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Daniela Catrileo, escritora: “Hay una mapuchización de la ciudad de Santiago, más que nosotros nos hayamos awinkado”

Por: Elisa Montesinos, texto (entrevista realizada junto a Eduardo Gálvez para Radio Manuel Rojas: www.centroculturalmanuelrojas.cl) | Publicado: 20.08.2020
Daniela Catrileo, escritora: “Hay una mapuchización de la ciudad de Santiago, más que nosotros nos hayamos awinkado” ©Alvaro de la Fuente/Dialogo |
A fines del año pasado la poeta Daniela Catrileo obtuvo el Premio Municipal de Literatura por su libro Guerra florida/ Rayülechi malon (Del Aire, 2018), el 2019 también publicó su primer libro de relatos Piñen (Libros del Pez Espiral), en el que aborda el hecho de crecer y descubrirse mapuche en un block de edificios de un barrio pobre en los extramuros de Santiago, y descubrirse al mismo tiempo mujer. Para hacerlo recurre a una prosa en la que el hecho de mirar a través de los visillos, lo que se murmura y lo que no se dice, cobran gran potencia.

Poeta y profesora de Filosofía, Daniela Catrileo es integrante de la editorial y Colectivo Mapuche Rangiñtulewfü. Ha publicado los libros de poesía Río herido (Edicola, 2016), Invertebrada (LUMA Foundation, Zurich 2017), y la plaquette El territorio del viaje (2017). Piñen es una bella edición con una estrella en la portada, en alusión a la cosmogonía mapuche; el diseño que juega con los blocks de la periferia en los que se sitúan los tres relatos. 

La mapuchada urbana

-¿Cómo fue el proceso de este libro que le dedicas a la mapuchada y que justamente habla del proceso de crecer y descubrirse mapuche en la periferia de Santiago?

-El eje que traza Piñen tiene que ver con esta palabra en mapudungun que se utiliza mucho en el vocabulario coloquial de Chile, es transversal, la conocemos todos desde niños. Y está incrustada en los tres relatos, al ver esta aparición me sonaba interesante que fuera la nominación del libro además porque hay varias palabras en mapudungun que están insertas en cada uno de los relatos. Este libro tiene un relato de fondo que es cómo ser mapuche desde un lugar que es la periferia santiaguina específicamente, el ser warriache, el ser champurria, y cómo se van tramando y trazando las diferentes experiencias, testimonios y memorias de estos cuerpos. Ma parecía interesante tratar de mostrar estos testimonios distintos a los relatos que me acostumbré a leer desde niña: una literatura donde nosotros como pueblo no existíamos sino para ser representados en los ojos jerárquicos: los obreros de fondo, las nanas, aquellos que estábamos hechos para la servidumbre y no como protagonistas de ningún relato.

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©Alvaro de la Fuente/Dialogo

-Qué es esto de ser warriache y cómo la experiencia tuya de haber nacido en una ciudad te nutre para escribir estos textos?

-El ser warriache es un lugar intermedio, fronterizo, no eres suficientemente mapuche para un sector y para otro eres muy mapuche, o poco chileno, y tiene que ver con esa carga. Somos hijes de la diáspora mapuche, del proceso de migración que enfrentaron nuestras familias hace mucho tiempo atrás, algunas más recientes. Las primeras migraciones masivas hacia diferentes ciudades, principalmente a Santiago, parten alrededor de 1920, 1930, en búsqueda de mejoras y soportes económicos. Eso se relaciona con la resaca de la mal llamada pacificación, la ocupación de Wallmapu, lo que produce varios despojos territoriales y las personas tienen que migrar para poder sobrevivir. Dentro de todo eso nos toca a muchos nacer en  la periferia de la ciudad y tratar de identificarnos con los resabios de nuestras memorias. Para mí era muy diferente ser mapuche en la población que ir los veranos a las comunidades donde vivían los familiares de mi papá. Para los primos o familia de allá éramos muy santiaguinos, mientras en la población éramos catalogados con todas las formas peyorativas que tenían para llamarnos a las personas mapuche. 

Nuestra generación se ha hecho un poco cargo del silencio y el dolor para comenzar a hablar de lo que pasaba en las familias, abriendo heridas para que pudieron darnos esos testimonios que muchas veces habían callado. A muchos de nosotros no nos enseñaron la lengua pero nuestro padres o abuelos sí la hablaban o lo hablaban en secreto. Nos damos cuenta que hay algo que no está bien y que es necesario problematizar. No solo yo haciendo literatura, muchos están haciendo diversas formas de búsqueda con el arte: hay mucha gente haciendo rap, performance, artes visuales, y así, una multiplicidad de creaciones en torno a la recuperación de nuestra historia y la memoria.

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Recuperando el habla

-¿Cómo viven los ‘mapurbes’ de Santiago los últimos acontecimientos de violencia y racismo ocurridos hacia las comunidades en Wallmapu?

-En Santiago hay un alto índice de población mapuche, incluso más que en sectores del sur y hay bastante organización. Se han hecho varias cosas para visibilizar y difundir lo que está pasando con la huelga de hambre de varios comuneros y lamngen. Quizás si no hubiera pasado lo de hace unas semanas en Curacautín, en Traiguén, en Victoria, hubiera sido mucho más invisible. Hay que recordar que las tomas de municipalidades eran para visibilizar lo que estaba pasando con la extensa huelga de hambre y para que de una vez por todas se aplique el convenio 169 para que los lamngen puedan retornar a sus comunidades. Eso ya se ha dado para 13 mil presos no mapuche, sin embargo no ha sido una medida tomada en consideración a la cosmovisión, el feyentun, la espiritualidad o la política histórica de los propios pueblos originarios. Todas esa migración que nos hacen nacer a nosotros acá posibilita que haya organización política, colectivos de arte, políticos y territoriales que se imbrican con los movimientos sociales. La mapuchada de Santiago está muy activa, a veces incluso más que en otras zonas. Cuando uno viaja en el país sabe que hay comunidades que están en permanente resistencia, pero en la urbe uno ve estas confrontaciones, que hacen pensar que son ciudades muy blanqueadas donde la colonización ha hecho lo suyo con los cuerpos y las subjetividades, y hay gente que no se reconoce, que no se siente identificada y se siente más llamada a estos movimientos fascistas y racistas como el APRA. Yo defendería la idea de que en Santiago se hacen muchas cosas, desde los principios de la migración se han organizado sindicatos, agrupaciones y colectivos. Hay memorias y archivos de todo eso. Que nosotros estemos intentando recuperar la lengua, pero también la historia y la memoria es una herencia de todos ellos, quienes pudieron hacer de este territorio el suyo. Hay una mapuchización de la ciudad de Santiago, más que nosotros nos hayamos awinkado.

©Alvaro de la Fuente/Dialogo

-Decías que fue doloroso escribir este libro, ¿por qué?

-Mi papá y mi abuelito me han entregado mucho de sus experiencias de vida. Y ha sido doloroso tratar de reconstruir con esbozos y esquirlas, e intentar hacer un relato con eso. Yo creo que les costó mucho tiempo hablar, y es doloroso escuchar esas memorias fracturadas. En la poesía uno puede trabajar más con las sombras, con esconder, con velar. pero en narrativa hay una desnudez, uno pone en evidencia ciertas cosas. Pero ya en la escritura de Piñen, creo que me atreví a jugar con valentía. 

-En relación con la estrella, que es bien importante para la cosmovisión mapuche, la narradora del primer relato dice al comienzo: “ninguna estrella fue nuestra luz, a duras penas veíamos la luna. Solo los antiguos aún creían en los días de clemencia, pues al menos ellos la habían conocido”. Da la impresión de la nostalgia con la comunidad de los otros mapuche que crecieron fuera de la ciudad.

-Intenté que la narradora tuviera esa visión porque yo estaba muy empapada de la historia familiar. Y creo que, sobre todo en mi familia y quizás corresponde al relato de muchas y muchos que somos hijos de la diáspora, hay un tono reiterativo de la nostalgia y del retorno, de algo que se abandonó, como que todavía viviésemos un poco en el exilio, como que Santiago no lo da todo como lo dio quizás el momento en que ellos vivían allá. Y en mi caso particular, mi papá creció en su comunidad, en un mundo totalmente diferente al mío de haber nacido en una población de Santiago. Desde su parto, que lo trajo su abuela partera, hasta la forma en que creció con otro lenguaje, nacer en una ruka, jugar todos los días con sus animales. Él me transmite mucho a ese niño que se escondía de los helicópteros cuando pasaban, que no sabía qué era eso, cuando pasaba un auto todos se escondían también. Es muy chocante para ese niño que fue mi padre, y para muchos otros, portar aquello para llegar a vivir a una población. Las primeras migraciones tuvieron como lugar de llegada los campamentos de Santiago, era muy diferente al mundo que ellos conocían. El racismo también que era propio de estos espacios. Mi papá, por ejemplo, me contaba que conoció Santiago porque hacía la cimarra en el colegio para que no le pegaran. Todos los días en vez de irse al colegio tomaba una micro y recorría las calles de Santiago. Es muy distinto para nosotros, que nacimos fuera de las comunidades, sin desmerecer que somos mapuche también en la ciudad. Las experiencias de racismo que he podido tener yo no son las mismas que ha tenido mi abuelo y mi papá, o sus hermanos, hermanas, y la forma en que ellos se pudieron para acá tampoco son las mismas. No tuvieron las condiciones económicas ni materiales que, gracias a ellos, hemos podido tenido tener estas otras generaciones.

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