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En defensa de la Universidad pública

Publicado: 29.12.2014
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Apenas hace un mes el catedrático de estética y escritor Félix de Azúa publicó un sorprendente artículo en el diario El País bajo el título Un partido de profesores. Arrancando del debate abierto por la supuesta incompatibilidad entre el vínculo de Íñigo Errejón con la Universidad de Málaga y su activismo al frente del partido Podemos, Azúa afirmaba que la Universidad [pública] española está tan corrompida como las finanzas, los partidos o los sindicatos, resultando ser una de las instituciones más corruptas del conjunto institucional español. De esa lacra se derivaría, –siempre según Azúa–, que la enseñanza universitaria española es la peor de Europa, cosa que se comprueba año tras año “con gran regocijo de los partidos políticos” [sic].

El texto del profesor Azúa, que comenzaba siendo un ataque a Podemos para convertirse enseguida en fuego de artillería pesada contra la Universidad en su conjunto,  despertó simpatías y muchos vítores entre aquellos que siempre se apuntan a la crítica contra todo y contra todos menos contra lo suyo. No tengo noticia de que alguien se haya preguntado cómo Félix de Azúa ha podido resistir viviendo treinta años en semejante estercolero, pero sí he leído bastantes artículos y reportajes periodísticos que vinieron, parece, motivados por su columna. Lógicamente, unos me han parecido más atinados que otros, pero entiendo que la gran mayoría se apuntan a poner el dedo en las llagas universitarias y nadie tiene interés en destacar las bondades.

Es fácil atacar a la universidad, que tiene tantos puntos vulnerables. Es demasiado fácil. Ahora bien, desacreditarla como hacen Azúa y otros con medias verdades y con tanto desprecio resulta impropio en personas a las que se les supone una inteligencia desarrollada. Claro que hay problemas en la universidad, faltaría más. Y graves. Pero cansa el discurso sobre la endogamia, tanto más cuando de forma incomprensible para quien la conoce desde dentro, se pontifica desde una posición arcangélica y supuestamente virginal, además de ahistórica y descontextualizada. No tenemos, por ejemplo, la movilidad de [algunas de] las universidades norteamericanas [que no todas son Harward o Yale], se dice. Pues sí, es cierto, pero ¿cuáles son las diferencias de movilidad territorial y laboral entre la sociedad estadounidense y la española?

Pese a todo, ?volviendo al texto de Azúa? no podemos hacer como que no lo hemos leído. Por supuesto que debemos de hablar de la corrupción que pueda haber en la Universidad, igual o más todavía de la que pueda haber en la política, en la judicatura, en las finanzas o en el mundo empresarial. Habrá fiscales y defensores, por supuesto. Servidor, por lo que hace al sistema universitario se apunta al grupo de los segundos. En el momento procesal oportuno, que no es éste, pediré que se aporten datos objetivos que permitan comparar la universidad pública de los primeros años ochenta con la de 2010, por ejemplo. Balance del resultado obtenido por cada euro invertido en la Universidad, cifras de matriculados y egresados, coste por alumno, producción científica, transferencia de resultados de investigación, patentes, publicaciones académicas internacionales, becas externas conseguidas por postgraduados, proyectos de investigación con financiación internacional, proyectos europeos plurinacionales, consorcios internacionales, tasas de inserción laboral de los graduados respecto de los no formados, recepción de estudiantes extranjeros de grado y posgrado, etcétera, etcétera.

No es el momento de las cifras, pero sí quizá el de reparar en que, ahora, que estamos como estamos, esa universidad que algunos juzgan tan ineficiente (?), tan endogámica (?), tan corrupta (?), está exportando graduados y doctores al mercado laboral de países que invierten en educación el doble y más del porcentaje del PIB que invierte España. Y también está enviando fundamentalmente doctores a países que están invirtiendo a marchas forzadas para mejorar sus sistemas universitarios. Estamos exportando gente bien formada que no quiere irse y que seguramente no volverá. Más allá de los desgarros personales y familiares, que pésimo negocio para el país.

«Es imprescindible que seamos capaces de abrir un debate amplio sobre la Universidad y sobre el papel que ha de jugar en el desarrollo [no solo económico] del país, de cómo engrasar las relaciones con los sectores productivos de excelencia, de cómo contribuir a crear otros, de calcular cuánto costaría mantenerla y de establecer unas nuevas reglas de juego.»

Unos años más con Rajoy, Wert y compañía al frente del gobierno y ya nos lamentaremos de haber vuelto a una universidad como la de finales de los años setenta. Reduciendo la inversión en la educación pública y con una tasa de reposición del diez por ciento, que cierra la posibilidad de renovar el capital humano, veremos si estos y otros personajes continúan lamentándose de que no haya ninguna universidad española entre las cien primeras del Ranking de Shangai.

Es imprescindible, no obstante, que seamos capaces de abrir un debate amplio sobre la Universidad y sobre el papel que ha de jugar en el desarrollo [no solo económico] del país, de cómo engrasar las relaciones con los sectores productivos de excelencia, de cómo contribuir a crear otros, de calcular cuánto costaría mantenerla y de establecer unas nuevas reglas de juego, de enmendar disfunciones y de desterrar corporativismos perversos. Habrá de aclarar el papel que juegan las universidades privadas, subvencionadas de forma tan escandalosa como efectiva con recursos públicos, mientras se enriquecen como empresas parasitarias de la Universidad pública.

Se ha podido leer estos días que los profesores [apoltronados, parapetados en nuestras canonjías] no hablamos, no decimos ni pío sobre la Academia. Pero si hablamos y no lo hacemos siguiendo esa corriente de desprestigio, es que somos parte de la corruptela académica que todo lo contamina.

¿Cómo que nadie discute en los campus el papel de la universidad y de los profesores? Pues claro que se discute y se sabe que hay que reformar la Universidad, como la Constitución, como tantas otras cosas. Es que si no se reforma, si no se reinventa, morirá o, peor, vegetará. Nadie desde la Universidad quiere eso. Tenemos nuestros garbanzos negros, como otros muchos colectivos profesionales, pero entiendo que es necesario insistir no solo en las sombras, sino también en las luces. Por lo menos lo haremos quienes deseemos actuar como defensores de nuestro sistema universitario público. Lo haremos aquellos que estamos convencidos de que nuestro trabajo como universitarios ha de ser socialmente efectivo; que de nuestro esfuerzo se han de derivar beneficios tangibles para la sociedad de la que somos parte, que es la que nos paga cada mes.

Por supuesto que hay que ser autocríticos. Funcionamos con dinero público, y por lo tanto no hay excusa para nada que no sea transparente en la gestión de los recursos y en los resultados (medidos no solo en parámetros académicos) que evidencien la eficacia social de la Universidad.

El debate sobre qué universidad tenemos y qué universidad necesitamos es imprescindible. Cada participante en él dirá lo que mejor considere, pero sería un muy mal comienzo arrancar de textos como el reiteradamente citado de Félix de Azúa, un catedrático de Estética que, pese a todo, ha sobrevivido tres décadas [según cuenta] entre corruptos e incompetentes encastillados en sus feudos y rodeados de vasallos.

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