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Ocio y cuarentena: El cara y sello de los artistas

Por: Jorge Montealegre, escritor y miembro del directorio de la Unión Nacional de Artistas | Publicado: 17.03.2020
Ocio y cuarentena: El cara y sello de los artistas |
Se podría decir que al gobierno le vino como anillo al dedo el coronavirus para distraer la atención de su rechazo en las calles y las encuestas, eliminar las manifestaciones masivas (llegó a dos millones la de las mujeres el 8 de marzo) y desinflar las campañas de cara al plebiscito por una nueva constitución. Estamos en cuarentena. ¿Qué significa aquello para los trabajadores del arte y la cultura?

De acuerdo a la Unión Nacional de Artistas (UNA), la crisis sanitaria mundial también ha tocado a este “mundo” que también es un sector de la economía que genera ingresos y fuentes laborales para miles de personas. La suspensión del festival musical Lollapalooza fue el primero y tal vez lo más llamativo. La cuarentena –al parecer inevitable– perjudica al público, los artistas, productores, editores, con el cierre de lugares de exhibición, actuación y venta: galerías de arte y salones de exposición; salas y centros culturales. Teatro, circo, danza, música, artes visuales. También la literatura, con el cierre de librerías, talleres literarios, la cancelación de ferias y presentaciones de libros. Es un sector, literalmente postergado.

Dirigiéndose a la ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, la UNA recuerda que diversos gobiernos, entre ellos los de Alemania e  Inglaterra “ya han implementado medidas para proteger la cultura durante la amenaza del COVID-19. En Chile –agrega la organización de los artistas-, el sector creativo se vio especialmente afectado con la crisis social de octubre. Necesitamos que esta vez se adopten medidas especiales para un sector precarizado, por lo que solicitamos una mesa de trabajo con las autoridades de los ministerios de las Culturas y Hacienda”.

La crisis le da visibilidad a formas de trabajo y subsistencia desconocidas y muchas veces incomprendidas. Es común que ante una persona que se declara “artista” enseguida se le pregunte “en qué trabaja”. ¿De qué viven –vivimos- los escritores?, ¿cómo se ganan el pan? Por supuesto no es por la venta de los libros, salvo honrosas y envidiables excepciones. Ni por las visitas a colegios ni por las columnas de opinión. Vivimos en general, más que de la obra propia, de actividades relacionadas con la literatura y las áreas que en el oficio creativo nos permiten enseñar y compartir con la sociedad: talleres literarios, clases sobre diversos temas, redacciones de textos por encargo funcionales a la publicidad, a la industria del entretenimiento, etc. Entre ellos algunos que nunca firmaríamos. Ahora, por ejemplo, la suspensión de los talleres literarios significa que quienes viven de ellos se quedan simplemente sin trabajo. Y difícilmente esas situaciones van a estar en una demanda gremial o una preocupación ministerial. Hay artistas que para vivir estudian “otra cosa” y trabajan “en otra cosa” y en ello ocupan el tiempo que de buenas ganas ocuparían en la creación de obras que la vocación les demanda y que muchas veces la sociedad –sin saberlo- necesita. A ellos y ellas, que demandan “tiempo libre” también les –nos– viene como anillo al dedo la cuarentena: quedarse en la casa o no ir “al trabajo” obligatoriamente, para hacer lo que siempre se ha querido hacer: “nada”: tiempo para el ocio creativo. En palabras de Enrique Lihn: “Ocio increíble del que somos capaces, perdónennos los trabajadores de este mundo y del otro”.

Entre los chistes que corren a propósito del COVID-19 hay uno para escritores: “Durante una cuarentena de la plaga de 1605, William Shakespeare escribió Macbeth y El Rey Lear. Ahora, ¿cuál es tu proyecto?” El ocio es una distracción en el cumplimiento del deber ser. En el colegio se debe poner atención al profesor, tomar apuntes, responder sus preguntas. Pero en los cuadernos hay palotes, algo parecido al viejo de matemáticas: una caricatura y otros monos y palabras que tienen más que ver con el recreo que con la clase. Niñitos y niñitas semejantes están en el camino del ocio, con el riesgo de convertirse en artistas, inventores, poetas. Así al menos ha nacido la mayoría de los y las artistas: esperando el recreo para sentirse a sus anchas, prefigurando ese momento de descanso (tiempo libre) que siempre les será más importante que el momento de trabajo (tiempo ocupado). Tiempo propio, recreo para crear y re-crearse. Ocio, que no es flojera sino la realización –incluso con ahínco– de un trabajo, una obra, que nadie ha pedido y que, supuestamente, se hace en los ratos que dejan libres otras tareas convencionalmente más productivas.

El sentido común entiende el ocio como descanso improductivo (la flojera) o como una ocupación secundaria (el hobby), sin contemplar que, en el horizonte, el ocio es una oportunidad de realización personal.  En otras palabras, muchas veces la aspiración del “pintor de día domingo” es ser un pintor de toda la semana. Así como el deseo de cualquier escritor es “vivir de la literatura”. Para muchos la o el artista es una persona que “no produce”, tal vez porque se percibe que “lo está pasando bien”. Sin horario, trabajando en la casa, aparentemente sin jefes, se convierte en un personaje altamente sospechoso de vagancia. Un observador desatento podría atribuirle una pereza crónica. La cuarentena es una buena coartada para esta gente sospechosa, de vicios secretos y placeres incomprensibles. El arte y la ciencia algo le deben a esta gente que también merece vivir dignamente. En suma, la cuarentena perjudica la distribución del arte para la sociedad y la justa retribución por el trabajo de los artistas. El ocio permite que esas creaciones puedan existir.

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