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ADELANTO| Me alimento de newen en la primera línea

Por: Rodrigo Miranda, periodista y escritor | Publicado: 19.10.2020
ADELANTO| Me alimento de newen en la primera línea |
En «Satancumbia», su segunda novela, el escritor y colaborador de El Desconcierto Rodrigo Miranda sigue a dos grafiteros que sobreviven en la toma de una estación abandonada bajo la Plaza Dignidad. Aquí un adelanto.

Unas vacaciones de verano llegó alguien rapeando, de ahí salté al hip hop y al grafiti. Me encantaba dibujar. Había buenos grafiteros en esos años, fueron como bombas que estallaron en las calles, dentro de los pequeños cerebros de los transeúntes y supe que me dedicaría a eso. Pintaba todos los días. Incluida Navidad, Año Nuevo, vacaciones o feriados. Nunca tuve miedo. Siempre me ha gustado pintar solo, por la adrenalina de salir a buscar muros. Cuando chico salía en la noche a rayar y me sentía seguro pintando. PREFIERO EL CAOS A ESTA SITUACIÓN TAN CHARCHA LA CIUDAD NOS VOMITA. Pintamos un muro de cuatrocientos metros. Ahí me di cuenta del impacto del realismo. Rostros, manos, retratos, personajes, objetos, cosas. Empecé a sacarle fotos a modelos, a jugar con el foco de la cámara y a experimentar, a improvisar. Un fin de semana leí una noticia: se venía un récord de turistas gringos que llegarían a Chile. De puro picao, me dije: voy a ir pintarle a estos weones los ojos de una musulmana con hiyab, con velo, para que sepan que acá también los estamos mirando, que los tenemos en la mira. Ese personaje unifica todas las batallas que es una sola, la pelea en las calles de Hong Kong, Beirut, Ramala, Argel, Damasco, Bagdag, La Paz, Bogotá, Quito, Barcelona, París, Santiago, Valparaíso, Concepción. Todos los que estábamos separados nos teníamos que unir; conexión, integración, somos merecedores de Dignidad. Todas las instituciones que nos someten caerán, se destruirán. Con el tiempo todo caerá y, por fin, nos sentiremos completos. Los gringos no sabían si el grafiti era un sudaka, un estudiante chileno protestando o un árabe o un capucha. Al principio era realista y en blanco y negro. Después empezaron a aparecer los colores, a desaparecer el realismo y el gris. Me gusta estar rodeado físicamente de colores. El grafiti fue creciendo y provocando tensión. Pinté ese mural en honor al aniversario de la muerte de mi padre a manos de los pakos. A mi madre embarazada la balearon y se arrastró desangrándose por la calle para refugiarse en la casa de un amigo. Llegué a las nueve de la mañana y pinté sin parar hasta las seis de la mañana del día siguiente. Estuve pintando sus retratos sin descanso durante veinte horas. La gente me abrazaba y lloraba. Me daban fuerza. La pintura se mezcló con la kalle. Ahora si te paran los pakos andar con un plumón es lo mismo que andar con una bomba. No tengo miedo y sueño con transformar esta sociedad de mierda en la que me tocó nacer y construir algo mejor. Me alimento de newen en la primera línea, lo más bonito que me ha pasado en la vida ante la hermandad y solidaridad vista. Aguante todes los cabres que están saliendo a las calles a luchar x sus derechos CTM.

Recuerdo ese viernes de octubre. Por cadena nacional el anuncio apareció una y otra vez en las pantallas. Todos hablaban del decreto, del bando, del estado de emergencia, del toque de queda. El rayado de muros, vagones del metro y estaciones quedaba proscrito por ley. De un día para otro los espray de pintura y plumones no se venderían más. Los grafiteros no podíamos seguir pintando murales y rayados. Satán fue el único que continuó pintando. Todos recuerdan su overol azul y sus barbas que prometió no cortarse hasta el regreso de la legalización del grafiti. En la red de metro abandonada nos refugiamos los inmigrantes, los estudiantes, los cesantes, los grafiteros y los artistas callejeros. Nos tomamos las catacumbas de la estación y Plaza Dignidad se convirtió en nuestro nicho familiar. Pintaremos cada recoveco hasta que nos saquen los pakos.

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Seremos desalojados a las 10.45 de la mañana del martes. Por altoparlantes nos dirán: tienen 15 minutos para salir, quienes incumplan las órdenes serán aniquilados, todos fuera, hagan abandono de la estación de inmediato. Hasta los pakos tienen casas propias donde cuelgan las armas, fusiles, bombas lacrimógenas y balas que les pertenecen, son propietarios de algo. Nosotros no. Nos conocimos cuando nuestros grafitis engordaban delante de los mosaicos del metro. Cada trozo de pared se iluminó. Las letras se volvieron puntos y rayas. A cuatro cuadras a la redonda, por los andenes y túneles abandonados los reguetoneros venden empanadas, ricos tequeños 5×1000, pasteles de carne y pollo a 500. Satán no come por la noche, prefiere dormir con la guata vacía. Tiene pesadillas con azulejos y murales. Cree que perder semen causa disminución de vitalidad, mientras que retenerlo o tragarlo aumenta su ch’i, la energía vital. Quiere reconciliar lo femenino y lo masculino y así transportarse a la época en la cual ambos sexos estaban unificados. Satán promete no pajearse. Necesita energía para la lucha. Nos tomamos la estación y prometemos grafitearlas enteras, y no dejar ni un centímetro limpio.

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