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Bélgica Castro y Alejandro Sieveking: algo parecido a la felicidad

Por: Rodrigo MIranda, escritor y periodista | Publicado: 07.03.2020
Bélgica Castro y Alejandro Sieveking: algo parecido a la felicidad |
La vida de Bélgica y Alejandro tuvo un final dramáticamente teatral. No fue el de ellos el único matrimonio entre artistas que sobrevivió por seis décadas, pero de entre esos casos, el amor de la actriz y el dramaturgo solo pudo ser truncado por sus respectivas muertes separadas por algunas horas de diferencia.

Sus dos féretros juntos arriba del escenario del Teatro de la Universidad de Chile, el Varas que tanto amaban. La escenografía de Un tranvía llamado deseo adaptada para servir de telón de fondo para su rito de despedida, decorado con dos de sus retratos al óleo. La actriz Paly García trajo whisky, sirvió dos vasos y los dejó bajo cada uno de los ataúdes, era la bebida preferida de la pareja por las noches. En un acto de belleza sin igual, Alejandro Sieveking y Bélgica Castro murieron juntos cerrando una inigualable historia de amor y vida.

Con apenas 35 y 22 años respectivamente, se conocieron en 1956 cuando ella era su profesora del ramo Historia del teatro y él era un estudiante de Teatro más de la Universidad de Chile. Ahí casi ni se vieron, porque al mes Bélgica se fue de gira a Uruguay. Se empezaron a conocer en realidad al verano siguiente, en el Teatro Antonio Varas y ahí comenzó la relación. Ambos coincidieron en la obra Un sombrero de paja italiano, dirigida por Pedro Orthus, donde también actuaba Víctor Jara. Ella estaba casada con el director y actor Domingo Tessier y tenía un hijo.

Anduvieron cinco años y solo pudieron casarse en 1962 cuando Bélgica obtuvo la nulidad de su primer matrimonio. El trámite fue difícil porque la boda se había celebrado en Inglaterra, pocos días después que la artista y Tessier llegaran a trabajar en la BBC, y un mes antes de que ella enfermara de tuberculosis a la columna vertebral con lo cual no solo tuvo que dejar de actuar, sino también pasar tres años enyesada.

Castro fue una actriz de peso, capaz de pasar de la vieja senil de Coronación, de José Donoso, a la vengativa protagonista de La visita de la vieja dama, de Dürrenmatt, que hizo con el Ictus y en el Teatro UC y a la dulce Mama Rosa, de Fernando Debesa, o la severa La Viuda de Apablaza, de Germán Luco Cruchaga. Sieveking fue un dramaturgo de éxito internacional.

Cuando egresaron de actuación, Víctor Jara dirigió una obra de Sieveking, Parecido a la felicidad. Hicieron una gira de ocho meses por América Latina. Era un texto realista sobre un triángulo amoroso: un chofer de micro, una niña que trabajaba en una tienda y otro chofer. Bélgica Castro interpretaba a la madre de la joven. Los tres -actriz, dramaturgo y director- también serían los responsables de otros dos clásicos del teatro chileno: Ánimas de día claro y La Remolienda.

La primera vez que visitaron Nueva York fue para presentar en 1968 La Remolienda en una gira del Instituto de Teatro de la Universidad de Chile, también protagonizada por la actriz y que fue traducida como The Bawdy Party. En esa ocasión, Bélgica tuvo ofertas para quedarse, le llegaban ramos de flores con tarjetas de representantes, pero prefirió volver a Chile.

El asesinato de Víctor Jara el 16 de septiembre de 1973, quien les estaba dirigiendo la obra La virgen del puño cerrado, enloqueció de dolor a Bélgica y Alejandro. La muerte y la represión de la dictadura los tocó de cerca. Estaban en el teatro, montando Espectros, de Ibsen, y llegaron a detener a una de las actrices. Incluso, se la llevaron vestida de época. No soportaron más y pasaron once años en Costa Rica. En el exilio, en ese país fundaron otra sede del Teatro del Ángel, que habían inaugurado junto a Anita González en la calle Huérfanos.

A Chile volvieron en 1984 cuando Sonia Fuchs, productora del área dramática de TVN, contrató a Alejandro para escribir una teleserie de 120 capítulos que nunca salió al aire. Ya estaba listo el reparto con Tomás Vidiella, Pilar Cox y María Izquierdo. Eran dos historias en una, se trataba de un equipo de televisión que filmaba una serie histórica, como en la película La amante del teniente francés. Había intrigas, una mujer degollada y hubo que cambiar esa trama porque se había cometido el crimen de los tres profesores comunistas. Luego llegó la censura. Les dijeron que la teleserie no tenía valores morales porque la pareja se acostaba en el octavo capítulo. Desde ahí y ya llegada la democracia, poco a poco se fueron reinsertando en la medida de lo posible en el Chile posdictatorial. Es un enorme consuelo saber que alcanzaron a ver algo de este nuevo Chile con el que Bélgica y Alejandro siempre soñaron, un país en medio de una revolución social y feminista, y en camino a escribir una nueva constitución que eliminé a la heredada de la dictadura que tanto dolor les infringió.

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