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Esa callosa y prostática literatura masculina: 5 mujeres y 49 hombres han obtenido el Premio Nacional de Literatura

Por: Pía Gonzalez Suau, escritora | Publicado: 03.07.2020
Esa callosa y prostática literatura masculina: 5 mujeres y 49 hombres han obtenido el Premio Nacional de Literatura |
En un «país de poetas» Mistral es la última poeta mujer que obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1951. Desde entonces ninguna mujer dedicada a la poesía ha obtenido el máximo galardón literario que se entrega en Chile. Más grave todavía, si se considera que antes de Mistral solo fueron premiados hombres.

Hablar de premios ahora, en plena pandemia, suena extraño, ajeno tal vez a la vorágine que día a día nos consume. El encierro, la enfermedad, la muerte pisándonos los talones nos impulsan a buscar refugios de muchas formas. La literatura emerge con fuerza como palabra que detiene esta locura y nos invita a reflexionar. Sea impresa o digital, nos estimula a mirar el entorno, a pensarlo, a desafiarlo. A veces una sola frase, pintada en un muro, se nos vuelve potente y queda en nuestra memoria, como una síntesis exacta de lo que está sucediendo.

Tener el talento y dedicarse arduamente, gran parte de la vida, a conjurar las palabras persiguiendo encontrar los versos justos que interpreten un sentir, es un trabajo solitario, difícil y de todas maneras, impredecible.

Alguna vez escuché decir a un hombre muy cercano que él no leía mujeres, ante mi sorpresa sus explicaciones no hicieron más que perderlo en respuestas que me confirmaron la saga de prejuicios de nuestra cultura. Ignorancia que permitió la construcción de un canon hegemónico, donde la labor de la mujer está  delimitada a la reproducción y sus afines. La posibilidad de construir una obra sobresaliente nos ha sido negada por años de incultura. Ejemplo de esto es la historia de los Premios Nacionales de Literatura.

Los géneros literarios son varios, pero más de una vez oiremos decir que la madre de todos es la poesía. Se trata de un oficio de precisión, de exactitud matemática, para lograr decirlo todo en muy poco. Las poetas que se han destacado se volvieron referentes para generaciones posteriores. Su poesía no será olvidada, se potenciará con los años, no la gastará el tiempo, al contrario; del reposo saldrá más fuerte. 

Un premio, independiente de si lo validamos como forma de reconocimiento, es una manera de decirle al mundo que hay que detenerse en esa obra, que nos dice algo importante, que podemos estremecernos con ella. En Chile, el año 1942 se creó el Premio Nacional en diversas categorías, una de ellas la literatura, que se fue alternando entre la prosa y el verso. El año 1972 cambió a bianual. Esto disminuyó la oportunidad de alcanzar este beneficio, al otorgarse cada dos años y con una población que aumentó el doble.

Si ya postular y obtenerlo se volvió difícil, tanto más lo ha sido para las escritoras, que ni siquiera llegaban a ser seleccionadas. Desde la instauración del premio a la fecha, lo han recibido cinco mujeres versus cincuenta y cuatro hombres. Podría pensarse que no había suficientes escritoras, argumento que casi siempre se ha utilizado para justificar una disparidad como esta. Nada más lejos de la verdad, si consideramos que Gabriela Mistral recibe el Premio Nobel en 1945, como primera mujer iberoamericana y la primera persona en América Latina en recibirlo. Sin embargo, el Premio Nacional lo recibió seis años después. ¿Tuvo que ser reconocida con el máximo galardón mundial para que aquí la valorarán? A tres años de inaugurado el PN, recibía el Nobel una compatriota, una maestra nortina y en Chile no caían en cuenta de la calidad de su trabajo. La Mistral no es un caso aislado.

En la segunda mitad del siglo XX Chile tenía un número importante de poetas: Winétt de Rokha, Bárbara Délano, Stella Díaz Varín, Cecilia Casanova y muchas otras. El patriarcado provocó un sesgo, que calificó su literatura como un oficio “menor”,  “escritos sentimentales”, “literatura maternal”  o sencillamente “literatura femenina”. Una calificación paternalista, bajo el alero de un discurso dominante de autores, críticos, jurados y especialistas. Lemebel se refirió a este predominio el año 2001 en el programa Off the Record como “esa callosa y prostática literatura masculina”.

La historia continúa hasta 1961 (diez años después), cuando lo recibe Marta Brunet, luego Marcela Paz el 1982 (veintiún años después), sigue Isabel Allende el 2010 (veinte y ocho años después) y Diamela Eltit el 2018. 

Cuando se inauguró el Premio Nacional de Literatura, sus fundamentos decían que estaba destinado “a quien haya consagrado su vida al ejercicio de las letras y a quien haya recibido la consagración por el juicio público”. Es evidente que hay quienes han ido quedando en el camino porque murieron muy jóvenes, porque el premio es escaso, etc. Pero ciertamente son muchas las excluidas. Cuesta creer que una mujer como Violeta Parra no encaje de manera absoluta en los principios fundacionales del premio o que no produzca escozor que con Gabriela se tardara años en validarla en primera línea, construyéndose incluso alrededor de su figura la idea de una poeta sin compromisos sociales, sin activismo, asexuada, asociando esto a su obra y relegándola a una limitación que nunca tuvo.

Ahora son otros tiempos y nos enfrentamos a otra dificultad este año, que se otorga el Premio Nacional de Literatura a la poesía. Dificultad que nos alegra, porque no hay una candidata, hay varias, al menos cuatro y contando. Mujeres talentosas, de un oficio indiscutible, independiente donde se inclinen nuestras preferencias y gustos personales. Con alegría podemos decir que los caminos que trazaron las premiadas y las ignoradas, han dado grandes frutos y a pesar que la educación secundaria aún persiste en excluir a las escritoras (un 70% de los leídos son hombres), así y todo emergen sus creaciones potentes.

Que no lleguemos tarde esta vez como con Violeta o con Bombal. Ya se acabaron las excusas.

Que no continúe la lista de las invisibles, de los hombres que entran a una librería sin buscarlas porque no han sido capaces de romper con una herencia tosca, más cerca del oscurantismo que de la revelación.

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