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¿No será mucho derroche?, digo yo: El éxito de las teleseries clásicas de TVN en cuarentena

Por: Rodrigo Miranda, periodista y escritor | Publicado: 06.07.2020
¿No será mucho derroche?, digo yo:  El éxito de las teleseries clásicas de TVN en cuarentena |
Como si hiciera un doctorado en cultura pop, en estos cien días de encierro he visto en YouTube las teleseries dirigidas por Vicente Sabatini que en su época reencontraron a los chilenos con la geografía y los conflictos sociales del país.

Como alcalde de Sucupira tengo el deber de informar que a partir de este momento la ciudad queda declarada en cuarentena. Ha estallado una epidemia, nadie puede entrar ni salir de la ciudad…

Esta escena de Sucupira se volvió viral por su carácter premonitorio. El recordado alcalde Federico Valdivieso decreta una cuarentena por una epidemia que sufre el pueblo. Sin embargo, el edil hará todo lo posible para impedir la llegada de los medicamentos, en su obsesión de conseguir un muerto para inaugurar su cementerio. Cualquier semejanza con la realidad es coincidencia.

Vicente Sabatini decidió hacer Sucupira en 1996 como un ajuste de cuentas personal. La teleserie brasileña original El Bien Amado fue exhibida por Canal 13 en 1978 y su padre la veía religiosamente, pero el canal la sacó del aire cuando se dio cuenta de lo que escondía la historia: una ácida crítica a la corrupción y una sátira a la dictadura, personalizada en el recordado alcalde de Sucupira, llamado Odorico en la versión de TV Globo. Como un homenaje a su padre, Sabatini adaptó el guión a una caleta chilena con personajes populares, entre los que figuraba Olguita Marina (Carmen Disa Gutiérrez) y sus ahogos, hoy convertida en icono popular.

Tres años después, en La fiera, versión de 1999 de La fierecilla domada, de Shakespeare, las grabaciones en Chiloé le dieron identidad a la trama y el subtexto feminista permitió identificarse con una protagonista fuerte e independiente que subvirtió las normas y estructuras patriarcales. En la escena final, la indomable Catalina Chamorro (Claudia Di Girólamo) rechaza los estereotipos sexistas asociados a las mujeres y se lleva a caballo a Echaurren (Francisco Reyes) con una sola frase:

-Y pa dónde creí que vai voh, voh te vení conmigo. Vamos pa la casa. Ven poh

La fiera se iba a llamar El rey del salmón y el protagonista sería el personaje del actor Luis Alarcón. Por suerte, el espíritu de la teleserie evolucionó a una trama más progre. Dentro de los personajes entrañables, cómo olvidar a Ernesto Lizana, encarnado por Alfredo Castro, y su frase muletilla que se usa hasta hoy para reírse de alguien avaro:

-¿No será mucho derroche?, digo yo

Pampa Ilusión (2001), ambientada en la salitrera nortina de Humberstone, retrató las tensiones entre trabajadores y una elite autoritaria que imponía condiciones laborales de miseria. Incluso, el final del tiránico Mr. Clark tuvo un evidente correlato con la detención de Pinochet en Londres. Desterrado de su propia salitrera y enviado a un asilo, al no poder caminar fue trasladado inmóvil en una cama arriba de una carreta ante el desprecio del pueblo, una gran humillación para quien había detentado el poder absoluto.

 

El recurso del pueblo o comunidad que retrataba un mundo cerrado se repitió en Oro verde –que denunció la depredación de los bosques del sur de Chile–, Iorana –ambientada en Isla de Pascua–, Romané –sobre la discriminación al pueblo gitano–, El circo de las Montini –donde se abordó el VIH– y Los Pincheira, bandoleros revolucionarios de inicios del siglo XX que al desafiar a un déspota latifundista recordaron las hazañas del Frente Patriótico Manuel Rodríguez contra la dictadura.

Para evitar la ansiedad propia del encierro, veo un capítulo al día, como se hacía antes. Así devoré Puertas Adentro (2003), sobre la toma de Peñalolén y las desigualdades sociales del modelo neoliberal chileno. Sabatini entrevistó a dirigentes de esa toma para recrear su vida comunitaria y hasta tuvo que ir a La Moneda a dar explicaciones de por qué quería hacer una teleserie sobre ese tema.

Una crítica al naciente Chile neoliberal y a la Transición o a la posdictadura también fue evidente en Volver a Empezar, de 1991, sobre una escritora que volvía a Chile después del exilio, interpretada por Jael Unger.

A través del hijo de la escritora, se reflejó el arribismo y el negocio del lucro en la educación de las universidades privadas. Este ambicioso “Chicago boy” que busca el poder y es capaz de hacer cualquier cosa para conseguir sus objetivos, interpretado con sorna por Alfredo Castro, estaba inspirado en Joaquín Lavín, en ese entonces fundador de la Universidad del Desarrollo, satíricamente llamada Universidad Chañarcillo en la ficción.

De la trama hubo otro personaje que me produjo atracción. La historia de una mujer, interpretada por la actriz Cecilia Cucurella, la que podría ser una posible detenida desaparecida, pero ante la autocensura imperante en TVN en esa época terminó convertida en una paciente psiquiátrica. Durante años, la televisión chilena hizo como si los detenidos desaparecidos no existieran, pero en Volver a Empezar hubo un pequeño guiño, un atisbo del tema.

También vi completa La Torre 10, de 1984, la primera teleserie dirigida por Sabatini, que transcurría en ese edificio de la Remodelación San Borja. De la historia me llamó la atención una extraña escena que parece sacada de una pieza de humor del absurdo. Blanquita Menares, una solterona interpretada por Anita Reeves, encuentra unos papelitos botados en la calle, en pleno centro de Santiago. Los guarda y luego, al llegar a su departamento, los saca, intenta mostrarlos a su hermana, pero antes que los vea los arruga, cambiando de tema de forma abrupta. Los papelitos parecían panfletos, una pequeña burla a la censura en una televisión controlada por los militares, que sirvió como cortina de humo para esconder las violaciones de los derechos humanos y como instrumento de evasión y desinformación masiva.

Los guionistas de la época sabían que debían escribir entre líneas y dejar al espectador la labor de decodificar los mensajes disidentes, como en la teleserie Morir de Amor, de 1985, donde un sindicato de pescadores artesanales protestaba contra los planes de una gran empresa pesquera que pretendía apropiarse de su caleta. En tiempos oscuros, la colaboración y solidaridad de los postergados pescadores del pueblo de Los Lobos era un espejo de la realidad: las primeras protestas ciudadanas contra la dictadura que ya cumplía doce años y parecía interminable.

El conflicto fue retomado y suavizado por Sabatini en una divertida escena de Sucupira. Los pescadores protestan contra Federico Valdivieso y al final le lanzan pescados, mientras las conservadoras seguidoras del alcalde le gritan a los manifestantes:

-Bolcheviques, rotos picantes

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