El presidente estadounidense, Donald Trump, se defendió de los comentarios racistas y xenófobos que la semana pasada disparó en contra de los países africanos, El Salvador y Haití.
En una cena celebrada en su lujoso Club de Golf en Palm Beach (Florida) este domingo Trump se dejó preguntar por la cuestión y no dudó en responder: «¿Oyó lo que dijeron varios senadores que estaban en la reunión? No dije eso. No soy un racista. Soy la persona menos racista que jamás han entrevistado, eso se lo puedo afirmar”.
Horas antes, dos senadores republicanos que cuando estalló el escándalo dijeron no recordar las expresiones de Trump en el encuentro, habían recordado repentinamente que el presidente jamás había dicho “países de mierda” y que el senador demócrata que lo denunció, Richard Durbin, no era de fiar.
La polémica desatada por el mandatario tras la denigrante expresión complicó la negociación entre demócratas y republicanos sobre inmigración, que tiene como punto clave el futuro de los llamados «dreamers». Se trata de los inmigrantes que llegaron a Estados Unidos siendo menores y que podían trabajar y estudiar legalmente en Estados Unidos gracias a un programa llamado DACA (Acción Diferida para Llegadas Infantiles en sus siglas en inglés), que promovió Barack Obama.
En septiembre pasado, Trump decidió liquidarlo. Pero, consciente del impacto que la deportación de estos jóvenes tendría en sus propias filas, concedió una prórroga de seis meses para buscar una salida en el Congreso. Ahora, el plazo está llegando a su fin y el presidente, en una nueva operación oportunista, chantajea imponiendo como condición para que los dreamers no sean deportados que el Congreso le facilité 18.000 millones de dólares para levantar su muro con México. Una exigencia que para los demócratas resulta inaceptable.