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Conversaciones con Federico Galende: El escándalo de una multiplicidad que estalla (primera parte)

Por: David Bustos, escritor y guionista | Publicado: 02.02.2020
Conversaciones con Federico Galende: El escándalo de una multiplicidad que estalla (primera parte) @ carlos bogni |
El libro Rancière publicado recientemente por la editorial argentina Eterna Cadencia, vuelve a poner en circulación una serie de ideas en torno a las que el escritor y filósofo Federico Galende reflexiona sobre el autor, explorando problemáticas que hoy parecen más vigentes que nunca ante el estallido social que vivimos. Aquí parte de una larga y grata conversación que por razones de espacio iremos entregando por partes.

Galende es autor de libros relevantes como Walter Bejamin y la destrucción; Vanguardistas, críticos y experimentales;  la gran novela Me dijo Miranda; y el reciente volumen compilatorio Filtraciones, reeditado por Alquimia ediciones.

-¿Qué te llevó a escribir este libro, en un contexto que, como señalas en el prólogo, no alcanza a ser contemporáneo al Ni una Menos? Partamos por saber cuál es la historia de la escritura de este libro y si avizoraste algún tipo de señal social antes de escribirlo

-El libro tiene más o menos diez años desde que lo publiqué por primera vez (2011)  bajo el entusiasmo de múltiples movilizaciones contra la crisis de una democracia representativa, que ya no parecía estar representando mucho a nadie. Es decir parlamentos completos de izquierda y derecha comprados por las grandes corporaciones y democracias, en el caso de Chile, condicionadas por una constitución escrita entre cuatro muros por personajes conspicuos y abyectos. Me interesaba mucho ese circuito entre la fantasía de la democracia representativa y la hora de los pueblos. Esa separación más o menos general, afectaba también enormemente a una cierta izquierda que cae por momentos en los comportamientos paternalistas del orden explicador. La idea de que los intelectuales (porque ni siquiera era las) amos del saber, paternalistas y espiritualistas, respondían a un proyecto evangelizador. Proyecto que en America Latina fundó las naciones. 

Por otro lado no fue un libro escrito en relación exclusivamente a Rancière, también funciona al revés. Yo tenía muchas ganas de escribir sobre este asunto y de hecho que me hubieran pedido un libro sobre Rancière y que Rancière hubiera escrito esa obra, que en realidad no conocía bien –la conocí un poco para escribir este libro–, me permitió instalarme en el debate que estaba teniendo lugar en Chile desde un lugar diferente, fuera del rapto magalómano de la revolución contra el capitalismo. Mi tesis es que si uno solo se propone transformar el capitalismo siempre va a estar experimentando un fracaso y una impotencia, y prefiero plantearlo desde aquellas pequeñas sublevaciones que lo que hacen fundamentalmente ( y esta era la intención más importante del libro y es una tesis de elaboración propia) es separar la política del poder. Es decir la política no tiene que ver con el poder, no tiene que ver con la gestión, no tiene que ver con la administración de las democracias tuteladas, sino (como dice Rancière) con el régimen de lo sensible, con la transformación de la sensibilidad. Es decir la política es el modo a través del cuál los hombres y las mujeres definimos sensiblemente y de manera autónoma nuestros modos de estar juntos. Me interesaba mucho esta política paralela al poder.

-La primera parte del libro, El filósofo ante el espejo, trata sobre la relación entre Rancière y su maestro Althusser, y cómo a partir de 1968 en Francia el discípulo se distancia.

-Althusser fue un filosofo fundamental que formó a amplias generaciones del pensamiento marxista en el campo de la filosofía en Francia. Lo hizo con tal calidad que muchos de sus discípulos, Alan Badiou, Ernesto Laclau, Rancière, y de alguna manera, previamente Foucault o Derrida; tomaron profundas distancias. Esto habla bien de Althusser, porque fue capaz de formar a gente que no se identificó ni reprodujo sus ideas, sino que pensó en otras direcciones. Alrededor de 1968 el corte es muy tajante. Era el corte entre ciencia e ideología. Althusser cayó en una distinción entre vanguardia y proletariado. Y, por supuesto, no creo en absoluto en esa distinción porque no creo que el juego de las identidades sea tan fijo como Althusser pensaba. Por ejemplo su concepto de ideología significaba que la propia interpelación del poder queda totalmente capturado en esa trampa de identidad producida por el mismo poder. La tesis de Althusser sería bastante hegeliana solamente en ese aspecto. Porque en el resto de los aspectos no era un hegeliano, el aspecto que en el momento que me reconozco en un mensaje me convierto en su destinatario, o sea pueden decirme cualquier cosa y yo puedo no identificarme, pero apenas me siento destinatario de eso, ya soy parte de esa identidad y me configuro a mí mismo como sujeto a partir de esa interpelación. Lo que significa que quedo atrapado en la propia red de subjetivación de la ideología. La ideología es una máquina de producción de identidades subjetivadas que parecen no tener mucha escapatoria. 

La emancipación tiene que ver más bien con la subjetivación, con los actos de ruptura con la identidad que nos suponen. Hay emancipación cuando las personas, repentinamente rompemos con la identidad, el orden simbólico, que la ideología nos ha atribuido. Por tanto, lo que a mí me importaba era la oscilación entre lo que se espera que alguien diga y lo que ese alguien es capaz de decir por salir de la red de identificación en la que está tramado. Esa es una diferencia fundamental. El pueblo justamente aparece en esa disociación, en esa ruptura. Se espera por ejemplo que la mujer ocupe una determinada posición en la vida doméstica, y cuando rompe con esta posición emerge justamente como un sujeto del pueblo. De la campesina se espera que sea torpe, bruta y que trabaje el campo. Pero si la campesina juega al tenis o es capaz de decir cosas relativamente impredecibles, que no pertenecen a la identidad que le suponemos, entonces ahí hay emancipación. La emancipación tiene que ver con este modo en que los seres a través del despliegue de sus propias capacidades rompen o destruyen la identidad que le ha sido atribuida. 

Esto también puede ser destruido por algo que recorre el libro que es el comunismo de las inteligencias. En realidad no hay seres más inteligentes que otros, lo que hay es una inteligencia indivisible, una inteligencia en común de la que podemos los seres hacer mayor o menor uso. Hoy parece que hubiésemos regresado repentinamente al ejercicio de una inteligencia en común, y cuando esto ocurre lo primero que cae es el discurso amo. ¿Qué es el discurso amo? Un discurso que desde la exterioridad de la experiencia de los cualquiera quiere determinar el goce y el modo de vida de esos cualquiera. Entonces cae el discurso padre de la ley, el discurso paternalista, el discurso del pensador público doctor de las leyes del pensamiento. Y esta caída opera por vía de lo que me permití en el Comunismo del hombre solo, llamar el «comunismo de las inteligencias«. El comunismo de las inteligencias tiene que ver con que partimos siempre de esta inteligencia que nos es común y que de alguna manera ya estaba en el famoso ensayito-novela La eternidad por los astros, donde Louis Blanqui dice que el comunismo es la igualdad entre todos los seres que participan de un mismo saber sobre el cielo. Es decir, venimos de ese patrimonio que es el comunismo de la inteligencia y vamos siendo separados o escindidos entre inteligentes y bobos, justamente por el poder expropiador sobre la ideas creativas que tiene el propio orden explicador de la filosofía. Y ese debate se inscribe en una crítica de mi parte feroz a la filosofía. Lo que la filosofía no soporta es que el orden cada vez más retórico y más formal sea erosionado por el escándalo del pensamiento. El escándalo de una multiplicidad que estalla y que se esquirla en el corazón de una unidad. De alguna manera el libro de Rancière es una vuelta al tema de la famosa guerra entre el partido de los ricos y el partido de los pobres. El partido de los ricos es el partido del uno, de la categoría universal, del pensamiento organizado; y el partido de los pobres es el partido de la multiplicidad, es decir, el partido de las paradojas, las contradicciones y de la propia libertad del pensar.

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