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Violeta Parra antipatriarcal

Por: Jorge Montealegre, poeta, ensayista y guionista de humor gráfico | Publicado: 04.02.2020
Violeta Parra antipatriarcal |
¿Dónde estaría Violeta Parra conmemorando el Día Internacional de la Mujer? Consultada con cuál de todas sus expresiones artísticas se quedaría, puesta en la situación de optar, Violeta Parra no dudó en responder: “yo elegiría quedarme con la gente”. Nadie puede hablar por las personas muertas, pero sería coherente encontrarla en las multitudes. Y de hecho está, con el ojo que tejió para anunciar su exposición en el palacio del Louvre multiplicado por otras mujeres y resignificado en la apropiación popular denunciando –con ellas– la represión estatal que a tantos le arrebató la vista.

Presente en su ausencia está con su canto sarcástico que se actualiza en la medida en que las injusticias persisten: “Miren el hervidero de vigilantes / para rociarle flores al estudiante / Miren como relumbran carabineros / para ofrecerle premios a los obreros / Miren como se visten cabo y sargento / para teñir de rojo los pavimentos”. Violeta Parra estaría, está, en las multitudes. Siempre estuvo. Luchando por la paz, nunca pasiva.

Entre las primeras actividades políticas de base de Violeta Parra está la organización de un Comité de dueñas de casa en apoyo a la candidatura de Gabriel González Videla. Más tarde canta en un Frente Nacional de Mujeres. Pero ser “dueña de casa” no completa su identidad; y el “comunismo” de su marido no es todo lo libertario que su temperamento exige. Él mismo expone el conflicto que enfrenta al querer imponer un matrimonio tradicional: “Yo estuve en un principio de acuerdo en que trabajara, pero ya después le dije que no, porque yo ganaba buen sueldo y no había necesidad. Entonces decidimos que ella se quedaría en la casa”. Agrega que cuando discutían “ella siempre me decía que lo que yo quería era una empleada, pero no una compañera”. El de ella es un discurso feminista adelantado a su época, apenas reivindicado como tal. Es transgresora, se rebela a vivir según el rol convencional asignado a la mujer; y paga los costos que traen las culpas y contradicciones por no rendirse a las expectativas del entorno, que insta a una maternidad excluyente de otras actividades y a ser una dueña de casa puertas adentro. Parte del costo y la ganancia de esta independencia es el enfrentamiento solitario de muchas situaciones duras o ingratas, en una sociedad donde ser “mujer separada” era un estigma que golpeaba en la espalda; y, por otra parte, su libertad de movimiento y de búsquedas: “toda mi vida fui muy sola, por eso me he metido en tanto camino”, escribe en una carta recopilada por su hija Isabel en El libro mayor.

Violeta Parra elige el camino difícil, reflexiona su hijo Ángel: “Con cada separación matrimonial suya, ella se iba alejando de la estabilidad, de lo que simboliza el hombre. Pero a cambio tenía su libertad”. Es insumisa. Nada que la esclavice, nada que postergue los instantes fecundos. No es silvestre: es política. Con más intuición que programa (lo que puede el sentimiento / no lo ha podido el saber). Probablemente sin teoría ni militancia feminista, su espíritu libertario se canaliza en sus acciones en una época en que la emancipación de la mujer es una reivindicación que está en el aire, planteada por otras congéneres; entre ellas Amanda Labarca, Elena Caffarena, Gabriela Mistral y otras. En los años sesenta, cuando las reivindicaciones de género y por las libertades individuales empiezan a ser más explícitas, aclara bellamente el equívoco para quien por verla “muy solita” pudiera leer en esa soltería una disposición para aceptar cualquier propuesta de cualquier albertío: “Cada día de peña hay un adorador que quisiera acompañarme a deshojar flores. No lo hago porque yo deshojo flores solo cuando yo lo dispongo”. No es no. Ejecutiva, impaciente, tiene su opinión sobre la lentitud de los hombres. La registra Sergio Larraín al relatar la instalación de la carpa en el parque Cousiño: “La Violeta con la socia mía iban a la cabeza, las dos al frente de todo, eran fuertes, mucho más fuertes que yo. “Los hombres no tienen motor propio, hay que rempujarlos, decía…”.

Como una gallina con sus polluelos Violeta Parra es el centro de una familia formada a su modo. Luego de conocer algunas de sus cartas a Gilbert Favre, el periodista y poeta Julio Huasi comenta una humorada sintomática: “a veces escribe a Gilbert Parra, inevitablemente matriarcal”; es decir, invierte paródicamente la costumbre de que la mujer lleve el apellido del marido. Y no es un detalle, si en el mismo sentido damos relevancia a la opción familiar de que su descendencia tempranamente adoptara el apellido materno, antes de que este pudiera considerarse solamente como una ventaja promocional o una marca. Por último, recordemos entre sus atrevimientos de afirmación femenina su propia “Ascensión” –hecha con papel maché-, considerando que esta escena apoteósica está reservada a la figura de Cristo y no a una mujer… de color violeta. Ante su actuar independiente y atípico, que transgrede cierto deber ser femenino, se ha impuesto una errada conmiseración que prefiere leer como soledad lo que realmente es autonomía y como un dolor puramente biográfico lo que es parte de un dolor colectivo. Esta mirada se integra a su quehacer cotidiano naturalmente, como una forma de vida donde todo se conecta y lo doméstico deja de ser privado si está en juego su consecuencia artística y la entrega de su obra que es, indudablemente, política: “Si se tratara solo de problemas caseros todo sería muy simple, pero hay un país que espera mi trabajo…”. Estos son días en que las multitudes se expresan en el centro de la injusticia. Y por ahí anda, cómo no,  Violeta Parra.

                                                                                                                                                    La Reina, febrero 2020.

 

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