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El Ascenso de Skywalker: El peso del último capítulo

Por: Cristofer Rodríguez | Publicado: 18.12.2019
El Ascenso de Skywalker: El peso del último capítulo Star Wars: Episodio IX |
Nueve películas, una historia de casi medio siglo y una franquicia multimillonaria con los fanáticos más exigentes, críticos, viscerales y enamorados de su película favorita en la historia del cine. J.J. Abrams nuevamente tomó el guante y asumió el desafío de dirigir el episodio IX de Star Wars, «The Rise of Skywalker», el fin de la historia más fascinante de la galaxia.

“¿Cómo veo Star Wars?” me preguntó un amigo. Cuando empecé a explicarle que, según mi percepción, debía ver las películas en el orden de estreno, me interrumpió y volvió a preguntar “No me refiero a la secuencia, sino con qué ojos debo verla”. Claro, mi amigo es cinéfilo, de esos que estudiaron cine dos semestres y ya se enfrentan al mundo como el más irreprochable juez de cine y, en su lógica, debía entender si el último capítulo de Star Wars iba a verlo con los ojos escépticos del crítico o como un niño que se va a dejar entretener un rato.

Un fanático de Star Wars –como yo– sabe que esta película, y todas las historias de la galaxia muy, muy lejana, son un ritual en donde mientras más dispuesto estés a sorprenderte, más la disfrutarás, o sea, hay que verla con ojos de niño. Pero decir que «Star Wars: The Rise of Skywalker» debe verse con ojos de niño es subestimar el juicio estético de los niños (si hay algo que ha hecho bien la industria del cine en los últimos años ha sido justamente eso, películas para niños) y, de paso, menospreciar el enorme universo fantástico que presentó George Lucas al mundo en 1977 y que nos ofrece Disney desde el año 2015.

Como se aprecia en el documental «Star Wars: The Legacy Revealed» (2007), las películas de Star Wars tienen un sustrato cultural tan sólido, que es imposible no entenderla como una síntesis de los elementos más trascendentales y arquetípicos de la civilización humana. Eso, con naves explotando en el espacio, duelos con sables láser, heroínas fuertes e inspiradoras, la música de John Williams y el vértigo que Lucas supo impregnarle a sus historias, con drama, humor e incertidumbre, forjó millones de fanáticos alrededor del mundo. Probablemente, los fanáticos más exigentes del cine: nadie odia más Star Wars que los fanáticos de Star Wars. Por eso, cuando Disney estrenó «The Force Awakens» el 2015 y «The Last Jedi» el 2017, desconcertó a los fans, poniéndolos entre el amor complaciente y el odio demencial. A muchos no les gustó el nuevo ritmo ni el esfuerzo desatado en hacer de las películas un largo comercial de mercadotecnia. A otros, la sencilla razón de poder ver qué ocurrió con los Skywalker luego de ser derrotado el Imperio Galáctico era motivo suficiente para estar más que agradecidos. Este vaivén emocional se acentuó gracias al estreno de cintas para el olvido como «Solo» (2018) y otras que se ganaron rápidamente el corazón de los seguidores como «Rouge One» (2016) y la serie recientemente estrenada «The Mandalorian». Llegando a este punto me pregunto, ¿cómo es que mi amigo cinéfilo me dice hoy, en 2019, a punto de estrenarse la última película de la franquicia más importante del cine de los últimos 46 años y que solo por concepto de película recauda más de 19 mil millones de dólares al año, cómo debe ver Star Wars? ¿Es que acaso no las ha visto?

Perdón que insista con el ejemplo, pero lo que me llama la atención de la anécdota de mi amigo –cuya identidad prefiero mantener incógnita para evitarle malos ratos públicos– es que él, que nunca se interesó por ninguna película de la serie, hoy quiera ver «Star Wars: The Rise of Skywalker». También lo comprendo, no podemos ser indiferentes toda la vida a la historia de Luke, Leia, Han, Anakin, Obi Wan, Yoda, Windu, C-3PO, Poe, BB-8, Ray y Kylo, e incluyo a estos últimos cuatro porque hemos aprendido a quererlos tanto como a los personajes de las otras seis películas y queremos saber cómo termina todo. Este es el gancho más fuerte de la última entrega de Star Wars. J.J. Abrams comprendió en esta, su segunda película al mando, el perfil del fanático o, más bien, del consumidor de la saga, pues la organiza capitalizando la herencia del universo con el que trabajó, de tal manera que pueda gustar al seguidor más romántico y ortodoxo, como a quienes están dispuestos a disfrutar una entretenida opera espacial sin que eso signifique no dormir la noche anterior al estreno (al fanático talibán no intenta llegar, porque a ese nada lo va a conmover). «The Rise of Skywalker» es una película que, como todas las publicadas por Disney, se sostiene en gran medida en el peso de la saga. Dicho de otra forma, las ocho películas anteriores y la maravillosa historia que cuentan, es el colchón argumental del episodio IX.

Puede que si no has visto nunca Star Wars esta última película se convierta en un compendio de escenas de acción galáctica, criaturas y droides (cada vez más imaginativos), con momentos de humor que matizan una sencilla historia entre el bien y el mal y, que a pesar de ser entretenida, en algunos pasajes puede durar más de la cuenta (incluso podría aburrir a un niño de siete años). Si en «The Force Awakens» se cometió el error de reversionar las tres películas clásicas en una sola, en esta oportunidad Abrams asumió que no debía obsesionarse por dirigir una película que dejara a todos los seguidores contentos dándoles un nuevo clásico como «The Empire Strikes Back» (1980), sino, producir un digno final a la historia más fascinante de la galaxia. Un desafío complejo, principalmente porque no es una exageración aquello de la historia más fascinante de la galaxia, que además de la pugna entre la luz y la oscuridad, nos regaló personajes adorables (otros no tanto), icónicos (otros menos) y trascendentes (un par olvidables) más allá del mundo cultural del cine. El bueno de J.J. entonces decidió qué hacer con «The Rise of Skywalker»: un gran capítulo final de una historia de nueve capítulos (con algunos episodios mejores que otros) y no una gran película que pone fin a nueve grandes películas.

En lo que respecta exclusivamente a la cinta, las virtudes son las típicas de la franquicia y que, salvo en los episodios I y II, no han fallado, como las notables escenas de acción, persecución y duelos galácticos con amplio sentido de espectacularidad, la banda sonora de John Williams que siempre sorprenderá y emocionará, y un buen desarrollo argumental que además sella de manera coherente la historia de los Skywalker, con más de un cariño al fanático nostálgico. Sin embargo, algunas escenas pueden volverse un tanto tediosas debido a su extensión y poco aporte para la trama principal. Esta última crítica es una exigencia que eventualmente podría tener el público, relacionada especialmente al alto estándar critico que han provocado productos bien valorados por la audiencia el presente año, como «The Avengers: Endgame», «Joker» y la misma serie «The Mandalorian», porque claro, estamos entrando a la tercera década del siglo XXI, la franquicia cumplirá 50 años y es el último episodio. Es natural ser exigentes.

Entonces, saliendo del cine y con toda esta información me pregunto nuevamente: ¿qué le responderé a mi amigo? Él confía en mí, debo darle una respuesta pese a que la pregunta me parece un poco absurda y snob. El último capítulo de Star Wars probablemente debe verse con los ojos que cada quien estime conveniente, pero si el lector de esta columna quiere aceptar una sugerencia, lo más correcto sería verla con ojos de niño grande. Un niño que esté dispuesto a sorprenderse y emocionarse con el relato más efectivo y espectacular del cine en casi medio siglo. Un niño grande, porque a veces el ritmo es más reposado (débil, incluso) y porque es la entrega más oscura de la última trilogía, donde el mal está más presente como un hilo conductor, pero también porque debemos comprenderla como el fin digno de una historia que exige el conocimiento –y el cariño– al universo completo de ocho películas predecesoras. Ese es su mayor defecto. Pero, también, su mayor virtud.

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