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Breve introducción a la evolución de las libertades femeninas: lo que hemos logrado y lo que aún nos queda por conseguir

Por: Viviana Ponce, doctora en Teoría de la literatura y literatura comparada, especialista en estudios de mujeres | Publicado: 09.03.2020
Breve introducción a la evolución de las libertades femeninas: lo que hemos logrado y lo que aún nos queda por conseguir Agencia Uno |
El feminismo ha sido uno de los movimientos político-sociales cardinales del siglo XX y aún más de este XXI. Es una “revolución” que se ha instalado en el cotidiano y, como tal –según apuntan casi la totalidad de las teorías actuales-, ha significado indiscutiblemente una transformación social, política y cultural. Es decir, ha generado una nueva visión de mundo a través de la conciencia generalizada de un comportamiento y una expresión “naturalmente” masculina que se debe erradicar.

La historia es una historia sexuada, pues forma parte de una sociedad a la que le es inherente la sexualidad (tradicionalmente binaria). Hablar de feminismo y sus avatares implica, además de asumir la imposición de la tradición sobre las mujeres, adentrarse en cómo ha sido el desarrollo, la evolución y la conciencia de perjuicio en y de sus libertades.

Formalmente, se ha indicado como inicio del feminismo los años finales del siglo XVIII, coincidiendo con la Revolución Francesa, cuando los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad rompían la sociedad de privilegios y evidenciaban el descontento social que vivía Francia. Con estos ideales en boga, las mujeres tomaron conciencia de la dominación y explotación de la que habían sido objeto desde siempre, y lucharon en busca de igualdad.

No obstante, existen referencias anteriores a la Época Moderna que dan cuenta del ejercicio de inferioridad en el que vivían las mujeres, aunque no se enfrenta el origen de esa subordinación y la voz por la que hablan es, habitualmente, masculina; sin embargo, se puede deducir su vida y las inquietudes que debían enfrentar, que resultan ser las mismas que en todas las luchas posteriores: educación, independencia económica e igualdad de condiciones (equidad).

El feminismo ha sido uno de los movimientos político-sociales cardinales del siglo XX y aún más de este XXI. Es una “revolución” que se ha instalado en el cotidiano y, como tal –según apuntan casi la totalidad de las teorías actuales-, ha significado indiscutiblemente una transformación social, política y cultural. Es decir, ha generado una nueva visión de mundo a través de la conciencia generalizada de un comportamiento y una expresión “naturalmente” masculina que se debe erradicar.

Una de las grandes dificultades que ha presentado el feminismo es la confusión y desconocimiento de su definición. Algunos lo enfrentan al machismo, como si fuera el oponente, o significando lo mismo, pero hacia las mujeres. Por lo tanto, definir ambos conceptos hará que nos movamos con mayor claridad en lo que buscan, defienden o antagonizan.

Machismo, dice el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (DRAE), es un nombre masculino, que alude a la “actitud de prepotencia de los varones respecto a las mujeres.” Es decir, todo aquello que menosprecia, somete o busca demostrar superioridad, dominio o poder sobre la mujer, es machismo. La utilización del hombre como opositor (dominador) y de la mujer como víctima, no es un fundamento, es machismo.

Las problemáticas feministas y de género durante los últimos diez años han estado enfocadas principalmente: al reconocimiento, sobre todo, de la mujer en la pluralidad y diversidad; a la paridad e igualdad de oportunidades y derechos, de ahí las exigencias, por ejemplo, por un determinado número de mujeres en los puestos públicos o de poder; a la declaración del cuerpo como propio y la concienciación de la violencia que se ejerce sobre él, por ejemplo: eliminando la idea binaria de sexo, el derecho a decidir y a determinar sobre él, entre otras medidas; y a la eliminación del machismo instaurado y naturalizado, como sucede, por ejemplo, en el lenguaje.

Feminismo y expresión

A pesar de todas los reconocimientos conseguidos, uno de los grandes problemas que ha tenido el feminismo, además de la manipulación y confusión de su concepto, ha sido la expresión, el habla en la vida cotidiana. El desconocimiento y la imposición tácita de una tradición machista que asigna no solo roles, sino un vocabulario y una forma de comportarse y de expresarse, ha naturalizado ciertos modismos o fórmulas discursivas.

Heidegger –al igual que varios filósofos y lingüistas– desarrolla la idea de que los conceptos y enunciados existen en relación a su origen y a su evolución diacrónica y sincrónica (desde una perspectiva siempre subjetiva), de este modo, el lenguaje instaura al mundo, o sea, al nombrar se da existencia.

Dichos cotidianos instauran una realidad, aunque esta sea tácita en nuestro pensamiento. Así sucede con, por ejemplo, frases como: “le tocó bailar con la fea”, atribuyéndole a una mujer (y fea, además) las situaciones negativas que le ha tocado pasar a una persona; “es niñita”, si un hombre no demuestra en su comportamiento la valentía o fuerza que se espera de un “verdadero hombre”, o sea, además, forzamos la creencia de lo que es o debe ser “un verdadero hombre”; “dos mujeres solas de vacaciones”, como si se necesitara a un hombre para que a una mujer no “se le considere” sola. O el famoso insulto “hijo de puta”, que no insulta al que se le dice, sino a su madre.

Es imprescindible razonar y atender a las fórmulas del habla, saber qué expresamos y cómo lo hacemos, pues es la única forma de generar un cambio efectivo y real de la situación, tanto femenina como masculina, porque el machismo afecta a todos.

La prensa machista

Una de las principales vías de lectura de la población en los últimos años, ha sido la prensa escrita. La lectura no solo influye en la imaginación y en el desarrollo del pensamiento y la asociación de ideas, sino también, en la ortografía y la redacción; y, de alguna manera, a la vez que refleja la realidad del habla, también la crea. De ahí la atención que se debe tener al momento de elaborar discursos.

Suele suceder que para llamar la atención del lector, los periódicos escriben en sus titulares y comentarios de noticias frases de manejo común, para atraer a un determinado público. Así, se han normalizado expresiones que salen de boca tanto de mujer como de hombre: “iban dos mujeres solas caminando” como si la única forma de “no soledad” –y seguridad- fuera contar con un hombre. Como sucedió luego de la manifestación feminista del año recién pasado, cuando llegó un grupo de encapuchados (hombres) a interrumpir la marcha, los periódicos y canales de tv rescataron esta frase de una de las dirigentes: “y ahí nos dimos cuenta que no estábamos solas”. Y qué significa esto, ¿qué mensaje se está dando realmente?, que antes de esa llegada estaban solas. Es decir, se reafirma la idea de que, a pesar de haber muchas mujeres reunidas, están solas si no hay un hombre que las acompañe.

“Él ayuda en las tareas de la casa”, como si esas labores fueran propias femeninas. “Las mujeres son más emocionales”, como si cualquier expresión de sentimientos fuera exclusivamente del ámbito de lo femenino y no una restricción que se les ha impuesto a los hombres. “Una mujer se desarrolla como tal cuando ha sido madre” o “ha muerto una madre…” transformando un aspecto biológico en una determinación del ser que, a la vez que nos posibilita, nos limita y reglamenta. “Anda con la regla”, para denostar o desautorizar, con cierta condescendencia y sorna, las decisiones o actitudes, determinándolas y limitándolas a un estado hormonal que manejaría por sobre la racionalidad a la mujer: la razón femenina determinada por los fluctuantes humores generados por la menstruación. Y quizás sea por esta supuesta inestabilidad femenina que se legisla sobre su cuerpo y su naturaleza, como si la mujer fuera incapaz de manejarse o decidir por y sobre ella misma. Entonces se establecen leyes para que sepan conducirse. (leyes hechas por hombres)

Sin embargo, el machismo también somete a los hombres que no cumplen con el estereotipo de comportamiento que les ha sido asignado desde antiguo, haciendo de la denostación femenina un arma de presión actitudinal masculina. Los obliga y determina a un tipo de ser y de estar en el mundo que, si no desempeñan, a modo de insulto, escarnio y ofensa, los designa en femenino: “es niñita”; o el famoso “no tiene pelotas”, descalificándolos y poniéndoles en juicio su hombría. Deben ser exitosos, fuertes, rudos, fríos, inteligentes, sexualmente potentes, etc., porque se quiera no, su poder radica en la fuerza y vigorosidad de sus genitales… sino, serán tratados como mujeres, es decir, sometidos a burla y menosprecio, considerándolos inferiores. De este modo, se verifica la dualidad de la prepotencia del machismo.

Poner atención al lenguaje, a la elaboración de los discursos, para concienciar y eliminar las construcciones machistas en la expresión (tanto hablada como escrita), es la única manera de generar el cambio y la igualdad. El conocimiento que genera la toma de conciencia, inevitablemente, trae consigo una ética, un posicionamiento y una visión de mundo distinta, y es eso a lo que debemos aspirar. No existen carreras ni cargos ni formas masculinas o femeninas, existen capacidades, habilidades y competencias que pueden ser desarrolladas según los intereses que cada uno tenga, y esto también es una búsqueda del feminismo, el reconocimiento en la diferencia de intereses, no en la desigualdad de capacidades y, por consiguiente, de oportunidades.

 

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