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Diario de Tinder en pandemia| «El corazón de una mujer es un mar profundo de secretos»

Por: David Bustos, escritor y guionista | Publicado: 07.08.2020
Diario de Tinder en pandemia| «El corazón de una mujer es un mar profundo de secretos» |
Uno de los likes que recibí fue de una señora de 58 años, que afirma ser dueña de una panadería, en su foto sale mostrando una bandeja de empanadas. Claramente está diciendo: si me eliges, las empanadas corren por mi cuenta. Eso me da ternura. No sé qué podríamos tener en común. Obvio, cómo no lo pensé antes: las empanadas. Mi vicio.

Esta columna lleva como título la leyenda que escribió Verochkana en su perfil de Tinder, mujer de 47 años, alta (según señala), con varias fotografías en escenarios exóticos. En la mayoría de las fotos sale con gafas de sol. La serie termina donde sale con una copa de espumante en la mano y detrás una puesta de sol.

Son varios días en Tinder y siento terror. No sé por qué estoy aquí o más bien lo sé. Me separé y saberme solitario escribiendo mi tesis, y tener como único panorama salir a comprar al supermercado dos veces a la semana, es deprimente.

Me vine a vivir a Santiago en octubre, y no imaginé que primero habría un estallido social y después, como si eso fuera poco, una pandemia mundial. Esta es la parte en que me lamento de no vivir aún en la playa, y lloro a mares por mis perros. El coronavirus nos ha deprimido a todos, y en mí ha tenido un efecto multiplicativo con el cambio de vida de ser couplé a single.

Cuando mis amigas me contaban sin complejos que estaban en Tinder, las miraba con un aire de superioridad, pensaba “que lata ese supermercado humano”. Y les hacía algunas consultas acerca de sus citas. Bueno acabo de entrar a Tinder y necesito sexo, pero eso tampoco puedo decirlo, porque sonaría pésimo.

Por lo que navego, floto en las corrientes de rostros que nunca conoceré e imagino sus vidas.

Como suele sucederme, la mayoría de likes que he recibido son de mujeres que no me interesan. ¿Y por qué? Porque más allá de su belleza o no, encierran algo inexplicable, una lectura que excede cualquier explicación. El factor estético es un punto. Nadie puede negar eso. Somos un álbum interminable de imágenes fijas.

Cuando una chica sale en traje de baño la salto de inmediato. Hay una propuesta que no he pedido. Es igual a las fotos de flacos mostrando sus músculos a torso desnudo. Por favor. Un poco más de pudor.

En Tinder me he dado cuenta que soy un veterano, ninguna chica de 38 años me da un like, pasé a senior sin que nadie me avisara. Ayer vi la película de Serge Gainsbourg, y me subió el ánimo. Ser feo y poder tener una vida sexual activa con mujeres bellísimas, es digno de magia.

Los que tenemos faltas de ortografías emocionales, admiramos a la gente de buena letra, a personas como Gainsbourg y también como Natalia Ginzburg, la menciono porque se parecen en el apellido. Pero a Serge no lo admiro en realidad, a la que admiro es a Natalia Ginzburg. Ella es mi escritora favorita. Creo que si conociera en Tinder a una mujer como Natalia Ginzburg me enamoraría perdidamente. Tal vez entré a Tinder solo para conocer a alguien como ella.

En fin, hoy conocí a Renata, hicimos match, y le hablé. Lo que hice fue elegir a diez likes, y a todas les escribí algo. Por ejemplo: “hola, que tengas un buen día”. “Hola, qué tal”. No sé, cosas estúpidas que se dicen y que uno odia decir. Pero Renata fue especial, es técnico en enfermería, solo tenía una foto, por lo que mi match fue toda una apuesta. Hoy en la tarde ya nos dimos los teléfonos y me envió un Whatsapp de voz, diciéndome que debería escribir un libro sobre mi experiencia en Tinder en pandemia. O sea, gracias a Renata, abrí este documento y me puse a garabatear. A veces uno necesita que alguien, por muy desconocido que sea, tenga un poco de fe en uno. Alguien que te de un leve empujón. Ojalá la conversación no se arruine, le tomé afecto. Es extraño tenerle afecto a alguien con tan poco. Su mensaje de audio, su delicada forma de hablar. Me mencionó que le gustaba cocinar y que ahora iba a cocinarle a sus hijas. Y me imaginé comiendo en esa casa que no conozco, con esas niñas y Renata en la cabecera de la mesa. Me imaginé una familia. O sea, soy un conservador. No, tal vez un romántico. Lo que no soy, y de eso estoy seguro, es que no sexualizo a las chicas que elijo. No puedo sexualizar a alguien que no conozco. Necesito conversar, escuchar una voz, necesito el leve brillo de una mirada. Necesito oler el cabello o mirar sus manos. 

Con la cuarentena he elegido películas que no hacen otra cosa que agudizar mi desesperanza. Suena dramático, lo sé, debería elegir pelis con algo de humor. La de Gainsbourg ayer fue un acierto. Pero antes vi la película de la vida de Emily Dickinson, y la peli que terminó por arrojarme al suelo con escándalo fue Womb del director Benedek Fliegauf, con Eva Green en el papel protagónico. 

Si viera un rostro como Eva Green en Tinder, no le pondría me gusta. No precisamente porque no la encuentre bella, sino porque en este país la belleza es segmentada y clasista. Seguro si el rostro de Eva Green estuviera en Tinder, viviría en Barnechea o Vitacura y ya con eso quedo fuera. 

Uno de los likes que recibí fue de una señora de 58 años, que afirma ser dueña de una panadería, en su foto sale mostrando una bandeja de empanadas. Claramente está diciendo: si me eliges, las empanadas corren por mi cuenta. Eso me da ternura. No sé qué podríamos tener en común. Obvio, cómo no lo pensé antes: las empanadas. Mi vicio.

En estos momentos me está escribiendo Clau (una chica con la que acabo de hacer match). Me pregunta qué estoy haciendo. Le contesto que, aunque cueste creerlo, trabajando. Tiene 45 años, sale con lentes de sol y sus fotos tienen filtros. No deseo preguntarle lo que todos le preguntan. Quiero ser distinto. Así que le pregunto lo primero que se me viene a la cabeza: ¿entre The Cure y Maluma, con quién te quedas? Clau no responde.

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