociar a una línea ideológica muy clara. Correa en Ecuador y Morales – los “pragmáticos” del Alba – siguen firmes en sus Casas de Gobierno y China, la reina del pragmatismo, va indeleblemente a convertirse en la nación que cual más cual menos nos dará a todos de comer en un futuro no muy lejano.