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Desde la masturbación y el descubrimiento de nuestras zonas erógenas hasta los fetiches: por qué Sex Education no es otra tonta serie de adolescentes

Por: Iván Ávila Pérez, periodista, escritor y guionista. | Publicado: 21.02.2020
Desde la masturbación y el descubrimiento de nuestras zonas erógenas hasta los fetiches: por qué Sex Education no es otra tonta serie de adolescentes |
No soy de los que normalmente recomienda series como material educativo. Si bien Sex Education está por sobre la media, tampoco es deslumbrante si la comparamos con otros productos, pero tiene un encanto particular: su supuesta superficialidad y liviandad esconde diversas capas narrativas que llaman a compartirla y verla entre padres e hijos, entre profesores y alumnos, para abrir el diálogo mirándonos las caras y aprender un poco más de nuestras relaciones. Y a los más viejos, recordar cuánto nos costó descubrir nuestra sexualidad.

No es posible comenzar una columna sobre la segunda temporada de Sex Education sin mencionar que los dos minutos iniciales del primer capítulo, son de los más hilarantes que he visto en televisión en por lo menos, diez años. El ritmo que imprime el director Ben Taylor a esta obertura, es seguido hábilmente en los restantes episodios por Sophie Goodhart y Alice Seabright, los que por una parte, refuerzan los conflictos y temáticas de la entrega debut de la serie, pero que al mismo tiempo, oxigenan y aportan nuevas visiones e interesante personajes secundarios.

En sus ocho capítulo iniciales, buena parte de la narrativa giraba en torno a Otis Milburn (Asa Butterfield, El Juego de Ender y El Hogar de Miss Peregrine para Niños Peculiares), estudiante de una secundaria inglesa que acuciado por su amor platónico, la rebelde y desfachatada Maeve (Emma Mackey), inicia un cuestionable aunque rentable negocio de terapias sexuales para sus compañeros, aprovechando los conocimientos adquiridos gracias a su madre, la doctora Jean Milburn (Gillian Anderson, Los Expedientes Secretos X). En esta oportunidad, el eje varía ostensiblemente, centrándose en la maduración de Otis, la búsqueda de solución a sus conflictos sexuales y emocionales, y el origen de sus traumas, colocando a su madre en el colegio, contratada sorpresivamente por la junta directiva como profesional de apoyo para resolver las problemáticas de jóvenes que recién comienzan a conocer sus cuerpos, descifrar emociones y enfrentarse a los mitos y realidades de una sociedad que a pesar de sus ínfulas de progreso, tolerancia y racionalidad, todavía teme y reprime la sexualidad, más aún, si se trata de adolescentes.

No es nada despreciable la cantidad series que ofrece Netflix con temáticas juveniles, la mayor parte de ellas bordean la mediocridad tanto en sus contenidos como en su propuesta audiovisual, aunque hay casos que sorprenden por su profundidad y la seriedad con que tratan uno de los periodos más complejos de nuestras vidas, como es el caso de la catalana Merlí y Derry Girls. Sex Education está en ese selecto grupo, pues no es otra tonta serie sobre hormonas adolescentes. No destaca tanto por su puesta en escena, aunque tiene algunos planos secuencia y secuencias inteligentemente desarrolladas, como por la correcta e inteligente mezcla de dosis de humor y drama en cada uno de sus capítulos, la profundidad de sus personajes, incluso los secundarios, y la exposición sincera y sin excesos ni prejuicios de temáticas de las que rara vez hablamos, esas que nos avergüenzan, que nos gustaría esconder para siempre en el clóset y que no solo afectan a los adolescentes, sino que también a los adultos.

La primera vez

Otis asume las contradicciones de un personaje capaz de hablar de sexo de tú a tú con sus compañeros (y hasta profesores), pero que se muestra incapaz de enfrentar de sus propios traumas y proyectar relaciones, primero con Maeve y luego con Ola (Patricia Allison). Lo mismo le ocurre a Jean, que luego de su quiebre matrimonial y a pesar de todos sus conocimientos, no es capaz de sanar sus heridas sentimentales y de arriesgarse a una nueva relación con Jakob (Mikael Persbrandt), un fontanero sencillo y transparente. Madre e hijo, catalizan muchas de las situaciones que tanto en la primera como en la segunda temporada, exploran un amplio crisol de situaciones, desde la masturbación y el descubrimiento de nuestras zonas erógenas hasta los fetiches, pasando por la definición de las orientaciones sexuales, las enfermedades de transmisión sexual, el pavor que provoca “la primera vez” y el uso de anticonceptivos, visibilizando en cada episodio, la incomodidad y desinformación de jóvenes y adultos ante esta realidad, a pesar que ya estamos entrando en la tercera década del siglo XXI.

La facilidad con que nos sumergimos en cada una de estas situaciones no solo se debe a la fuerza dramática del dúo protagónico sino también a una galería de secundarios que cargan sobre sus hombros buena parte de la trama: Aimee, que intenta resolver el trauma que le provocó el acoso sufrido a bordo de un autobús; el triángulo amoroso entre Eric (el mejor amigo de Otis), Rahim (el desprejuiciado “chico nuevo”) y Adam, el ex matón del colegio que pugna por asumir su homosexualidad; y las duras decisiones que Jackson debe tomar para enfrentar sus responsabilidades y proyectar su futuro aun en contra de los designios maternos.

La serie no solo nos permite asomar la cabeza hacia las profundidades de la sexualidad adolescente, sino además sobre los difíciles procesos que forman parte de esa etapa: los primeros y románticos amores, qué haremos con nuestras vidas, cómo nos enfrentamos a nuestros padres y a la autoridad en general… Todo eso, sin perfilar héroes ni villanos, solo personajes que buscan lo mejor para sí y los demás, y que deben enfrentar sus diversas posturas en torno a estas temáticas y experiencias, lo que hace que como espectadores empaticemos con cada uno de ellos, sus historias y las decisiones que toman, incluso las más difíciles y dolorosas.

No soy de los que normalmente recomienda series como material educativo. Si bien Sex Education está por sobre la media, tampoco es deslumbrante si la comparamos con otros productos, pero tiene un encanto particular: su supuesta superficialidad y liviandad esconde diversas capas narrativas que llaman a compartirla y verla entre padres e hijos, entre profesores y alumnos, para abrir el diálogo mirándonos las caras y aprender un poco más de nuestras relaciones. Y a los más viejos, recordar cuánto nos costó descubrir nuestra sexualidad para tratar de ser un poco más abiertos a entregar respuestas a los temores e inquietudes de los que están viviendo esa etapa de sus vidas.

Mención aparte merece la ochentera banda sonora, en la que destacan Billy Joel, A Flock of Seagulls, Nine Inch Nails, Roxy Music e INXS, entre otros, y un hito que pensé jamás ocurriría: creí que nunca me quitaría de la cabeza la imagen eterna de Gillian Anderson como la agente Dana Scully y su magnífica interpretación en Sex Education, lo logró con creces.

 

 

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