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Estación Baquedano: salpicada de sangre y balas

Por: Fernanda Larrosa | Publicado: 15.02.2020
Estación Baquedano: salpicada de sangre y balas Foto referencial | Agencia Uno
Como una de tantas paradas en el constante movimiento de la capital, la estación Baquedano fue lugar de paso en el trayecto diario de muchos santiaguinos. Sin embargo, hoy inoperante y cerrada, es una panorámica muy diferente a lo que era antes del 18 de octubre. ¿Quién podría verla de la misma forma? Como en todo el paisaje urbano del centro de Santiago, sus paredes se han teñido de la protesta y el descontento social, y probablemente no volverá a ser la imagen ya grabada en los ojos capitalinos. Algunos, incluso perdidos en este mismo perímetro.

Bajo el violento sol del mediodía un niño espera a sus padres. Con algo de molestia insiste, sin respuesta, mamá, vámonos. Pero ellos, detenidos a la salida de la estación Baquedano, le piden paciencia. No lo ven aferrado a su gorro, tratando de esconderse en la sombra del árbol más cercano.

-Mira, qué lindo ese “Venceremos” en la pared.

-Mamá, me quemo. 

-Hijo, espérate. Esto es histórico.

Ocupada por murales, afiches, escritos y homenajes para recordar a las víctimas de la violencia policial, la estación sirve como un repaso de los principales hitos de la revuelta, salpicada en sangre y balas. Lo que alguna vez fue un punto de enlace en el transporte de Santiago es ahora una prueba permanente de la violenta diferencia entre la fuerza policial y civil; una asociación instantánea e inevitable con el terror que no se podrá borrar con una capa de pintura. Sus trabajadores lo saben, y como condición para su posible reapertura solicitaron retirar la 60° comisaría de Carabineros del interior de la estación, donde se denunciaron torturas y abusos que no han sido confirmados, pero tampoco negados. Recientemente Metro de Santiago confirmó que la comisaría saldrá del lugar.

© Fernanda Larrosa

Baquedano ya no es otro lugar de paso en la rutina capitalina, es un espacio de resistencia. Un sitio de lucha apropiado por la ciudadanía y transformado gracias a la expresión de un grito social que, destilando arte, lo ha convertido en memoria viva; el recuerdo de un adolescente saltándose un torniquete; de un campo de batalla que vio enfrentamientos entre manifestantes y uniformados disparando contra todo lo que se moviera. Cada letra, escombro y dibujo, cada resto de basura e intervención  no son más que una prueba de que el pueblo no olvida ni se permite olvidar. 

Primera parada: recuerdo y resistencia

Cuidando esquivar los escombros del cemento y la basura a su paso, un joven baja las escaleras de la estación hacia la plazoleta. Hasta hace poco, este espacio con un árbol en el centro recibía a los pasajeros que entraban y salían por las puertas del metro. Ahora, es el núcleo que contiene la mayor parte de la expresión que decora a Baquedano. El árbol, levemente frondoso e incapaz de otorgar sombra, es hogar de varios carteles de humor político y ojos de papel maché. En el pedazo de pasto que le acompaña, se levanta un memorial: un Jardín de la Resistencia. Instalado por el Cabildo Seminario, iniciativa barrial nacida en la comuna de Providencia, el jardín es un homenaje a la memoria de los caídos de la revolución social, cuyos nombres se encuentran junto a las diferentes plantas nativas distribuidas en espiral. “Viene a significar una reapropiación del espacio”, dicen desde el Cabildo. “Si bien es un acto humilde, se encuentra cargado de simbolismo por el contenido y el lugar”. El joven se inclina, tomándose un tiempo para leer cada nombre escrito junto a una pequeña cruz. Es el único ahí, respira profundo antes de subir la escalera y, mirando la estación por última vez, desaparece entre la multitud.

© Fernanda Larrosa

Un hilo de ropa cruza la plazoleta; sostiene poleras, faldas y pantalones, y un cartel por cada una de sus prendas, representando a las víctimas de los femicidios ocurridos en 2019. La intervención, realizada por el colectivo feminista Ni Una Menos Chile, es otro punto destacado. Cerca de los memoriales nadie habla. Algo se siente en el aire, pesa en la voz suave y baja de uno que otro comentario ocasional. Una mujer lee los carteles entre lágrimas. Toca la ropa con cuidado, estirando y arreglando las prendas. El resto de las interacciones también se dan con delicadeza, como si estuvieran dentro de un callado museo y no del epicentro de una revolución. El volumen normal de las conversaciones retorna en las escaleras, de vuelta entre quienes observan y leen desde lo alto.

Segunda parada: Una lucha cada día

Frente a la estación, una carabinera reemplaza al semáforo. Cruzando Alameda, un retén se encuentra quieto y vigilante, como intentando pasar desapercibido, y mientras Baquedano sigue recibiendo visitas, un grito fuerte se toma la calle:

-¡Asesinos!

Frente a la estación, una señora mayor increpa a un grupo de uniformados mucho más altos que ella. ¡Cafiches del Estado!”, les dice, ¡Asesinos! Una voz masculina se le une. Entonces el grupo de carabineros se separa en dos.

-¡Todas las balas se les van a devolver!, dice él.

Los gritos se vuelven un coro y el enfrentamiento verbal pronto se vuelve físico. Los espectadores tratan de intervenir en un mar de garabatos, pero los uniformados rápidamente se van contra la señora, que cae al piso inmovilizada entre varios. ¡Suéltala!, les gritan. Le pegó a la señora, dicen. ¡Paco conchetumadre!

El hombre también es rodeado e inmovilizado, sostenido de los brazos por otro par de carabineros. Dando pelea, es arrastrado hacia el retén mientras la señora es bruscamente levantada y empujada a un auto verde y blanco. Los garabatos siguen. Los forcejeos, también.

© Fernanda Larrosa

Todo queda en urbano silencio. La carabinera/semáforo hace sonar un pito y el tráfico avanza. Los transeúntes eventualmente se dispersan y el auto que lleva a la señora se pierde por Vicuña Mackenna. El retén, en cambio, sigue quieto con el hombre en su interior. La plazoleta de la estación queda vacía. En lo alto de la pared, unas letras rojas resaltan bajo la luz directa del sol: Esto no para. Y un grito se propaga desde el caballo del general Baquedano:

-¡Arriba los que luchan!

Junto a la estatua, el niño, aún aferrado a su gorro, sigue esperando a su madre que le toma una foto a la bandera mapuche cayendo por la derecha del corcel.

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